Una comunidad de tres edificios en Santiago, con áreas verdes que solían ser disfrutadas por sus habitantes grandes, chicos y peludos, de pronto vio su patio principal cerrado con reja. Lo que comenzó como una medida transitoria, esperando cómo avanzara el coronavirus, terminó afectando a los niños del condominio por más de cinco meses, al punto que, poco a poco, empezaron a aparecer carteles que decían “queremos jugar” o “los niños también tienen derechos”.

Durante los largos días de encierro durante la pandemia, niñas y niños se vieron envueltos en una realidad agobiante, incluso más que los adultos. De un día para otro, dejaron de ver a sus amigos, a sus profesores, a sus familiares; no pudieron ir a las plazas y parques, jugar en los pasajes o áreas comunes, pasear por sus barrios y ciudades. En medio de su proceso de conocer el mundo que les rodea, tuvieron que aislarse de él y verlo, literalmente, por una pantalla.

Ahora que estamos atravesando el lado más optimista de la pandemia y se está retornando a una vida algo más normal —siempre con los resguardos apropiados—, es importante incentivar a que los niños vuelvan a jugar, porque esto es determinante para su desarrollo, un parte de su crecimiento tan vital como dormir y comer.

“El juego nace de la libertad de los niños y de las niñas, es vida y salud”, expresan en un artículo del diario español El País. En parte, porque es la primera instancia en la que pueden explorar el entorno por sus propios medios, además de progresar en sus habilidades o interesarse en algo o alguien, ya que también jugando es como ocurren las primeras interacciones con sus pares y cercanos.

¿Por qué es importante jugar?

“El juego es un mecanismo que nos permite adquirir habilidades mientras nos divertimos”, lo definió la psicóloga española Sara Tarrés. “Esta diversión es la que nos motiva y ofrece la oportunidad de ir mejorando a base de repetición, sin que nos rindamos a la primera de cambio”.

“Los niños necesitan jugar para lograr sus distintas etapas de desarrollo, como las del área emocional, psicomotora, cognitiva, social, afectiva, de atención y memoria”, complementa María Jesús Lagos, psicóloga del Centro Médico Cetep. “Sobre todo en la primera infancia, todas estas dimensiones se van forjando a través del juego”.

El juego permite que un niño o niña pueda aprender a controlar y dominar movimientos mediante la exploración, y gracias a estas experiencias también consiguen descubrir códigos básicos y valores sociales que se dan al interactuar, como el compartir, resolver conflictos, respetar y sobre todo disfrutar. Jugando es que “imitan el mundo que los rodea y avanzan en el desarrollo del pensamiento”, como dicen en el sitio gubernamental Chile Crece Contigo.

“A nivel cerebral, el desarrollo en la niñez no solo depende de la genética, sino que también de la estimulación y afectividad que entrega su entorno”, asegura Valeska Woldarsky, psicóloga infanto juvenil. Como adulto, hay que tener presente que “la infancia contiene periodos críticos en los que se producen sinapsis neuronales. Si no se produce la estimulación adecuada en esos momentos, puede influir negativamente en la adquisición de algunas destrezas”.

Jugar no es una actividad de la que solo los niños deban hacerse cargo, también es una responsabilidad de los padres. Por eso, Woldarsky incita a que “se aprovechen al máximo estas instancias”, porque el juego es la principal herramienta para que ellos se aproximen al mundo que los rodea e incorporen nuevos conocimientos y habilidades”.

El efecto pandemia en los niños

“Son inconfundibles las señales de que los niños sufrirán durante años las peores consecuencias de la pandemia”, dijo hace unos meses Henrietta Fore, Directora Ejecutiva de Unicef. Hay quienes nacieron, aprendieron a caminar o hablar en pandemia, y por ende no han estado expuestos a otros niños, mientras hay algunos que desgraciadamente han visto otro tipo de dificultades en este periodo.

Al menos uno de cada siete niños y jóvenes vivió confinado en su hogar durante gran parte de 2020 y, como consecuencia, sufrió ansiedad, depresión y aislamiento”, detallan desde esta fundación global por la niñez. Por ende, reactivar instancias liberadoras como el juego cobran aún más relevancia en sus vidas.

“El juego no es solamente diversión. El juego es lenguaje, es comunicación, pero también es la posibilidad que tienen los niños y niñas para poder tramitar sus experiencias vitales, representando, haciendo roles, simbolizando lo que van viviendo en su cotidianidad”, expresaba Camilo Morales, académico del Programa de Estudios Interdisciplinarios sobre la Infancia, en un artículo para la Universidad de Chile. Cuando el juego se ve restringido, “no solamente se está perdiendo una experiencia de aprendizaje; se está perdiendo una experiencia subjetiva de elaborar lo que ha significado la pandemia y el confinamiento”.

