Hace unas semanas se produjo el cambio de mando entre el presidente saliente Sebastián Piñera y el entrante, Gabriel Boric, en una ceremonia llena de simbolismos —como la falta de corbatas, la cercanía con la gente y los diferentes colores del vestuario—, pero también por un detalle particular: en varios momentos de la jornada las principales autoridades estuvieron sin sus mascarillas.
Durante el acto en el Congreso Nacional, una voz en off comunicó que tanto la nueva ministra de Salud, Begoña Yarza, como su antecesor, Enrique Paris, dieron los permisos correspondientes para que Boric y Piñera pudieran prescindir de la mascarilla durante el acto. Pero no fueron los únicos que lo hicieron: también los máximos representantes de las delegaciones internacionales, entre ellos el presidente argentino Alberto Fernández, su par de Perú, Pedro Castillo, y el rey Felipe VI de España, durante el encuentro que mantuvieron con Boric en Cerro Castillo.
Ese mismo día, el Ministerio de Salud reportó 18.326 casos nuevos de COVID-19, lo que implicó una caída del 22 y 35% en comparación a lo que se registró siete y 14 días atrás, respectivamente. Los datos confirman la tendencia a la baja de los contagios, tal como ocurre también en buena parte del mundo. Países como Finlandia, Dinamarca, Noruega, Suecia y España han comenzado a relajar las restricciones sanitarias, entre ellas el uso de la mascarilla. También en Estados Unidos, donde además se empieza a discutir la posibilidad de poner fecha de término a la pandemia.
¿Qué tan lejos estamos de esos escenarios? De continuar la disminución de nuevos casos, ¿pueden bajar también el uso de la mascarilla, tal como ocurrió para el cambio de mando?
Opiniones cruzadas
Catterina Ferreccio, epidemióloga y académica de la Facultad de Medicina de la Pontificia Universidad Católica, reconoce que hay una tendencia a la baja en el número de casos nuevos y de muertes por covid a nivel mundial. Pero al mismo tiempo dce que en algunos países, como Inglaterra, el relajamiento de las restricciones está provocando un efecto negativo en el control de la pandemia. “Se están observando una rápida alza de casos y muertes”, dice. “Tenemos que seguir observando lo que pasa en esos países, el efecto de las vacunas y las variantes”.
En Chile aún hay una alta transmisibilidad, con más de diez mil casos nuevos al día, a lo que se suma una alta mortalidad, con cerca de 133 decesos diarios en promedio la última semana. Cifras que aumentarían, según dice, por las aperturas de las escuelas y universidades para el desarrollo de clases presenciales. Todo esto la lleva a pensar que “no es oportuno eliminar el uso de la mascarilla en lugares cerrados”.
¿Y qué hay de los espacios abiertos? Se sabe que la probabilidad de contagio al aire libre es mucho menor que en locaciones cerradas, aunque no hay consenso de cuánto: mientras algunos estudios afirman que el 10% de los casos registrados desde el inicio de la pandemia se contagiaron en espacios abiertos, otras aseguran que el número es muchísimo menor, tan ínfimo como el 0,1%.
A pesar de eso, Ferreccio estima que la mascarilla sigue siendo necesaria para reducir los riesgos, sobre todo “si las personas están muy cerca y hablando fuerte o cantando”. En esos contextos, dice, “también habrá transmisibilidad, especialmente si están sin mascarilla”.
Por el contrario, Pablo Vial, infectólogo de la Clinica Alemana y académico de la Facultad de Medicina de la Universidad del Desarrollo, cree que el utensilio no es tan necesario en espacios abiertos. De hecho, cree que puede dejar de recomendarse en esas condiciones, “a no ser que haya mucha afluencia de público”.
No es que piense que hay que deshacerse de la mascarilla, pues es indispensable para prevenir el contagio en lugares cerrados. En Chile seguimos con alta circulación de ómicron en el país, por lo tanto dice que “al menos en lugares cerrados las precauciones deben mantenerse”. Sin embargo, apela a que cada vez haya una mayor responsabilidad individual respecto a la medición de riesgos y cuidados.
“Muchos países se están moviendo en esa dirección: entregar más responsabilidad e información a la personas y que cada uno maneje los riesgos”, señala el infectólogo.
Dos años midiendo riesgos
El 3 de marzo se cumplieron dos años desde que se detectó el primer caso de covid-19 en Chile. A estas alturas, quien no reconozca una situación de riesgo de contagio en las altas aglomeraciones, la cercanía física con otros, la higiene de las manos y la poca ventilación de un espacio cerrado, o es una persona dependiente o ha estado viviendo en la luna.
