Lo vieron afuera de un mall, sentado en una esquina, como esperando a un Uber después de la última película de esa noche de jueves. Un guardia del Plaza Egaña, centro comercial que está justo entre La Reina y Ñuñoa, donde empieza el sector oriente de Santiago, lo grabó con su celular. Incomodado por la cámara, pero con una tranquilidad salvaje, se levantó, se dio media vuelta y, caminando de puntillas, con pasos de bailarín, se perdió entre los enormes maceteros de avenida Ossa.
Horas después, durante la mañana del 3 de agosto, el video se volvió viral en redes sociales y noticia en todos los portales chilenos. Más pequeño que un perro border collie, más grande que un gato, el zorro culpeo fue perdido de vista. A pesar de su larga cola y sus puntiagudas orejas, nadie lo volvió a ver hasta ese sábado, cuando fue identificado cerca de otro mall —el Parque Arauco— por unos vecinos de Las Condes.
¿Qué hacía un zorro culpeo, depredador nativo y silvestre, merodeando por las sintéticas y multinacionales inmediaciones de los centros comerciales de la capital? Se dice que estaba desorientado y confundido, tan alejado de su hábitat. Pero si alguien se ha movido sin mucho rumbo, y durante bastante tiempo, esos hemos sido nosotros: los humanos de las ciudades.
“Las personas estamos construyendo y viviendo en zonas que hasta hace muy poco eran prístinas, de pura naturaleza”, dice Daniela Rivera, doctora en ecología e investigadora del centro GEMA, de la Universidad Mayor. Esta acelerada invasión, particularmente hacia el sector precordillerano, ha causado no solo la visita de un zorro, sino que un inédito aumento de los avistamientos de esta especie.
Según los registros del Servicio Agrícola y Ganadero (SAG), en lo que va del año 2023 han recibido un 400% más de estas denuncias: vecinos y vecinas de distintas comunas, especialmente de la zona nororiente —Colina, Lo Barnechea, Vitacura, Las Condes y Peñalolén—, que llaman alertando por la presencia de zorros.
“Muchas veces nos llaman distintas personas, de diferentes barrios, que vieron el mismo animal”, reconoce Katherine Daza, encargada regional de Recursos Naturales Renovables del SAG. Ellos deben hacerse presentes en el lugar pero no siempre hace falta, pues solo les corresponde actuar cuando un animal salvaje se encuentra herido, amenazado o poniendo en riesgo la integridad de los humanos. Con los zorros, la gran mayoría de las veces no es así.
Esta especie, astuta y ágil, “lo que quieren es pasar desapercibidos”, explica Rivera. “Son tímidos y nocturnos. Solamente si se sienten amenazados podría ser un problema”.
Con la expansión urbana, cada vez será más común encontrarse con uno de ellos. ¿Qué corresponde hacer, entonces, si nos cruzamos con un zorro en la esquina?
Viejo zorro
En Chile hay tres especies de zorros: el chilote, el chilla y el culpeo. Mientras el primero se encuentra en peligro de extinción, y vive en zonas muy específicas de Chiloé y la región del Biobío, los dos segundos habitan en casi todo el país, desde el altiplano hasta la patagonia, y sin riesgo de conservación. Eso no significa, por supuesto, que no haya que preocuparse de ellos.
Todas las especies cumplen un papel en el equilibrio ecosistémico. Pero el del zorro culpeo es bastante notorio. “Él está en la parte superior de la rama trófica”, señala Rivera. Esto quiere decir que es un depredador de varios animales más pequeños, cuyas poblaciones son controladas por su presencia.
“Si uno saca a los zorros de ahí, pequeños mamíferos, como roedores o conejos, comenzarán de inmediato a crecer de manera descontrolada”, dice la investigadora. Eso podría desbalancear todo el panorama y afectar la disponibilidad de otros recursos, como especies vegetales.
La expansión urbana descontrolada, y la reducción y cambios drásticos de su hábitat, es la causa principal de que nos topemos con los zorros con más frecuencia. Pero el cambio climático también les ha afectado directamente: mientras los años de sequía los obligaron a buscar alimento en otros lugares, este invierno lluvioso aumentó “la productividad de las plantas, y con ello proliferaron pequeños vertebrados, como lagartijas, roedores y aves”, apunta Rivera. “Al haber más comida, crece la población de zorros”, lo que eleva las posibilidades de avistarlos.
Son omnívoros, y su comportamiento alimenticio es “oportunista”, como dicen en la biología, pues come lo que encuentra, incluso carroña. Por eso también se acerca a las ciudades o poblados: la basura que dejamos es una fuente constante y accesible de comida. Mucha gente, además, al verlos les ofrece alimento, pensando que con eso ayuda a su subsistencia. Pero es todo lo contrario.
“Los zorros son animales de costumbre, y pueden acomodarse muy rápidamente a obtener alimento fácil de los humanos”, agrega Daza. “Eso les hace perder sus capacidades de caza y a no cumplir con su rol en el ecosistema”.
“Es más fácil ir a la basura que cazar”, añade Rivera. Que coman de la basura, o que le demos alimentos, atrofia su instinto”.
El otro problema está en su interacción con animales domésticos, especialmente los perros, con quienes suelen tener conflictos territoriales. Las mascotas son portadoras de enfermedades infecciosas, como la sarna o el distemper, ante las que especies salvajes no tienen defensas. “Con eso corremos el riesgo de que haya después contagio y muerte en las comunidades silvestres”, dice la académica de la U. Mayor.
Qué hacer al avistar un zorro
Dicho todo esto, lo mejor es partir asumiendo una cosa: que los intrusos somos nosotros, no los zorros. Y cuando uno llega al hogar o territorio de otro, hay que ser educado y respetuoso, jamás violento ni intimidador.
Este encuentro, cree Daniela Rivera, era inevitable: la expansión urbana es una realidad y la necesidad de vivienda inagotable. Dada la situación, “si nos topamos con ellos lo recomendable es aprovechar el privilegio de observarlos, que ya es maravilloso e impresionante”.
Lo mismo opina la encargada del SAG: “hay que disfrutar su avistamiento y aprender a convivir con ellos, lo que básicamente significa no molestarlos”.
Lo mejor que podemos hacer, si vemos a un zorro, es no hacer nada. “No interactuemos con la fauna nativa más allá de la observación: si lo hacemos, si les damos alimento o refugio, volverán a buscarnos para eso. Evitémoslo para mantener esta necesaria distancia”.
Solo si aparece un ejemplar con problemas de movilización, cojo o herido, enfermo o atrapado, es oportuno comunicarse con el SAG. “Aunque es difícil, nosotros sabemos cómo capturarlos”, dice Daza. Pero no lo intenten en casa: los zorros pueden parecer tiernos pero si se sienten amenazados se van a defender, literalmente con uñas y dientes.
Para evitar casos de heridos y enfermos, lo que también se pide es que la gente que vive en sectores precordilleranos tenga a sus perros bien delimitados, nunca sueltos. Una jauría de perros es capaz de matar a un zorro, y si sale vivo probablemente quede lesionado o contagiado.
En definitiva, si un zorro se asoma en la plaza, en el patio, en camino o a la salida del mall después del cine, “no los molesten, ni los alimenten, ni los ahuyenten ni los traten de capturar”, insiste Daza. “Solo admiren su pequeña belleza”.