Mucho antes de la llegada del coronavirus, el frío, la lluvia y el invierno ya eran sinónimos de encierro en Chile. “No salga, m’hijito, que está muy helado”: esa frase era —y sigue siendo— muy común entre los adultos cuando algún niño se asoma al patio o la calle con ganas de ir a jugar. “Quédese adentro, mi niña, se puede resfriar”, es otra. “¡No, vas a quedar todo sucio!”.
A pesar de que en la zona centro-sur de nuestro país el frío no es tan extremo estos meses —las temperaturas no suelen llegar a los 0º—, está muy arraigada en nuestra cultura la idea de que el clima invernal “es malo” y que incluso puede resultar perjudicial para las niñas y niños salir al exterior cuando afuera está mojado o con pocos grados celsius.
“No hay climas inadecuados sino ropas inadecuadas”, dice María José Buttazzoni, fundadora y directora del jardín infantil Ombú, uno de los primeros en enfocar su programa en el aprendizaje al aire libre. Ella no sabe de dónde viene esta mala predisposición al frío, pero sí que poco a poco eso está cambiando: cada vez hay más conciencia de lo importante que es para los niños pasar tiempo afuera.
Buttazzoni cuenta que, según algunos cálculos que se han hecho, los niños y niñas deberían estar al aire libre unas mil horas al año. Esta cantidad —entre dos y tres horas diarias sin un techo que los cubra— es la que permitiría satisfacer completamente sus necesidades de movimiento, y por lo tanto entregarles un desarrollo más integral. “Actualmente, los niños en las ciudades solo están pasando un promedio de 120 horas al año fuera de las casas o las salas de clase”, agrega.
Marcial Huneeus, director ejecutivo de la Fundación Patio Vivo —dedicada a implementar paisajes de juego y aprendizaje al aire libre—, dice que actualmente, de acuerdo a ciertos estudios, “las niñas, niños y adolescentes pasan alrededor del 90% de su tiempo en espacios interiores. Si no tomamos medidas, durante estas vacaciones de invierno puede ocurrir que estén el 100% de su tiempo dentro de las casas”.
No es que estar cómodo, calientito, abrigado y tranquilo en el hogar sea algo malo. Pero “afuera hay oportunidades de aprendizaje que no están disponibles en el espacio interior”, como explica Catalina Correa, psicóloga, académica de la Facultad de Educación de la U. del Desarrollo y coordinadora de la Red de Educación al Aire Libre. “De partida, en el exterior las posibilidades de contagio de enfermedades respiratorias es mucho menor, ya que se mantiene más distancia”.
El frío no muerde
¿Por qué en la zona central de Chile nos da tanto pánico las bajas temperaturas o la humedad? Matías Knust tiene una teoría: “probablemente tiene que ver con una visión muy española de la vida”, dice el sociólogo especializado en infancias, director de la fundación Cifrep en Chile, ONG que promueve la educación en la naturaleza. “Los españoles no son muy buenos para el frío, y eso se contrapuso a la cultura indígena chilena, donde yaganes, selknam o incluso mapuches andaban con poca ropa a pesar de la humedad y la baja temperatura. Alejarse de lo indígena y ser lo más ‘civilizado’ y occidental posible también significa estar bien vestido, no ensuciarse y quedarse adentro”.
Evidentemente, aún nos encontramos con esta barrera cultural que nos impide aprovechar el espacio exterior cuando el clima no es seco ni templado. Algo muy diferente de lo que ocurre en Escandinavia, por ejemplo, donde la temporada fría dura 8 meses o más y las temperaturas alcanzan los -10ºC en un día cualquiera. Así y todo, los niños salen a jugar con la nieve o las lagunas congeladas sin mayores dramas.
Eso lo comprobó Knust cuando estudió en la ciudad noruega de Trondheim. “Podemos darnos cuenta de que ver el invierno con distancia ha sido un error, de que podemos salir y conectarnos con su clima. Hay que desmitificar estas fake news de que si salgo con frío o lluvia me enfermo, sino que incluso me hace bien si tengo la ropa adecuada”, dice.
Lo cierto es que las personas no se resfrían porque hace frío, “sino porque se cruzan con un virus y luego un cambio de temperatura favorece su desarrollo en el cuerpo”, como explica Buttazzoni. “Y un niño o niña de 6 años es difícil que se enfríe, porque está siempre en movimiento”. De hecho, y como se demostró hace unos años con la crisis de virus respiratorios, el encierro y las cuarentenas debilitaron nuestros sistemas inmunes, algo que en parte se puede recuperar en contacto con la naturaleza, “comiendo un poco de tierra”.