En paralelo, la comunidad científica ha logrado recabar cada vez más y mejor información respecto a la situación epidemiológica en el mundo, así como también en cada país. Desde el número de casos diarios hasta la transmisibilidad de las variantes, además de la aparición de otros brotes como la influenza o el virus sincicial. Para Pablo Vial, todos estos elementos “hacen que cada persona pueda manejar mejor los riesgos y utilizar los instrumentos disponibles para disminuirlos. Entre ellos, por supuesto, están las mascarillas”.
Por ejemplo, al tomar el transporte público en horario peak, con altas aglomeraciones, poca distancia física y la posibilidad siempre existente de que, entre todo el tumulto, esté una persona asintomática —que incluso podría ser uno mismo—, el uso de la mascarilla es indispensable, así como lavarse las manos o usar alcohol gel apenas se dé la oportunidad.
Por eso es importante, dice el especialista, mantenerse informado. A medida que nos acercamos al invierno, será más importante aún estar al corriente de las otras enfermedades respiratorias que suelen circular durante la temporada de frío.
“Los distintos virus respiratorios pueden variar en la gravedad de la infección que produce; esa es una información indispensable que debe tener la población en tiempo real”, dice Vial. Eso exige una continua vigilancia y monitorización para evitar nuevos brotes. “De esta manera, la población puede estar más alerta cuando haya alguna infección potencialmente grave y utilizar lo que ha aprendido para evitarla, como la mascarilla, la ventilación, la higiene, la distancia física y las vacunas”.
Lo anterior es para Catterina Ferreccio razón suficiente para mantener el uso de las mascarillas. “La mayor parte de las grandes ciudades de Chile presentan contaminación del aire, sobre todo en invierno, que es también el momento en que aparecen la mayor parte de los virus respiratorios que causan hospitalización y muerte cada año. Por ello, naturalizar el uso de las mascarillas será muy beneficioso para todos”, sostiene.
De la extravagancia a la tradición
Durante casi dos décadas, Michael Jackson dominó las listas de popularidad en el mundo musical. Pero si algo podía generar tanto ruido como sus canciones era su extravagante estilo de vida. El cambio de color de piel, sus relaciones amorosas, su manera de enfrentar la paternidad y de vestir, el que incluía un constante uso de mascarilla en espacios públicos. Sobre eso se refirió en 2019 quien fuera su guardaespaldas, Matt Fides, en una entrevista al medio británico Metro. Decía Fides que Jackson quería que su vida fuera “el mayor misterio de la Tierra”, y la mascarilla era una forma de llamar la atención de los medios.
Sin querer queriendo, nos hemos acercado a su estrafalario estilo desde que la mascarilla se volvió indispensable para sobrevivir en el mundo pandémico, una novedad que a muchas y muchos los tiene cansados.
Para peor, hace unas semanas la OMS confirmó la presencia de una nueva variante de covid-19. Por ahora le llaman “deltracron” sería el resultado de una recombinación entre la Delta AY.4 y Ómicron BA.1. “Se ha detectado en Francia, Países Bajos y Dinamarca, pero a niveles muy bajos”, dijo Maria Van Kerkhove, epidemióloga líder de la organización.
Aún no se ha determinado el nivel de peligrosidad de deltacron, pero tampoco se ha detectado “ningún cambio en la epidemiología ni en la gravedad”, según Van Kerkhove. Vuelve a demostrarnos, eso sí, la capacidad de reproducción del virus, lo que hace difícil avizorar su inactividad en los próximos años.
En ese contexto, algunos especialistas estiman que nuestra relación con las mascarillas tiene aún para largo rato. “Es una herramienta que podemos utilizar en cualquier momento para minimizar riesgos de contagio. Me parece que en el futuro más personas la usarán con este propósito y cada vez será ‘menos raro’ que se disponga de ella en circunstancias específicas”, opina Pablo Vial.
Ferreccio coincide y pone como ejemplo lo que ocurre en algunos países de Asia: “Cuando alguien ahí se encuentra resfriado, usa mascarilla para no infectar a otros. También cuando la contaminación del aire es alta, ya sea por esmog, polen o esporas de hongos”.
En Japón, dice Vial, las personas con enfermedades basales o en mayor riesgo de contraer infecciones graves también la utilizan como medio de prevención. “Los inmunodeprimidos, ya sea por tratamiento de cáncer o por otra índole, las usan para evitar contagios. A ellos hace tiempo les resulta natural medir los riesgos y tomar las precauciones adecuadas”.
Así es como los especialistas llaman a observar la “larga tradición” de estos países en su relación con la mascarilla y de esa manera hacerla parte de la cultura local. Algo que aún parece generar cierta oposición, en especial en días de altas temperaturas, cuando lo único que uno piensa es en el momento de sacársela, liberar las orejas y respirar sin obstáculos.