Estamos terminando el periodo de vacaciones, que no significa que se acabe el verano y menos el daño que puede producir la exposición al sol. Esta última semana de febrero, a diferencia de la pasada, las altas temperaturas han sido la tónica que ha marcado los días.
“Exponerse al sol es muy agradable”, dice Nelson Navarrete, dermatólogo oncólogo, profesor asociado de la Universidad de Chile y ex presidente de la Sociedad Dermatológica de nuestro país. “Libera endorfinas y hace sentir muy bien a las personas, pero tiene un alto riesgo de generar tumores o de producir quemaduras. Cosméticamente, además, una piel muy soleada envejece más rápido y tiene más manchas”.
¿Obtener placer inmediato o postergarlo para vivir más y mejor? Ah, la piel y el sol no se escapan de este gran dilema contemporáneo. Por un lado, la publicidad, la vida social y Azúcar Moreno nos insisten en que solo se vive una vez (#YOLO), pero por el otro, la ciencia y los especialistas, considerando que la esperanza de vida en Chile llega a los 80 años, promueven la precaución y la cautela. Y no por un asunto moral: el carcinoma basocelular, un tipo de cáncer a la piel que afecta principalmente a la cara o las zonas expuestas al sol, es “el tumor maligno más frecuente en los seres humanos”, dice Navarrete.
La manera más eficiente de protegernos de los rayos UV —que son los que, por su longitud de onda, nos pueden generar quemaduras en la piel y en el largo plazo algún cáncer— es no exponernos a la luz solar en las horas donde la radiación es más intensa, que en estos meses serían entre las 10 de la mañana y las 4 de la tarde. Si eso no es posible, entonces deberíamos cubrirnos lo más posible, con sombreros, lentes de sol y protector o filtro solar para la piel.
“La idea es proteger la piel de la quemadura solar, que es cuando queda roja”, explica Navarrete. “Ese daño genera repercusiones inmediatas, como dolor e hinchazón, pero también cosas que no se ven, como una eventual alteración genética en las células basales de la piel, que si llegan a reproducirse, son capaces de generar tumores, sobre todo a nivel facial”.
En cuanto a la ropa, la evidencia muestra que entre más gruesa y densa esta sea —como la lana— más nos protegerá de la radiación, aunque más posibilidades tendremos también, si vamos muy cubiertos, de desmayarnos de calor en la mitad de la calle. No hay mucho que hacer al respecto: cuando suben las temperaturas, baja la cantidad de prendas y la superficie del cuerpo que éstas cubren. Por lo tanto, la protección más efectiva contra los rayos UV es el uso de filtros solares.
Efe pe ese
Todas las cremas, aerosoles, geles, aceites o incluso cosméticos que digan proteger de la radiación solar tienen —o deberían tener— una sigla y un número en su etiqueta. Es el FPS, “que significa ‘Factor de protección solar’”, explica la dermatóloga Consuelo Cárdenas, instructora adjunta de la Facultad de Medicina de la Pontificia Universidad Católica. El número que suele estar a su lado, y que en Chile normalmente va del 15 al 50, “indica la fracción de rayos ultravioleta, específicamente los rayos UVB, que llega a la piel protegida. Por ejemplo, un FPS 50 permite que sólo 1/50 de los rayos UVB lleguen a la piel”.
Hay que tener en cuenta, eso sí, que cuando hablamos de FPS, 15 + 15 no es igual a 30. O dicho de otra manera: un filtro con factor 30 no protege el doble que uno con factor 15. “No es lineal ni proporcional a su número”, dice el dermatólogo Navarrete. “Es una curva que se aplana después del 25, y de ahí en adelante lo que aumenta en protección es muy poco. Por eso se eliminó cualquier número más alto que 50, porque la diferencia hacia arriba es muy baja”.
El FPS 15, por ejemplo, protege del 94% de los rayos UVB —los más dañinos entre los que traspasan la atmósfera—, el FPS 30 filtra un 97% y el FPS 50 un 98%. “Es una curva exponencial”, enseña Cárdenas. La diferencia no parece mucha, pero como la medición del factor está hecha según una aplicación de 2mg de protector por m2 de piel —"algo que no se cumple en el uso habitual de las personas", según la docente UC—, lo más eficiente es usar el filtro con el mayor FPS posible.
Que el factor sea mayor tampoco significa que nos protegerá por más tiempo: cualquiera sea el FPS, para que realmente funcione hay que repetir su aplicación durante el día. “Los filtros se degradan con la exposición al sol”, agrega Navarrete, y menos dura su efecto si uno se sumerge al agua o hace actividad física.
