Acumular libros fue para mí
en un principio y durante mucho tiempo
una forma apenas solapada de construir una identidad.
Alejandro Zambra

La bibliomanía comienza con un librero comprado en el retail, el que luego se convertirá en láminas de melamina dobladas por el azar de las mudanzas y el tsundoku, la palabra que idearon los japoneses para quienes amontonamos tantos libros que a ratos no somos capaces de leerlos todos.

Por lo general, esos muebles mutan en estructuras débiles y nerviosas, más decorativas que funcionales. Es uno de los atractivos de marcas de prefabricados, como la danesa Tvilum, que seducen con bajos precios y muebles que parecen Legos para adultos, aunque basta un par de cambios de casa para correr serios riesgos de romperlos irreparablemente.

Las diferencias entre un artículo seriado y uno fabricado a mano, con mejores materiales y un acabado para la posteridad, tal vez único, pueden empujarte a tomar mejores decisiones.

Esta guía es para quienes buscan ese mueble definitivo, el paso siguiente al modelo de retail. Para dar con el librero perfecto en Práctico nos asesoramos con la gente tras Muebles Barquillo, quienes nos recibieron en su taller en el barrio Yungay de Santiago y nos mostraron el armado de algunos muebles. También incluimos algunas soluciones para ordenar y clasificar tus libros a cargo del escritor argentino Mauro Libertella.

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-Uno no puede dejar que las cosas se vayan tan fácilmente, que se desaparezcan. Hoy día hay hervidores en las casas, no hay teteras. ¿Cómo puede ser que las desechemos tan fácil?

El músico Sergio "Tilo" González lo niega pero no puede ocultar la nostalgia, cierta mueca triste por la pérdida. Se le acaba de preguntar por la poesía lárica que se cuela en las letras del grupo Congreso, y Francisco Sazo, su compañero de tantas batallas, olfatea un flanco débil, un asomo de duda en mi pregunta.

-Uno no lo puede hablar tanto cuando joven porque está hecho para eso.

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Otra mañana, la tecla nostalgia vuelve a sonar en un taller de nombre Muebles Barquillo, oculto entre las vísceras de una exfábrica textil en el barrio Yungay de Santiago. Barquillo son seis amigos dedicados a la actuación, el rocanrol y el diseño, pero que cuando se reúnen alrededor de las herramientas fabrican libreros a la medida y otros modelos de muebles en maderas como el terciado de pino.

Muebles Barquillo. Foto: Álex Utreras

"Yo soy hijo de carpintero y nieto de carpintero, y más que seguir una tradición familiar vi el oficio desde muy niño. Era el ayudante de mi padre durante toda mi infancia, y hubo un tiempo en que junté muchos libros y me hice un librero para mí", cuenta el actor y mueblista José Tomás Guzmán, creador de Muebles Barquillo junto a María Ignacia Valenzuela, su esposa y socia.

"Al igual que los discos, el libro está hoy en día obsoleto, pero ha tomado un nuevo sentido al querer exhibirlo", dice Guzmán.

Curiosamente, hoy la pizarra de tareas del taller muestra tres libreros por terminar, además de un rack y una mesa de centro. Mañana serán otros dos libreros. Y cuatro más para el día siguiente.

Libro digital

¿Qué sentido le asignan a un mueble de librero cuando la tendencia parece ser el libro digital?

"La mueblería habla mucho del espacio al cual tú entras", se defiende el actor que fusionó a Joe Fanelli y Jim Hutton en la obra de teatro Mercury, inspirada en el líder de Queen.

Guzmán cuenta que la filosofía de Muebles Barquillo es tratar de utilizar los muros hacia arriba para poder generar "un orden siempre dentro de lo asimétrico".

"La asimetría permite que el ojo no tenga un recorrido lineal", explica.

Así se puede ver en el Librero Parra, el mueble más cotizado del taller que toma su nombre del fallecido autor de Poemas y antipoemas y su literatura.

Muebles Barquillo. Foto: Álex Utreras

El librero perfecto

Video: Gabriela Navarrete, Álex Utreras y Óscar Teare.

