En Vórtex, de 2021, el polémico cineasta argentino Gaspar Noé relata los últimos días de vida de una pareja de ancianos —interpretados por el maestro del cine de terror, Dario Argento, y la ícono de la nueva ola francesa, Françoise Lebrun—, para trazar una elegía hiperrealista sobre los miedos que recaen sobre la vejez.
La vulnerabilidad creciente, la amenaza de las enfermedades agudas, crónicas y mentales, el miedo a la muerte, a la pérdida y al olvido aparecen en el relato, sin sutilezas pero tampoco con la exageración habitual del director de Irreversible. Ternura y crudeza entrelazadas: es la imagen de Noé sobre la última etapa de la vida, el vórtex en el que se queda antes del irremediable fin.
“La vida es un sueño, ¿no?”, inquiere Lebrun, mientras comparte un apacible momento junto a Argento. “Sí”, responde Argento, citando a Edgar Allen Poe: “Un sueño dentro de otro sueño”.
La tercera edad y el tránsito a ella son períodos de “alta turbulencia emocional”, como describe Mónica Gabler, psicóloga y psicoanalista en formación del ICHPA, debido a una serie de cambios a nivel cognitivo, físico, social, económico y cultural, que además ponen a las personas de cara a la muerte. Por lo mismo, dice Gabler, “es común que sobrevengan estados de tristeza, de desasosiego” y aumenten las consultas psicológicas. “No necesariamente por depresión, pero sí por estados depresivos que son necesarios de trabajar”.
Sin embargo, quedarse con la idea de que la vejez no es más que una pesadilla sería un error garrafal. Claro, existen factores estructurales que tienden hacia el pesimismo —como la salud y las pensiones—, los que no son fáciles de ignorar ni eludir. Pero, hay otros aspectos que hoy implican una carga emocional que, según los especialistas, no hay por qué llevar.
Las vejeces
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la tercera edad comienza a los 60 años. Pese a la estandarización etaria, este período es “uno de los momentos más heterogéneos” de los seres humanos, afirma Andrés Pavolvic, geriatra de la Clínica Alemana. Esto porque las capacidades físicas, emocionales, sociales y cognitivas son totalmente distintas en cada individuo. De ahí que, entre los especialistas se utilice el plural “vejeces”, que evidencia “la tremenda variabilidad de experiencias y formas de ver la vida que existen en las personas mayores”.
Hay personas que bordean los 80 años y que son independientes, mantienen una actitud vitalista y son capaces de caminar como si llevaran un cohete en los zapatos. Pero también hay otras que apenas superan los 60 años y ya tienen serias complicaciones para moverse, se muestran más anodinas y dependen de la ayuda de terceros para realizar sus actividades. Es una muestra de la heterogeneidad de la tercera edad.
Es la diferencia entre edad biológica y la edad cronológica. Mientras la última se refiere a la cantidad de años que tiene la persona, la otra hace foco en su capacidad funcional de ésta. “Un individuo con la misma edad cronológica que otro (75 años, por ejemplo), puede tener una edad biológica menor y, por tanto, una mayor autonomía o funcionalidad”, remarca Pavlovic.
El envejecimiento es un proceso sumamente complejo, multifactorial y que no se ha logrado entender del todo. Eso lleva a que la velocidad a la que se envejece sea relativa, pues se da en función de las características genéticas y epigenéticas del individuo, así como de los factores ambientales y sociales.
La velocidad o “tasa de envejecimiento”, explica Pavlovic, puede además acelerarse en relación a “la cantidad de enfermedades que un paciente va acumulando durante su vida, a sus hábitos de vida (alimenticios, actividad física, uso de alcohol, uso de drogas), a su capacidad osteomuscular, su salud mental y a su reserva cognitiva”.
Pero más allá de las capacidades individuales, es inevitable que, tarde o temprano, los cambios que produce el deterioro celular se terminen por manifestar. Hay, dice el geriatra, “un descenso gradual de las capacidades propias de la persona (tanto físicas como cognitivas) y un mayor riesgo a desarrollar enfermedades, agudas o crónicas”.
De ahí que sea tan relevante mantener un control médico. Pavlovic sabe que comenzar a ir al geriatra puede generar cierta resistencia, pero “nadie se hace más joven o más viejo” por hacerlo. “Al haber tantas experiencias de envejecimiento distintas, la labor del geriatra es enfocarse directamente en la persona que tiene al frente y adaptarse a sus necesidades, gustos y opiniones; en base a estos desarrollar un plan en conjunto”.
La jubilación y la pérdida de la autonomía
La jubilación es un hito que en muchos casos golpea fuerte desde lo anímico y también lo económico. “Es obvio que alguien que tenga su vejez asegurada en cuanto a sus ingresos va a estar más tranquilo que alguien que no”, dice Pablo Toro, psiquiatra de la Red de Salud UC Christus.
El miedo a sentir que ya no se será útil es muy común en esta etapa, apunta Cecilia Artigas, psicoanalista y miembro titular del ICHPA. “Hay un anclaje de la identidad en la actividad, en el trabajo, en el rol social y cultural, por lo que la jubilación puede dejar la sensación de ‘¿ahora qué hago?’. Eso es muy angustioso”, sostiene.
La pérdida de la autonomía es otro temor asociado a la vejez. No solo a nivel financiero sino que también como consecuencia del deterioro físico y mental. “Una de las preocupaciones más habituales en la consulta es el miedo a ‘depender de otros’”, asegura Andrés Pavlovic.