Jugar no es lo mismo que ver pantallas

Según un dicho, los niños son como esponjas, es decir, tienen una capacidad innata de absorber continuamente. Por lo mismo, como padres o adultos responsables que estén a cargo de niñas o niños, o que frecuenten su círculo social, es relevante que jueguen con ellos y sean capaces de fomentarle estas instancias de exploración y diversión.

“Nuestro cerebro, al igual que el de otros animales, está diseñado para aprender mejor mediante el juego”, cuenta Tarres. Al hacer una actividad recreativa, “se activan las bases cerebrales del placer, por ello nos divierte tanto hacerlo y no queremos parar”. Cuando se juega, se liberan diferentes neurotransmisores, uno de ellos la dopamina, sustancia altamente relacionada con el disfrute, el aprendizaje y la memoria. Según han revelado varios estudios, las sensaciones de placer y motivación están directamente ligadas al recuerdo de la información.

Ahí radica la relevancia de por qué es importante estimular o preferir instancias como salir a la calle, fuera de casa y al aire libre, donde se pueda saltar y correr. O también los juegos de mesa, ya sea solos, con compañía o imaginándolos a través de los juegos de roles. Por el contrario, con el auge de la tecnología, las pantallas han sido acercadas para “entretener” o “calmar” a niños que ni siquiera tienen un manejo del lenguaje o de sus funciones motoras apropiadas.

Que tire la primera piedra el padre o madre que alguna vez no intentó controlar un berrinche con algún video de YouTube o un capítulo en Netflix de Peppa Pig o la Vaca Lola: cuando los niños ven estos contenidos a través de una pantalla, es como si estuvieran hipnotizados. Pero eso no es nada bueno.

“La etapa primaria de la vida tiene que ver con la interacción: con el tocar, con el oler, con el saborear, con el mirar”, nos comentaba Daniela Henríquez en un artículo sobre manejo de pantallas para pequeños. La pantalla, en cambio, reduce las experiencias solo a contemplar. “Hay universidades, como la de Calgary, en Canadá, que han sacado informes que concluyen que mientras los niños interactúan con las pantallas se reducen ciertas conexiones neuronales y sinápticas”.

“Hoy en día, en la clínica se ve cada vez más una infancia híperconectada, donde se delega el juego a una pantalla”, comenta Woldarsky. En un artículo publicado por la sección pediátrica de la Journal of the American Medical Association —la prestigiosa revista médica más conocida como JAMA— explican que en niños de temprana edad, un uso excesivo de pantallas —dispositivos como tablets, televisores, consolas y teléfonos— puede provocar problemas de desarrollo. El estudio analizó a niñas y niños entre 2 a 5 años, y se pudo comprobar que aquellos que estuvieron expuestos de una forma excesiva a estas pantallas tuvieron “déficit y retrasos en los resultados de desarrollo asociados a lenguaje, comunicación, habilidades motoras y/o salud socioemocional”.

No jugar = problemas

Un niño que no juega es una grave señal de alerta, especialmente en los más pequeños, que aún no se expresan por el lenguaje. Es a través de estas acciones —o inacciones— donde los adultos pueden entender lo que está pasando en la cabeza de los niños.

“Lo normal es que quiera hacerlo, porque es algo que se espera a su edad”, añade la piscóloga Lagos. En el caso de que no esté jugando, a los niños y niñas “se les dificulta la expresión de sus emociones. Ahí hay que tener cuidado, porque de adulto puede repercutir en su área motriz pero sobre todo en el área emocional”.

Esto puede ocurrir por múltiples escenarios, como que el niño tenga demasiados juguetes o los pocos que posea no sean de su preferencia. Frente a esto, Lagos sugiere que en todo hogar puedan haber distintas opciones, “donde se incluyan juegos creativos, manualidades, pelotas; no tanta cantidad sino una buena calidad de juguetes”. Así, el niño podrá escoger libremente, siempre según su edad, y a su vez sea capaz de compartir esas experiencia.

Como decíamos antes: jugar es crear, aprender y al mismo tiempo divertirse, por eso lo más sensato como padres o figura responsable de su cuidado es interiorizarse con los gustos de cada pequeño e involucrarse en sus dinámicas.

Entendiendo las dimensiones del juego

“Es importante que los padres tomen un rol activo en el juego, que no tengan miedo a que los niños se aburran, ya que muchas veces es una ventana tremenda para la creatividad”, destaca Woldarsky. Para ella, hay tres dimensiones clave que el juego ayuda a desarrollar en la infancia:

1- Física: ayuda a desarrollar la motricidad, el equilibrio, la percepción, la musculatura y la coordinación, entre otras.

2- Socio-emocional: permite relacionarse con pares o adultos, entender claves sociales, normas de comportamiento, respetar turnos, estimula la comunicación y cooperación.

