Para varios, además de comida y bebida abundante, el fin de año es sinónimo de reunión social y familiar. En algunos casos se gestan reencuentros e incluso se practican tradiciones, sin embargo hay algo no tan agradable que también puede suceder en estas instancias. Sí, estamos hablando de esas preguntas o temas —con tono inquisidor muchas veces— que proponen familiares, amigos de estos o simplemente personas que se encuentran en el mismo lugar y que no tienen el “tino” suficiente para evitar un momento incómodo.
En 2001, Renée Zellweger encarnó por primera vez a Bridget Jones, un personaje que marcó a más de una generación: era una mujer soltera que atravesaba sus 30 lo mejor que podía, metiendo la pata de a menudo en medio de una sociedad británica muy conservadora y machista. En una escena, ella llega tarde a una comida en la que solo hay parejas. Después de ser presentada, un hombre le pregunta por qué está soltera, algo que evidentemente la pone incómoda.
Momentos desagradables como ese pueden surgir a partir de preguntas diversas, ya sea por las opciones sexuales, el trabajo, la política o la alimentación, iniciando conversaciones indeseadas en instancias que deberían ser alegres y distendidas.
¿Pueden evitarse estas preguntas incómodas?
La única manera de evitarlas sería no yendo a la celebración. Pero como eso puede traer consecuencias todavía más indeseadas, el deber de cada uno es “ser asertivos al comunicar nuestro malestar o incomodidad al hablar de ciertos temas”, expresa la psicóloga Paola Castro, del Centro Médico Cetep. Por supuesto, es algo que suena más fácil de lo que es en realidad. La mayoría simplemente reacciona poniéndose “extremadamente tensos ante familiares que plantean temas inoportunos, conversaciones que nos llevan a cuestionarnos a nosotros mismos y nos ponen en tela de juicio frente a los demás”.
Estar en alerta todo el tiempo es agotador. La opción que plantea la especialista es que para afrontar un escenario de este tipo lo mejor es dejar en claro que esa clase de preguntas —como “¿cuándo se va a poner a trabajar, m’hijito?”, “¿por qué se echa a perder el cuerpo con esos tatuajes?”, o “¿este año si nos trae un nieto?”— es preferible no responderlas en una instancia de festejos como esta. Y salir jugando con otro tema.
En nuestra sociedad, dice la psicóloga Claudia Parra, especialista en adolescentes y adultos, se suelen hacer preguntas o comentarios sobre el trabajo, el cuerpo o la vida amorosa, y es porque “se siguen valorando ciertos ideales de rendimiento, como tener éxito en el trabajo, verse bien físicamente o tener pareja”.
“El problema es que muchas veces nos sentimos deprimidos y agobiados por estos imperativos. También simplemente podemos estar en desacuerdo con ellos o pueden causarnos daño o sufrimiento en la medida en que nos vemos como incapaces de alcanzarlos”, explica.
Al igual que Castro, sugiere que ante una pregunta incómoda en este tipo de instancias, es preferible “desviar el tema, tomar una pausa y en otro momento poder reflexionar en familia sobre aquello que incomoda”.
¿Cómo enfrentar un escenario así?
Si simplemente no tienes ganas de contestar una pregunta que te resulta incómoda, hay que tratar de no darle tantas vueltas al asunto: simplemente tener en cuenta que solo hay que compartir la información que uno desea. Es decir, “responder parcialmente, desviar el foco de conversación si es que ése te desagrada y saber pasar a otro tema”.
Claudia Parra, quien trabaja en el Centro Espacio Palabra, dice que “es natural sentirse cansado de las mismas preguntas estereotipadas. Para contrarrestarlo, podemos proponer otros focos de conversación que no tengan que ver con el ‘yo’. A veces nos centramos mucho en nuestras individualidades, cuando también podemos hablar de las realidades compartidas y nuestras interconexiones como grupo”.
