Actualizado el 17 de marzo de 2023.
El peor momento de los domingos en la tarde —que con su energía de siesta mal despertada y tareas escolares pendientes ya era el peor momento de la semana— llegaba cuando había que lustrar los zapatos. Era el verdadero final del fin de semana: esa instrucción, que llegaba desde algún rincón de la casa —¡a lustrar los zapatos!—, mataba cualquier entusiasmo y volvía repugnante hasta al más dorado atardecer veraniego.
Esa tarea —limpiar, embetunar y cepillar—, diseñada supuestamente para entregarnos rigor y disciplina, solo me dejó una repelencia absoluta hacia los zapatos y una promesa, aún vigente más de veinte años después, de jamás volver a lustrar unos en mi vida. He sido fiel a mí mismo: en mi clóset solo hay zapatillas.
También en el de mis hijos y no por influencia paterna: el uniforme escolar, desde hace varios años, no exige zapatos. Las tardes de domingo son menos miserables pero se genera un nuevo problema: limpiar las mugrientas zapatillas blancas que usan para ir al colegio.
Lustrar los zapatos negros es fome pero al menos más sencillo que quitar la suciedad del complicado cuero del calzado deportivo infantil. Manchas de pasto, barro, chicles, cemento, caca de perro y la tintura de un plumón permanente es una pequeña muestra de lo que puede acumular un par de zapatillas talla 34 durante no más de un mes.
¿Cómo dejarlas más o menos decentes para que el muchacho no llegue a clases como si hubiese pasado la noche caminando por un basural? Alternativas hay muchas —aquí reunimos unas cuantas— pero casi todas toman casi tanto tiempo como el que demoran en ensuciarse. Además se necesitan viejos cepillos de dientes, paños, escobillas y esponjas. Una opción exprés es pasarles limpiador en crema; pero más que blanco, el cuero parece salido de un baño químico.
Hasta que una tarde probé este limpiador para zapatillas Philips, un aparato que parece otra cosa —y suena y vibra como esa otra cosa—, pero que es solamente eso: un limpiador de zapatillas. Si bien no tiene mucha ciencia —su motor interno hace girar distintos cepillos intercambiables—, funciona. Y en menos de diez minutos, el decadente par de Adidas, que sufre el castigo diario de cubrir los pies de un niño de 8 años, se veía más que decente.
Bicarbonato, vinagre y el aparato
La prueba no sería sencilla, pues estas zapatillas han sido usadas sin pausa ni limpieza desde el año pasado: casi siete horas diarias de correr, saltar, caminar, jugar fútbol, arrastrarse por el suelo, deslizarse por resbalines e incluso ser utilizada como lienzo artístico.
Por eso, decidí usar una mezcla que nunca me ha fallado hasta ahora: bicarbonato de sodio y vinagre blanco. Una pareja explosiva, cuya efervescencia es el terror de la mugre en ropa, alfombras, sillones e incluso en superficies como las del baño o la cocina. Y también en zapatillas blancas.
Dos cucharaditas de bicarbonato más unos 50 ml de vinagre blanco —de manzana o uva, no hay mucha diferencia— fueron más que suficientes. Se puede agregar un chorrito de agua para diluir la mezcla, si es que la mugre no es tan radical.
El limpiador de zapatillas Philips incluye tres cabezales de cepillado diferentes, supuestamente para distintos tipos de materiales. Uno es de esponja lisa, sugerido por la marca para limpiar superficies más delicadas como PVC, cuero o gamuza; el otro es un cepillo con cerdas suaves, recomendado para lona o malla; y el tercero otro cepillo pero de hebras más duras, para suelas o bordes de goma rugosa.
Como estas zapatillas estaban a tan maltraer, decidí usar el cepillo suave en vez de la esponja. Tras ponerle las cuatro pilas AA que necesita para funcionar (y que vienen incluidas), lo unté en mi mezcla de bicarbonato con vinagre y comencé el aseo.
Mano firme
El motor del limpiador Philips es más poderoso de lo que parece, y para usarlo hay que tener bastante fuerza en las manos, tanto de la que sujeta la zapatilla como la que sostiene el aparato. Sin firmeza, el movimiento circular tenderá a separar el cepillo de la zapatilla, por lo que hay que aplicar una fuerza constante en mantener el contacto.
Pero tampoco hay que ser La Roca: con el limpiador y el calzado bien agarrados, rápidamente la suciedad comenzará a salir. Al menos así lo hizo en mi caso, simplemente remojando cada cierto rato el cepillo en el vinagre para reforzar su acción.
Para el borde de goma y la suela, cuya mugre estaba más impregnada, usé el cepillo duro y un poco de pasta de dientes: se limpió en una pasada.
El toque final se lo di con la esponja, solo para repasar y remover algún detalle. Fue buena idea porque las zapatillas quedaron con un toque brillante. Luego solo hizo falta pasarles un paño seco y dejarlas unos minutos al sol, para que se secaran completamente.
Solo un defecto
El limpiador Philips —cuyo modelo es GCA1000— no es ni de cerca un artículo de primera necesidad, pero en este presente hegemonizado por las zapatillas sí resulta de gran ayuda para darles su merecida mantención. Además puede servir para limpiar carteras, botas, zapatos, chaquetas de cuero, maletines y otras prendas u objetos que acumulan mugre y son difíciles de lavar.
El único defecto es que usa pilas alcalinas. En pleno siglo XXI, que no cuenten con una batería recargable mediante USB resulta un verdadero anacronismo, no tanto por lo incómodo y poco económico, sino porque es un desecho muy contaminante y difícil de reciclar. Pero de que quedaron blancas las zapatillas, quedaron blancas.
*Los precios de los productos en este artículo están actualizados al 17 de marzo de 2023. Los valores y su disponibilidad pueden cambiar.