Guía para entender el caos de una habitación adolescente

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La mutación que cuerpo y mente experimentan en esta etapa se extrapola a sus dormitorios, fiel reflejo de este torbellino hormonal. Tres expertas dan recomendaciones para abordar como padres este proceso y no perder la cordura cada vez que abrimos las puertas de sus piezas.




Imposible rastrear el origen de la frase “Mi pieza, mi desorden, mi problema”, ni tampoco cuantificar la confusión y a ratos frustración que ésta ha infringido en padres y madres a través de la historia.

Muchas veces, entrar a la pieza de una persona que atraviesa la adolescencia es acceder a un ecosistema diferente, que incluso tiene su propia biodiversidad. Debe ser la pesadilla hecha realidad para Marie Kondo: vasos en cantidades y lugares improbables, restos de comida mutando hacia microorganismos con vida propia, ropa desperdigada en posiciones que hacen pensar que el lugar fue la escena de un macabro crimen.

Puede ser una exageración o una simplificación, depende de cada caso. Lo cierto es que la principal tarea para padres y madres es conectar con sus hijos o hijas adolescentes, impidiendo que la brecha generacional se transforme en un abismo. Un apéndice quizá poco abordado en este asunto es el de sus dormitorios, que al igual que ellos, pasan en poco tiempo de ser una ternura donde todo está bajo control hacia algo diferente, acaso extraño, desafiante a ratos, intimidante y por sobre todo separatista.

¿Es esta mutación inmobiliaria reflejo de un cambio interior sucediendo? ¿Cómo reconocer los límites entre respetar su espacio personal e inculcar hábitos mínimos de orden y aseo? Conversamos con tres especialistas en busca de señales y respuestas. Y por sobre todo: de recomendaciones. Es lo que más se necesita, ¿no?

Cambio de piel

La cosa es así: los cambios a nivel cerebral, hormonal, físico y emocional que está viviendo una persona que transita la adolescencia son los más intensos que experimenta un ser humano en su vida. Este movimiento interno tiene directas manifestaciones externas —su físico, su actitud y su voz— y otras más indirectas, como el orden de su pieza.

“Es normal y esperable el desorden en sus habitaciones, porque es un reflejo más del caos interno que están viviendo”, dice María Paz Amaya, psicóloga especialista en adolescencia. Sugiere no entender esto como un acto de rebeldía ni un gesto para molestar conscientemente. “Simplemente su cabeza está en otra parte: por un lado, en la búsqueda de socialización y aceptación; por otro, en la diferenciación y mucha introspección”, explica.

Visto así, y haciendo un poco de memoria hacia nuestra propia adolescencia —un ejercicio muy recomendable para los padres—, la verdad es que poco espacio y energía quedan para mantener una habitación ordenada. Desde esa perspectiva, de hecho, parece una tarea totalmente irrelevante.

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Sin embargo, y aunque parezca que no, Amaya asegura que “la pieza es un espacio fundamental. Es su guarida, el lugar donde pueden resguardarse si se sienten mal o les pasa algo”.

Y claro que les está pasando algo: están literalmente mutando. Valeska Woldarsky, psicóloga infanto-juvenil y magíster en psicología en la PUC, cree que analizar la pieza de una persona adolescente es casi como mirar un espejo de su situación interna. “Seguramente veremos una combinación de elementos infantiles con adolescentes, una transición muy fuerte, como cuando las serpientes cambian de piel”.

Josefina Escobar, profesora de la Escuela de Psicología de la U. Adolfo Ibáñez, refrenda esa idea, ya que cierto desorden con la puerta cerrada es un lugar necesario para experimentar todos esos cambios vitales. Explica, o más bien nos recuerda, que en la adolescencia tenemos que acostumbrarnos a muchas cosas nuevas, desde un cuerpo que se modifica día a día hasta otras sensaciones y olores que aparecen.

“Es una etapa en que exploran sus cuerpos, su sexualidad, y para eso la privacidad es algo que necesitan. Su habitación suele ser el único espacio propio en el que pueden tener sus pequeñas reglas; es su refugio”.

Crianza democrática

Para evitar grandes enfrentamientos y peleas, lo importante es aplicar la diplomacia emocional. Dar si se quiere recibir. Para aquello, lo primero es saber dónde estamos parados.

“La vaca se olvida de cuando era ternero”, dice Woldarsky. “Es súper relevante esa herramienta: pensar qué pasaba por uno durante esos años, qué me hubiese gustado escuchar, o qué escuchaste y no te gustó”.

Lo segundo, agrega, es examinarse para saber “de dónde” vienen los límites que se quieren poner. ¿Desde el enojo, la frustración o del deseo de enseñar? La idea, aconseja, es que la energía provenga desde este último lugar, y que se aplique con calma y paciencia.