“Ser asertivos involucra muchas cosas y resulta difícil ponerlas en práctica todas. Pero debemos comenzar por mostrar nuestro disgusto de manera respetuosa”, analiza Castro. “Si la otra persona no accede a nuestra petición de cambiar de tema, lo mejor es retirarnos del lugar y poder mantener la calma con algún tipo de distracción que nos genere bienestar”.
¿Por qué responder nos puede doler más que no hacerlo?
Cuando tu abuela te pregunta por los estudios —pero acabas de salirte de tu segunda carrera— o un tío insiste en que estás más gordo que antes —siendo que llevas varios meses tratando de bajar de peso—, sus palabras pueden sentirse como una punzada en el estómago o como una rápida subida de la temperatura. Parra observa que “puede ser valioso preguntarte por qué no quieres responder y poner atención a lo que ocurre internamente”.
“Muchas veces nos damos cuenta de que sentimos algún tipo de malestar emocional con ciertas preguntas, y puede ser porque tendemos a sentirnos insuficientes o a identificarnos de sobremanera con algunos asuntos”, afirma, por lo que “se puede llegar a sentir tristeza si percibimos que no logramos rendir en el trabajo o nos sentimos ofuscados al hablar de política”. Si no sabemos cómo responder, en vez de acabar la conversación termina alargándose más, lo que también prolonga el mal rato y posibilita eventuales consecuencias, como discusiones, peleas o desbordes emocionales. Por eso, si nos sentimos muy mal hablando del tema, lo mejor es no abordarlo y saber pasar de largo.
Límites
Los límites pueden ejecutarse de forma expresiva, manifestando “lo que nos genera incomodidad o nos hace sentir mal”, comenta Castro. Una declaración de principios que además puede reforzar nuestra autoestima.
Pero como no todo el mundo tiene la personalidad para hacerlo, y no todo contexto lo permite, Parra sugiere evaluar caso a caso. “Si las preguntas o comentarios se generan en un ambiente de confianza y afecto, podría ser sumamente valioso atreverse a explicitar que no hay ganas de responder ni ahondar en un tema”, enfatiza. Después de eso, es importante hacer un análisis de por qué esos temas nos provocan esta incomodidad y conflicto interno, porque “puede permitirnos mirar más profundamente los significados y emociones que asociamos al tema en cuestión”.
“Creo que es relevante reflexionar, conversar y poner otros puntos sobre la mesa”, profundiza la psicóloga de Espacio Palabra, “porque a través del entendimiento se pueden instalar límites y respeto”.
“Tampoco podemos desconocer que hay cuestiones de época”, agrega, “y muchas veces los mayores se desubican con algunas preguntas pero no porque sean malas personas, sino porque tienen incorporados otros aprendizajes”. Si hay suficiente cercanía, es fundamental “educar a nuestro entorno y familia, conocer y discutir asuntos de género, de feminismo, de derechos humanos o de medio ambiente, entre otros asuntos que han cambiado vertiginosamente en los últimos años”.
Sin superioridad moral
Si es que los demás no están respetando nuestros límites e insisten en llevar la conversación hacia donde nos incomoda, lo que ambas especialistas aconsejan es mantener distancia. “Salirse un momento, pensar y tener claridad sobre lo que se quiere decir al otro, para que cuando la conversación se vuelva a dar estemos seguros o seguras de lo que vamos a responder y exista concordancia en lo que decimos”, apunta.
La incomodidad que se puede gestar depende netamente del caso, “aunque en términos generales hay que evitar caer en la queja y crítica centrada en el otro”, complementa Parra. En esta misma línea, es importante “no emitir juicios de valor respecto a la manera en que se expresa la otra persona, además de hablar con cercanía y no caer nunca en la superioridad moral”.
“Para avanzar, tenemos que cuestionarnos y hacernos parte del problema. Intentar mostrar que a muchos nos educaron de una manera que hoy está haciendo crisis, en la que se normalizaba la humillación al otro por ser diferente”, comenta. Por eso es vital no caer en ese juego y tratar, “aunque resulte difícil, de decir esto está mal”.