Formas de ordenar una biblioteca

Por Mauro Libertella

Fue Borges el que dijo que ordenar una biblioteca es ejercer silenciosamente el arte de la crítica. Él, que dirigió la Biblioteca Nacional Argentina justo cuando se quedó ciego ("Dios, que con magnífica ironía, me dio a la vez los libros y la noche", escribió), sabía mejor que nadie que ordenar una biblioteca es un trabajo de toda la vida, para el que hay cientos de técnicas posibles, todas parciales, discutibles. Cada lector encontrará, finalmente, su modo de darle orden al caos. Porque una biblioteca es un cuerpo vivo, que se mueve, que crece y cambia con los años. Aquí, algunos métodos posibles.

Cada fruta en su cajón

Por orden alfabético. Quizás este sea el más canónico de los sistemas. El apellido del autor o la autora será la clave desde la que se armará la fila. La ventaja que trae este tipo de sistema es evidente: para encontrar un libro, solo hace falta recordar quién lo escribió. Es un método para gente racional, aplomada. El problema de esta opción es que requiere una entrega constante: cada vez que entra un libro nuevo, hay que ubicarlo en el espacio correcto; cada vez que se saca un libro, luego hay que volver a ponerlo en su lugar.

Por países. Este sistema aún cree que las identidades nacionales son fuertes, generan sentidos y pertenencias. Pero por país puede ser también por idioma. La narradora Inés Garland, por ejemplo, escribió en La biblioteca salvaje que, en su casa, "en la sección en inglés, los americanos, los canadienses, los ingleses, los australianos y los galeses se mezclan sin ningún criterio". Este es el tipo de orden que usaría, quizás, un traductor. Al interior de cada sección idiomática, el caos absoluto.

Por géneros. Novela, poesía, cuento, ensayo, biografías. Así dividen sus libros las librerías donde los compramos, y el hecho de que prácticamente todas las librerías del mundo hagan eso, debería decirnos algo sobre la efectividad de este criterio. Y sin embargo, ¿qué hacer con los géneros híbridos? ¿Diarios, cartas, nouvelles? A la hora de ubicarlos, por lo pronto, el propio libro ofrece una pista, pues en su primera página está consignado el género (narrativa, historia, etc). A la hora de buscarlos, el asunto se puede complicar.

Por color. Quizás suene extraño, pero mucha gente opta por colocar los libros en los estantes de manera que generen un efecto cromático agradable a la vista. Finalmente, una biblioteca en un living es también un elemento decorativo. Antiguamente, las familias adineradas, que querían ostentar cultura, compraban bibliotecas por metro, sin importar qué tipo de textos contuvieran esos paquetes. Con este sistema, los lomos de los libros generan un arcoíris o un degradé, y quizás haya que convocar a un decorador de interiores para hacerlo de manera armónica.

Por editoriales. Siempre se dice que la obra de un editor es su catálogo: todos los libros que publicó. ¿Por qué, entonces, no ordenar nuestra biblioteca por editoriales, dando centralidad no a los autores sino a los editores? Mucha gente ubica a los libros de la española Anagrama todos juntos; por alguna razón (quizás sean los colores vivos, fuertes, de su colección Compactos), esta editorial es propensa a la unidad. Este tipo orden le conferirá a la biblioteca un efecto visual similar al del orden "por color": una aparente simetría, como si fuera un cuadro.

Por orden de llegada. Este es el más caótico de los métodos, y sin embargo es el más común en lectores de todo el mundo. En una escena de la película Alta fidelidad, el protagonista, encarnado por John Cusack, está ordenando sus discos, y le cuenta a un amigo que lo está haciendo “de modo autobiográfico”; debe recordar, así, quién le regaló un vinilo, qué hacía cuando lo compró. Una biblioteca es una parte de nuestra autobiografía, y quizás este sea el orden más honesto. Incluso, los libros se extienden por fuera de los estantes. La antropóloga Vivian Scheinsohn apuntó que “los libros pueden acumularse en mesas, sillas, cajones, roperos e, incluso, los pisos. Pueden formar pilas o columnas, filas o montañas”. Esa guerra civil entre los libros que entran y los que salen, los que están a medio leer y los que nunca leeremos, los clásicos y los contemporáneos…. todo eso es una biblioteca.