En el control del segundo mes de mi hija, el pediatra me preguntó que cómo iban sus cacas. Bien, le dije yo. La frase que vino después la recuerdo perfecto: "En cuestión de cacas, hay solo tres cosas por las cuales alertarse: que sea dura, que tenga sangre o que tenga mocos".

-¿Mocos?

-Sí, mocos.

-Mocos, como… ¿mocos?

-Sí, mocos, como de resfrío.

-Es que las cacas de mi hija sí tienen mocos.

-Bueno, pero quizás ha sido algo ocasional, uno que otro moco.

-No. En todas tiene mocos.

-Ah.

Y así fue como comenzó todo. Dos semanas después, vi las primeras pintitas de sangre. Enanas, menos mal, como si uno dibujara con un portaminas una rayita de tres milímetros. Pero era sangre. "Con mocos podría haber habido duda. Con sangre no", me diría después el doctor.

Esa sangre indicaba que el intestino de mi guagua tenía un nivel de inflamación importante, provocada por una reacción exagerada de su sistema inmune a la proteína de leche de vaca. "¿Pero cómo de vaca? Si mi guagua toma solo leche mía", pensé. El problema era que yo sí tomaba leche de vaca y esas proteínas le llegaban a mi hija a través de mi propia leche. De ahí que con dos meses y medio, mi guagua recibía el diagnóstico de alergia alimentaria a la proteína de leche de vaca (APLV) y yo la noticia de que debía hacer una dieta de exclusión: no tomar leche de vaca en todas sus formas, ni tampoco comer soya, porque el 90% de los bebés con APLV suelen también reaccionar a esta. Y no, no es solo la salsa de soya. Esta leguminosa está prácticamente en cualquier alimento envasado: galletas, pan, cereales, chocolates, jamón, pollo o pavo marinado o el clásico aceite vegetal (con el cual preparan la mayoría de los platos en la mayoría de los restoranes).

Como una primeriza aplicada, yo dejé todos esos alimentos a pesar de que, afortunadamente, mi hija tenía solo un síntoma, aunque el más específico de todos. La sangre. Nos estábamos salvando de cólicos, reflujo gastroesofagógico, diarrea, estreñimiento, dermatitis y el temido y más grave síntoma: crisis anafiláctica. Todo eso lo aprendí porque —de nuevo, cual primeriza aplicada y como la mayoría de mamás de alérgicos hacen— visité a varios doctores, me leí cuanto artículo encontré en Internet y busqué muchos papers en noches de insomnio. Aprendí cosas como que la mayoría de los niños superan estas alergias alimentarias cerca del año, pero que hay 80% de probabilidades de que los hermanos también sean alérgicos. Y así fue: mi hija mayor superó su alergia al año y dos meses y mi segunda hija salió alérgica también, esta vez con más síntomas.

En el mundo de las alergias todos se creen expertos, pero siempre me pareció curioso que los mismos doctores muchas veces se contradecían entre sí. De ahí que las dudas sean muchas y que las certezas sean ilusorias. Por eso, si volviera hace cuatro años atrás, esto es lo que me hubiera gustado que me explicaran antes de emprender el camino.

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Ilustración: César Mejías.[/caption]

1. Te puede tocar fácil o difícil: Si tu bebé tiene solo cacas con mocos o un poquitito de sangre, sube relativamente bien de peso y solo estás con dieta de exclusión de lácteos y soya, considera darte con una piedra en el pecho. Hay guaguas con pésima curva de crecimiento que bordean la desnutrición porque su intestino está tan inflamado que no puede absorber nutrientes; otras con llagas en la zona del pañal, de tanta diarrea ácida que tienen; otras que hacen caca con mucha sangre; o con un reflujo tal que les impide dormir; con cólicos insoportables, y así.

2. Esto se pasa: En la gran mayoría de los casos, casi el 90%, la alergia cede antes de los dos años. Así que calma.

3. Es difícil saber a ciencia cierta a qué le tiene alergia la guagua: Muchos de los APLV son también AAM (alérgicos alimentarios múltiples). Los alérgenos más comunes son la leche y la soya, pero le siguen el huevo, frutos secos, legumbres, trigo, carne de vacuno. Yo supe de niños que eran alérgicos hasta a la manzana. Puede ser desesperante no tener respuestas certeras. Mi primera hija, por ejemplo, resultó ser mucho más alérgica a la soya que a la leche de vaca, pero eso lo supe a sus 10 meses. La paciencia es clave. Y también esa otra frase, que no es mía, pero que siempre quise usar en algún artículo: "Solo el tiempo y no la negación, elimina por completo una posibilidad".

4. Qué médico elegir: Las dos ramas de la medicina tradicional que abordan estas alergias alimentarias tienen un par de importantes diferencias entre sí. Está la inmunología y la gastroenterología. La primera es útil especialmente en los casos en que las alergias afectan no solo al sistema gastrointestinal, sino también al respiratorio y dérmico; es decir, cuando los síntomas son múltiples y cuando las reacciones son inmediatas (por ejemplo, un brote en la piel instantáneo) y no retardadas (cacas a extrañas horas o días después de comer algo). Pero la gran-gran diferencia, a mi juicio, es que los inmunólogos creen y defienden el test de parches, una prueba epicutánea donde ponen pequeñísimas cantidades de alimento en la piel de la espalda de la guagua, y van midiendo su reacción en la piel en 48 y 72 horas. Los gastroenterólogos no le creen mucho a este test, sino que su máxima de vida es: la prueba y el error.

5. Los chats y las redes: Una de las cosas que más me sirvió hace cuatro años, fue ser parte de un WhatsApp de mamás de alérgicos. Qué gusto me daba mandar libremente mis fotos de cacas, ver fotos de otras cacas, así, libres. En ese tiempo los chats eran escasos; hoy proliferan. También hay varios grupos cerrados y abiertos en Facebook y varias cuentas en Instagram que recomiendo, como larutadelaalergia, alergiaproteinalechedevaca, somosvoz_alergiasalimentarias, manuelasusaeta_psicologa o mama.aplvdatos.

6. Probióticos: Cierta parte de la medicina, especialmente la llamada integrativa, se está volcando a estudiar a las bacterias de nuestro intestino, y cómo ellas pueden mantener la salud (o no) de este órgano que ha sido considerado fundamental para el funcionamiento del sistema inmune (y casi que de todo el organismo). Lo que comemos es esencial para su cuidado. En mi experiencia, tomar probióticos (tanto la madre y la guagua) es una ayuda, porque se refuerzan las poblaciones de bacterias buenas que nuestro intestino requiere. También he sabido de muy buenas experiencias con la leche de burra: casos de niños bien enfermos, que mejoran notablemente. ¡Ojo ahí!