3- Cognitiva: aporta en la atención, memoria, resolución de problemas y el desarrollo del lenguaje.

¿Cómo jugar? Actividades según edad

Es clave que los padres o adultos responsables puedan tener dentro de sus prioridades el juego de sus hijos: darles a los niños y niñas el espacio para jugar y a ellos mismos el tiempo para disfrutar. Como no siempre es fácil saber qué actividades son apropiadas según cada tramo de edad, Woldarsky hizo un listado detallado con algunas propuestas que puedes hacer según la etapa que vive tu hija o hijo.

0-1 años

Es el momento indicado para que aparezcan los móviles, los sonajeros y los libros de contrastes. También son muy interesantes y gratificantes los masajes lúdicos y las canciones, y jugar con pelotas sensoriales u objetos con texturas pueden estimular mucho los sentidos.

1-2 años

Los juguetes con encajes —como los rompecabezas de piezas grandes— y los juegos de arrastre —como carritos o elementos con ruedas— son muy divertidos y estimulantes. Los animales, las láminas con figuras grandes y otros objetos concretos ayudan a estimular su lenguaje, mientras que juguetes que sean similares a las cosas que se utilizan a diario casa (juegos de tazas, herramientas, muñecas, lápices grandes) fomentan también la dimensión cognitiva y socio-emocional.

3-5 años

Muy apropiados son los juguetes que repliquen objetos de la vida real, como cocinas, muñecas o autos. Jugar a disfrazarse y actuar también ayuda a la expresión emocional, e incorporarlos a las rutinas domésticas —con pequeñas tareas en la limpieza, cocina y orden— les hará vincularse mejor con su entorno. Juguetes como bicicletas, scooter, columpios y camas saltarinas son muy buenos en esta edad, y la lectura, el dibujo y la pintura son también otras opciones para jugar.

6-7 años

Los juegos que incluyan la experimentación, ya sea con materiales o con actividad física, serán muy beneficiosos a esta edad. Los rodados (bicicleta, scooter, patines), los disfraces, los puzzles y los juegos cognitivamente desafiantes, que incluyan resolución de problemas —juegos de mesa, laberintos, sopa de letras, legos— también.

8-10 años

Aquí los juegos sociales son muy importantes, como los de mesa —ajedrez, ludo, cartas, etc.—, la lectura compartida, cocinar juntos, inventar historias, tener tardes de películas o incluso actividades más hacer un huerto.

Para tener una buena experiencia en cualquiera de estas etapas, lo primero que se recomienda es que designar una área de juego. “Lo ideal, si se puede, es que los juguetes estén clasificados, con el objetivo de que los niños sepan dónde va cada uno”, explica Woldarsky. “A diferencia de lo que muchos papás y mamás creen, menos es más: debemos entregar un número acotado de juguetes para que puedan tener un juego más productivo. De lo contrario, los niños se abruman e intentan jugar con todo a la vez”.

El juego puede ser libre o estructurado, pero es relevante que los niños experimenten ambas instancias, para así poder desarrollarse de forma integral. Cuando el juego es estructurado, “tiene tiempos, reglas y en general tiende a estar mediado por un adulto”, dice Woldarsky. Eso permite enseñar a los niños habilidades específicas, y requiere ciertos pasos y mucha paciencia para poder llegar al resultado.

En el caso del juego libre, “el niño es quien está a cargo, y esta libertad le permite descubrir sus tiempos y sus ritmos, tomar riesgos creativos y conocer sus límites. Además, favorece el desarrollo de la identidad y la autoestima”.

Enfrentar a los niños y niñas a diferentes escenarios y tipos de juego también es relevante, ya que así, además de tener más estímulos para su desarrollo, también adquieren una mayor batería de herramientas para enfrentar el aburrimiento. Para Woldarsky, hay tres categorías relevantes:

1. Juego simbólico: en él se pueden replican conductas del día a día en el juego, como simular la visita al doctor o hacer una tienda de helados, y también imaginar otras, como inventar historias o hacer juegos de roles. “Esto permite que los niños puedan practicar experiencias propias de la vida, resolver conflictos y buscar soluciones alternativas”, destaca.

2. Juego exploratorio: además de divertirse, la idea es que aquí los niños y niñas “sean capaces de descubrir causas y efectos, a solucionar problemas y también a planificarse para poder llegar al resultado que esperan”, apunta la psicóloga. Los juguetes más adecuados y comunes con los bloques armables, los juegos de imanes y las masas o plastilinas.

3. Juego físico: son los que se practican principalmente al aire libre y ayudan a desarrollar la musculatura, favorecen la coordinación y la aparición de destrezas físicas. Van desde jugar a la pinta o a la escondida, hasta andar en scooter o bicicleta, jugar fútbol, saltar, correr o bailar.