“Lo ideal es aplicarlo 20 o 30 minutos antes de la exposición solar, y repetirlo cada 2 o 3 horas. Además, se debe volver a aplicar después de bañarse en la piscina o en el mar, incluso después de manguerearse”, dice Cárdenas. “Sino, baja considerablemente el efecto y en algún momento será nulo”, apunta el profesor de la U. de Chile, quien además enfatiza en un malentendido muy común respecto a estos productos: que son elementos de protección y no una herramienta para aumentar la exposición al sol.
“No están hechos para que uno se tienda al sol”, dice. “Echarse al sol, incluso con un buen filtro solar, es un error, ya que en poco tiempo va a ser superada su capacidad de protección”.
Crema o espray
El reinado del protector solar en crema —los especialistas recomiendan no decirle “bloqueador”, ya que además de ser impreciso, da una falsa sensación de inmunidad— se ha visto amenazado durante los últimos años por la irrupción de los filtros en aerosol, cada vez más económicos y accesibles, con la promesa de que además de proteger son mucho más fáciles de aplicar.
“No hay diferencias entre uno y otro”, dice Nelson Navarrete. “Lo importante es que sea bueno en capacidad de protección y además tenga cierta aceptabilidad en el público. Si un filtro en crema deja la cara blanca, la gente adulta tiende a no ponérselo, pero todos son buenos si están correctamente aplicados”.
Consuelo Carrasco sí hace algunas distinciones. “Los aerosoles son más fáciles de aplicar, pero tienen una base líquida que puede ser menos estable para la mezcla de las moléculas fotoprotectoras”. Además, una vez evaporada la base del producto, puede ocurrir un efecto secante capaz de producir irritación. “Por eso, no se recomiendan para uso diario en zonas sensibles”. Las cremas, en cambio, tienen la ventaja de poder aplicarse de forma más uniforme, “y los diferentes tipos de bases disponibles permiten incorporar múltiples moléculas fotoprotectoras y ser usados en pieles más sensibles”.
Sea cual sea el formato, Navarrete recalca en que debe usarse a diario, frente al espejo, esparciendo una capa homogénea por todas las zonas que puedan quedar expuestas. Eso sí, lo que más hay que proteger es la cara y las orejas, donde los tumores son más frecuentes. “La piel del rostro está permanentemente expuesta, solo por caminar en la calle te llega sol”, dice. “Y es un daño acumulativo, que manifiesta sus consecuencias décadas después. Si a un niño se le quema la piel a los 5 años, puede tener cáncer a los 50. Por eso, la protección debe estar enfocada en la niñez y adolescencia, ya que a los 18 o 20 años uno acumula el 75% del daño solar de la vida”.
O sea, si uno se expuso al sol sin protección durante toda la infancia y primera juventud, da lo mismo que a los 25 años uno se vaya a vivir a Groenlandia: el cáncer podría aparecer igual.
Lo barato, ¿cuesta caro?
Es común ver, en los estantes cercanos a las cajas del supermercado, al lado de los chicles y los super 8, pequeñas botellas con filtros solares de distinto FPS. Son en crema, no cuestan más de 2 mil pesos, pero es inevitable sospechar: ¿por qué están ahí, al lado de golosinas llenas de sellos negros, y no en el pasillo más serio de los cuidados médicos, junto a los parches curita o la povidona? ¿El precio de un protector solar es proporcional a su capacidad de filtrar el sol?
Es lógico pensarlo, puesto que las diferencias no son anecdóticas: un protector en crema Simond’s, de 195 ml y FPS 50, cuesta $3.490. Otro Banana Boat, también en crema, de 180 ml y FPS 50+, vale más del doble: $8.990. Y uno ISDIN, de solo 50 ml y con igual FPS, tiene un precio de $18.990.
“Los más caros, en general, combinan una cantidad de compuestos fotoprotectores físicos y químicos para lograr diferentes efectos cosméticos: oil free, humectante, con o sin color, transparente, de fácil aplicación y absorción, etc.”, explica Cárdenas. “Eso los puede hacer más estables, además de que algunos incorporan antioxidantes, despigmentantes o sustancias reparadoras del daño de ADN. Sin embargo, no necesariamente uno más caro protege más contra los rayos UV”.
Lo mismo opina Navarrete. “El precio no debería provocar diferencias en la protección. Estos son productos testeados, y si ofrece 25, tiene que proteger 25”. Según él, las diferencias tienen que ver más con la galénica, es decir, las características cosméticas del producto, además del prestigio de la marca.
Ambos dermatólogos recomiendan usar el mayor FPS posible, pero no quedarse con el protector solar como único elemento de cuidado frente a la radiación. “Como elemento único es insuficiente”, dice el ex presidente de la Sociedad Dermatológia de Chile. “Hay que tener un sombrero adecuado, con alas, que proteja las orejas, y lentes de sol. Uno no puede aplicar filtro en los párpados, que son muy frágiles al daño solar, y hay que protegerlos con lentes o sombra directa”.