Otro idea para esta búsqueda de comunes acuerdos lo aporta Josefina Escobar. “Es importante mostrar respeto por su privacidad”, dice. “Por ejemplo, siempre golpear su puerta antes de entrar, o preguntar antes de botarles algo suyo (aunque a todas luces esté malo, roto o podrido). También darles libertad de decoración”.

Se trata del viejo y siempre complicado “tira y afloja”. Según explica Escobar, luego de entregar ciertas libertades, se puede negociar los grados de orden que esperamos. “Es importante ser tolerantes y plantearnos qué tan relevante para mí como madre es el orden que tenga mi hijo o hija adolescente en el dormitorio, entendiendo que es su único espacio privado”.

Es clave, como apunta María Paz Amaya, hacer partícipe de las decisiones domésticas a los adolescentes. Y enseñarles cosas que uno cree que son obvias pero que en realidad se tienen que aprender.

“Explicar con paciencia por qué es importante el orden y la higiene. Por ejemplo, que los vasos o platos sucios, como también la basura, pueden atraer hormigas, infecciones o malos olores. Es fundamental que así como exigen respeto a sus espacios, también tienen que hacerlo con el de los demás”.

El timing siempre es relevante. Si uno ve que si el adolescente no encuentra algo, como un cuaderno o una polera, Amaya lo considera un buen momento para ofrecer ayuda y explicar —no imponer— la importancia de mantener un mínimo de orden.

La crianza democrática, explica Valeska Woldarsky, tiene que ver con todo esto. “Dar espacio para poder conversar, negociar y ser parte de las normas y límites presentes en la casa”. Para que funcione, es recomendable darles cierta capacidad de elegir, una ilusión de alternativa. “Decirle que tiene que cooperar en el aseo de la casa, pero que puede escoger el día en que tiene que lavar la loza. Ahí lo escuchas y muestras interés en cuales son sus elecciones, ya que la imposición de normas y tareas casi siempre genera rechazo”.

Sin embargo, advierte, hay una enorme diferencia entre democrático y permisivo. En los límites y en la entrega de responsabilidades está la enseñanza de autonomía y de independencia que tanto padres como hijos buscan desarrollar.

“El mensaje que subyace es ‘yo creo en ti y sé que puedes hacerte cargo de ciertas cosas’. Por el contrario, si uno les hace todo y no les exige nada, se puede tener la mejor intención pero sin querer darles el mensaje de que no se cree mucho en sus capacidades”.

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Predicar con el ejemplo

Muchas veces, los padres y madres piensan que hay cosas que en la adolescencia se desarrollan por defecto. Y que las reglas y normas para una sana convivencia están implícitas.

Pero no es así. Explican las tres especialistas que inculcar estos hábitos requiere tiempo, paciencia y perseverancia. Lo bueno es que hay algunas recomendaciones que pueden resultar bastante clarificadoras.

“Un consejo es no criticar tanto. Por ejemplo, nunca decirle que la pieza ‘es un asco’”, dice María Paz Amaya. “El o la adolescente recibe esto como un ataque personal, porque su pieza refleja su identidad”.

Josefina Escobar propone generar en la familia “la idea de equipo” y que cada miembro tiene ciertas responsabilidades que, cuando no se cumplen, se carga la mano de otro. “Es muy importante modelar con el ejemplo. Si yo nunca levanto mi taza de té o siempre dejo mi ropa tirada, es muy difícil esperar una conducta diferente de parte de mis hijos”.

Ese punto es crucial, porque aunque no parezca, Escobar asegura que “en esta etapa, más que nunca, están mirando con mucha atención qué tan coherentes somos entre lo que decimos y lo que hacemos”.

Las reglas y normas, por lo tanto, tienen que tener sentido y consecuencia, correlaciones de causas y efectos. Si el hijo o hija no mantiene su ropa ordenada o no la lleva al cesto de prendas sucias, difícilmente va encontrar la polera que quiere en el momento que la necesita.

“O explicar que por un tema de salud, en particular en este periodo, la ventilación de la casa es importante, y eso incluye su habitación”, ejemplifica.

Finalmente, la académica refrenda que “cuando las reglas las ponemos de forma consensuada, o las pensamos en conjunto, los adolescentes suelen ser mucho más receptivos y están más dispuestos a cumplirlas. Y además se refuerza positivamente su autonomía”.

En conclusión, pareciera ser que la versión inversa del cartelito en la puerta de la pieza adolescente (y que quizá incluso tuviste), ahora rezaría algo como “Su pieza, su desorden, nuestro problema”. O desafío: mejor dejémoslo en desafío.

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