Beneficios de estar afuera
Para Paula Araneda Parischewsky —fundadora y directora del Bosque Escuela Kawansh, un proyecto educativo al aire libre a las afueras de Concepción—, solo con cruzar la puerta de la casa hacia el exterior, incluso en medio de una ciudad, el niño o niña realiza un gesto muy potente, “que comienza a formarlo como pequeño ciudadano”.
“Se conecta con el entorno inmediato, su pequeña o gran comunidad: desde su cuadra o plaza hasta su ciudad o los parques nacionales y zonas naturales. Conoce a quien vende sopaipillas en la esquina, qué micros pasan por su barrio, los árboles que hay alrededor, cómo es el entorno respecto a la luz. Deja su casa, su refugio, para ser parte de la comunidad y la sociedad”.
La evidencia respecto a los beneficios que trae estar afuera es mucha, dice Catalina Correa. No solo porque los espacios abiertos promueven más el juego y la movilidad —que es como los niños más fácil aprenden, se vinculan con otros y sociabilizan—, sino porque además trae otros añadidos. “Los exteriores son lugares de constante cambio, imprevisibles, donde aumenta el espacio de acción. No es lo mismo jugar en un patio cuando hay charcos que cuando no, o con arena seca o húmeda. Son distintas oportunidades que fomentan la adaptabilidad de niñas y niños”.
Aparte, para los adultos también es más fácil pasar tiempo con sus hijos al aire libre: el juego o la diversión muchas veces se crea espontáneamente y no hay que tener demasiadas actividades planificadas como cuando se está dentro de la casa.
“Pero no es solo juego”, advierte Araneda: “el niño o niña está desarrollando su motricidad fina, conociendo lo que es una rama, sintiendo lo que es la tierra. Aunque no lo pueda decir, su cerebro se hace preguntas: ¿por qué la tierra es café? ¿Por qué hay piedras más grandes y más chicas? Está generando pensamiento reflexivo y creativo”.
¿No son suficientes virtudes? Aquí hay más: está comprobado que pasar tiempo al aire libre, aunque sean veinte minutos, disminuye el estrés, la ansiedad y la agresividad. “En los niños aumentan los tiempos de concentración, favorece su autonomía y la empatía”, agrega Correa. “Generan un vínculo más fuerte con la naturaleza y por lo tanto la cuidan o se comprometen más con el medio ambiente”. Y por supuesto, aumentar el movimiento mejora la salud, la fortaleza de huesos y músculos, disminuye la miopía y se evita la obesidad.
Cómo vestirse para jugar en el frío
Pero después de la barrera cultural viene la textil. La excusa que muchos padres o adultos usan para que sus hijos no salgan a jugar afuera es que no tienen la ropa adecuada. En una buena cantidad de casos eso es cierto: como nos acostumbramos tanto a estar adentro, y ya que la estación seca y calurosa se ha expandido por el calendario, no tenemos prendas que soporten bien la lluvia o el frío.
Es inevitable tener que invertir algo en ropa invernal, pero tampoco es necesario gastar demasiado. Lo principal es seguir dos grandes reglas: vestirse en capas y, en lo posible, evitar el algodón.
Capa a capa
Como ya hemos dicho en otros artículos, vestirse en capas es la mejor forma de enfrentar las bajas temperaturas y al mismo tiempo sentirse cómodo. Esto no significa ponerse tres poleras y cuatro chalecos, sino entender que cada prenda cumple una función y que uno puede ir agregándolas o quitándolas según las circunstancias.
La idea es pensar en tres capas. La primera es quizá la más importante, ya que está en contacto con la piel y se encarga tanto de retener el calor corporal como de evitar que la transpiración se mantenga y se enfríe. Por eso es que no debe ser de algodón.
Primera capa niños Wedze Ski BL100
“Es un material que se humedece muy rápido y cuesta mucho que se seque”, dice la directora de Kawansh. “Por eso la primera capa debe ser de tela sintética, ya que esas son transpirables”. Ojalá si es de una marca conocida y diseñada para deportes outdoor, pero sino una camiseta de fútbol o una prenda básica de poliéster también servirá.
Primera capa Lippi Skintec 2000 niños (superior e inferior)
Un gran material, dice Matís Knust —aunque algo más caro— es la lana merino, que es natural y además consigue mantener el calor, no retiene la humedad, tampoco pica y duran mucho tiempo. “Pero lo más importante es que sea cómoda”, dice. Arriba de esta primera capa igual se puede usar una polera común y corriente.