El temor a transformarse en una carga también se suele escuchar en las consultas psicológicas, según comenta Artigas. La posibilidad de que las personas puedan ser trasladadas a una residencia o establecimiento para su cuidado es otro foco de angustia.
En Vórtex, Argento interpreta a un escritor que se mantiene activo pero que ya sufrió sus primeros problemas cardíacos; la amenaza de una nueva crisis es factor de tensión. En tanto, Lebrun hace el papel de una psiquiatra retirada, con una demencia avanzada y que se pasa el día perdida, dando vueltas. Su único hijo, un hombre cerca de los 40 años, se ve incapacitado financieramente de apoyarlos, por lo que puja por llevarlos a una residencia de ancianos, mientras su padre se opone a dejar el hogar que construyeron durante “toda su vida”.
El duelo
Cecilia Artigas explica que el paso de la mediana edad a la vejez implica un duelo, ya que se debe aceptar una serie de pérdidas: en cuanto a los deseos y proyectos de vida, como también al físico y al mismo entorno.
“Uno se hace consciente de que el tiempo pasa, sobre todo en esta cultura occidental en que se ve de manera más lineal: se nace, se crece, se desarrolla y, finalmente, se muere. Se hace evidente que no hay mucho más tiempo y se están viviendo los últimos años”, explica la psicoanalista.
Ese proceso incluye reflexionar acerca de lo que se queda atrás, de lo que no se hizo, de lo que no se consiguió y lo que no se pudo solucionar. Es, en definitiva, un duelo por la vida que pasó. Y es común que esto esté aparejado con un estado de anhedonia, una incapacidad de disfrutar o de sentir placer.
En este duelo también se manifiesta la heterogeneidad de la vejez. “Hay personas a las que les complica mucho los cambios en la apariencia física, pero a otras más los sociales: cómo se modifican las redes de contacto, las posibilidades de trabajo, etcétera”, explica Pablo Toro. Sin embargo, el psiquiatra asegura que muchas de estas situaciones tienen un origen cultural discriminatorio.
El edadismo o la discriminación por edad
“La mayoría de los motivos de ansiedad en la tercera edad se relacionan a los estereotipos y la estigmatización que existen hacia la vejez, algo que hoy se resume en el concepto de edadismo”, dice Toro. “En éste se pinta a los adultos mayores como personas carentes de funcionalidad, acompañado del ensalzamiento de los valores de la juventud”.
El edadismo (“ageism”) es un concepto que acuñó el psiquiatra y gerontólogo Robert Butler en la década de 1960, para clasificar la discriminación y estereotipización que a nivel político, social y cultural se realiza contra la tercera edad, que se sostiene principalmente por el miedo a la muerte, a la discapacidad y a la dependencia. “Todo esto (la percepción negativa y angustiosa) es un tema mucho más social y político que médico”, asegura el psiquiatra de la Red UC Christus.
“A la gente de la tercera edad no se le prioriza ni se le destaca”, agrega Cecilia Artigas. “Es verdad que debemos cuidarlos, pero se necesita una visión holística de la vejez. Se debería potenciar su sabiduría, la experiencia y el aprendizaje como algo que pueden transmitir a las nuevas generaciones. En cambio, se les instala como sujetos pasivos y dependientes. De ahí el miedo a ser una carga”.
Hacia una mejor aceptación de la vejez
Está claro que el marco cultural no ayuda mucho. Tampoco las pensiones. ¿Cómo lograr, entonces, una transición y adaptación a la tercera edad más llevadera?
“Una de las claves es la planificación, tanto del punto de vista económico como de la actividad y el ocio”, dice Andrés Pavlovic. “La posibilidad de desarrollar hobbies, estudiar o aprender cosas nuevas, interactuar más con la familia y amigos, o desarrollar otros espacios donde se valore la experiencia acumulada, son elementos protectores para un envejecimiento lo más activo y saludable posible”, agrega.
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Vida social y aprender algo nuevo
- Se ha comprobado que mantenerse activos socialmente y en el aprendizaje puede disminuir la posibilidad de desarrollar trastornos cognitivos, como la pérdida de la memoria y la demencia. También la actividad física, aunque se haga de manera reducida, trae una serie de beneficios a la salud y al estado de ánimo.
- Pablo Toro, por su parte, dice que es necesario “limpiarse de todos los conceptos que tienen que ver con el edadismo, y ver el envejecimiento como un proceso normal”, que más allá de los problemas en la salud, “puede traer el surgimiento de capacidades muy buenas y mucho más profundas, como un apoyo en el cuidado de otros, la sabiduría, la experiencia, la tranquilidad, algo que en otras culturas es muy valorado”.
Redes de apoyo
- Cecilia Artigas y Mónica Gabler apuntan a fortalecer las redes de apoyo o integrarse a unas nuevas. “El entorno es fundamental para que se sientan acompañados, contenidos y comprendidos. Que puedan transitar los cambios en compañía, así como se transita de la infancia a la adolescencia y, después, a la juventud y a la adultez. Hay que dejar vivir los procesos, no taponearlos”, apunta Artigas.
Hablar de la muerte
La psicoanalista recomienda, además, no hacer tabú de la muerte y ser más abiertos a conversar respecto a ella: las creencias, los miedos, las emociones que proyecta. Y también “historizar la propia historia”, es decir, repasar la vida, desprenderse de lo que no se tuvo ni se logró y reconocer lo que sí se tuvo y se logró. “Traer el pasado al presente y, de esa manera, salir de la linealidad del tiempo”. Entrar en la atemporalidad y disfrutar el momento. Eso, asegura Artigas, puede ayudar a aceptar la vida en presente.