La primera vez que tuve que calmar a mi hijo Manuel de un llanto desgarrador fue la noche de sus primeras vacunas, a los dos meses de vida. Cerca de las 3 de la mañana lo tomé e intenté activar en mi memoria alguna canción infantil, pero no pasó nada, totalmente en blanco. Hasta que de repente, de la nada, empecé a cantar Tu pirata soy yo, y mi mar es tu corazón, mi bandera tu libertad, mi tesoro poderte amar… de alguna parte de mi cabeza Chayanne apareció como la mejor opción y funcionó: se calmó y durmió. ¿La razón? Aparte de que dicen que la voz de una siempre los calma, creo que la letra refleja perfectamente el amor entre una madre y un hijo. Hoy, ya tiene casi cinco años y cuando a veces le canto una estrofa de esa balada ochentera toma una actitud distinta: se queda quieto y me mira. Quizás no es nada o quizás lo es todo. Prefiero creer que la música marca los momentos de la vida y ojalá que siempre sean los mejores.
Con mi pareja Martín —quien es guitarrista de Ases Falsos y anteriormente de Teleradio Donoso— creemos, sobre todo él, que la música debe estar presente siempre. Él fue quien se quedó las noches previas al nacimiento de nuestro hijo haciendo una lista con buenas canciones para cuando llegara ese día, yo aporté algunas, como "Please don't go girl" de los New Kids On The Block. Él, en cambio, sacó de su repertorio de vida esas que lo hicieron querer ser músico, donde deambula desde Prince, Marvin Gaye, The Clash hasta Spinetta. Manuel decidió nacer con "Kingston Town" de UB40 que, si existe un ranking de canciones buena onda, debe estar entre los tres primeros lugares.
Los días siguientes a que naciera —mientras seguíamos en la clínica y entraban enfermeras, familiares y amigos— esa lista no paró de sonar. Una decisión que nos pareció correcta y natural y que, hasta el día de hoy, ya con un segundo hijo de 2 años, seguimos tomando todos los días: cuando despiertan a las 7 AM los fines de semana, Martín les pone canciones para descargar energía y bailan alrededor de la mesa de centro —como haciendo una especie de ritual— melodías de Boy George, Daft Punk o Pulp. Es muy divertido verlos improvisar pasos o simplemente caminar girando. Cuando el día ya termina y quieren leer algún libro o que le inventemos una historia, instalamos de fondo la banda sonora de la serie Twin Peaks y con el librito que viene en el CD les vamos contando de una niña que se llama Laura Palmer y que se pierde en el bosque, la mayoría de las veces uno de los dos se asusta y pide ir a ver monos. Toda la razón.
También son los primeros que escuchan las maquetas listas de las canciones de un nuevo disco de Ases Falsos, se aprenden las letras y gritan cuando suena la guitarra: "¡el papá!". Un par de veces han reconocido esas canciones cuando suenan en la radio sin que nadie les diga nada. Juntos han sido parte de las pruebas de sonido donde deambulan libremente por el escenario y donde los amigos de la banda les muestran los instrumentos, además de cuidarlos de que algún cable peligroso les juegue una mala pasada. Pese a su corta edad, ya han ido a conciertos, donde alucinan con la multitud y corean las canciones que se saben desde su génesis. La efervescencia del ambiente los hace mirar a su papá desde un costado del escenario con orgullo y admiración, pero también con total naturalidad: para ellos este es su trabajo, tal como si se tratara de hijos visitando a sus padres en la oficina.
Por otro lado, nuestros dos hijos han tenido la suerte de poder ir en un jardín infantil que estimula mucho la música a través del método Suzuki, técnica creada por Shinichi Suzuki, quien se apasionó con la idea de que la habilidad musical no es un talento innato, sino una destreza que —al igual que la capacidad de aprender a hablar una lengua materna— se puede entrenar. Él lo resume muy bien en una frase que dijo hace décadas en una entrevista post Segunda Guerra Mundial y que para nosotros es clave: "Si un niño oye buena música desde el día de su nacimiento y aprende a tocarla él mismo, desarrolla sensibilidad, disciplina y paciencia. Adquiere un corazón hermoso". Porque sin duda que la música desarrolla confianza, autoestima y concentración, así como determinación para intentar cosas difíciles, sobre todo cuando te enfrentas a un instrumento como el violín. Manuel muchas veces ha querido salir de la sala o simplemente no hacer nada dentro de ella, y eso está permitido, porque el acercamiento al instrumento es de manera natural y no impuesta. Y a pesar de que hay días buenos y otros no tanto, hoy ya sabe qué postura hay que tener al tomar un violín y en unos meses empezará a tocar algunas notas, o quizás se cambia al piano. Pero ese instrumento que se veía lejano y difícil, ya no lo es tanto.
Es importante aclarar que nada de lo que hacemos como papás es forzado, porque basta que una sola vez digan que no quieren, para no hacerlo y cambiar los planes. Pero lo disfrutan, se concentran y preguntan. Como el otro día, cuando de vuelta del colegio Martín puso la canción "I wanna be your boyfriend " de los Ramones y mi hijo le preguntó qué decía la letra. Martín le explicó como si fuera un cuento. Él lo escuchó atento y al final le dijo: "¿eso me puede pasar a mí?". "Eso te va a pasar a ti", le respondió. Porque al final es eso, la música no solo acompaña la vida, sino que es la vida expresada en todas sus dimensiones.
Sobre la autora:
Periodista de La Tercera.