La segunda capa, que es la intermedia, son los polerones o chalecos. Si no hace tanto frío —digamos unos 8º—, estas dos capas pueden ser suficiente para estar jugando afuera. Lo ideal es que sea algo de polar o sintético, para que no retenga humedad.
Polerón polar niños Quechua MH100
“El aire que se crea entre la primera capa y la segunda es el que permite que se mantenga calientito el cuerpo”, explica Knust. “Y eso debería ser suficiente en la zona central”.
Para climas algo más fríos —5º o menos— o lluviosos, hay que agregar la tercera capa, que debe ser una parka impermeable con capucha. Para eso se pueden ocupar chaquetas tipo pescador, no tan abrigadoras pero muy resistentes al agua, o bien parkas rellenas, más capaces de retener el calor.
La idea de estas tres capas es que si de pronto se despeja y sube la temperatura, uno se las puede quitar fácilmente sin tener que andar con demasiada ropa bajo el brazo. Y si el clima vuelve a enfriarse, o se detiene el juego, también es sencillo abrigarse de nuevo.
“Siempre, eso sí, hay que escuchar a los niños”, dice Knust. “No sobrecargarlos de ropa como para que no se puedan mover. Hay que preguntarles si están cómodos, porque de lo contrario les creamos un trauma y luego no tendrán ganas de salir. La idea es pasarlo bien, y con mala o mucha ropa es difícil”.
También hay que entender que mientras estén jugando será difícil que a los niños les dé frío. “Pero si el adulto está sentado en una banca mirando el celular, seguramente sí tendrá frío y querrá irse o abrigar demás a los niños”, agrega Huneeus. Por eso, es importante que los adultos se involucren en el paseo, que suban el cerro, que participen en la plaza, que tengan una actitud proactiva.
¿Y los zapatos? Las zapatillas de lona no serán de mucha ayuda. Ideal si se cuenta con calzado especial para la intemperie o botas de agua si hay mucha lluvia —para ellas se recomienda usar doble calcetín—, pero unas buenas zapatillas de cuero igual conseguirán el objetivo. Lo importante, si el paseo será largo, es llevar un par de recambio para el regreso.
Bototo de montaña y trekking niños Quechua MH100
“Siempre conviene planificarse y andar con una mochila con un cambio de ropa: otro par de calcetines, otra primera capa y un pantalón extra, además de otras zapatillas si se puede”, dice Araneda. “Nunca puede faltar una botella de agua y ojalá llevar una colación para compartir”. “Sentarse y disfrutar algo para comer con un paisaje lindo es un momento inolvidable para cualquier niño”, agrega Knust.
Qué hacer al aire libre
Para muchos padres y madres, el impedimento no está tanto en el clima ni en la ropa como en su falta de experiencia a la intemperie. ¿Cómo entretener a los niños tan lejos de la tecnología o los juguetes?
“Los adultos solemos tener más resistencia a lo diferente que los niños”, dice Catalina Correa. Pero como ella misma explicaba antes, al aire libre se necesitan menos materiales para pasarlo bien.
“Se puede llevar canasto para recolectar conchas o piedras, baldes para jugar con arena, botas para saltar en el barro y un termo con leche caliente para cuando termine. Con eso se podría pasar toda la tarde”, cree la académica UDD.
Araneda recomienda centrarse en los niños, ver qué es lo que les provoca curiosidad o entretención. “Que eso guíe el paseo”, dice. “Si le damos rienda suelta a su niñez será éxito seguro”..
No conviene ser esquematizados ni estresarse por si las cosas no cuajan desde el principio. Eso puede alterar todo el ánimo de la salida. Según Buttazzoni, los niños demoran entre 15 a 20 minutos en negociar con su entorno. Si se trata de una primera vez en un parque, “habrá una situación incómoda al comienzo, que están aburridos, alguna pelea, pero luego algo pasa: se ponen a jugar solos o con sus hermanos o amigos. Hay que dejarse estar, sentarse, observar y esperar”. Cultivar la paciencia.
Para gatillar eso, de todas formas, siempre se puede armar un tesoro escondido, una recolección de hojas, una observación de pájaros o bichos, o un veo veo qué ves. “Pero también dejar que los niños se aburran, no solucionarles todo”, advierte. “Los niños ya no saben aburrirse, están siempre esperando a que los adultos les planifiquen las actividades. Quizá el primer paseo no sea tan exitoso, pero el segundo será más fluido y el tercero agarrará vuelo solo”.
*Los precios de los productos en este artículo están actualizados al 1 de julio de 2024. Los valores y disponibilidad pueden cambiar.