Lo bueno, lo malo y lo recomendable de dormir siesta
Mientras algunos científicos muestran que es una necesidad biológica, otros creen que es un síntoma de un sueño nocturno deficiente. Como sea, este viejo hábito se reactivó con el confinamiento y hay empresas que incluso incitan a que sus trabajadores las duerman. Acá algunos consejos para tomarla sin culpas.
Después del almuerzo, entre las 13 y las 14 horas, en las oficinas centrales de Huawei las cortinas se bajan, las luces se atenúan y los trabajadores de este gigante tecnológico pueden desplegar unas colchonetas negras que guardan bajo sus escritorios y pegarse una siesta. Aunque es una opción, más parece una obligación: diversos estudios —como éste, realizado por la NASA— han demostrado que dormir poco menos de media hora durante la jornada laboral mejora hasta un 54% los niveles de alerta y aumenta en un 34% la productividad y eficiencia.
¿Quién podría negarse a semejantes beneficios? Por supuesto no las compañías, que quieren obtener el máximo rendimiento de sus empleados, y seguramente tampoco ellos, a quienes nunca les viene mal un poco de descanso en medio de tanto estrés e incertidumbre.
Se sabe también que Google dispone de unos espacios para dormir en sus instalaciones, y se ha vuelto muy común en Japón, cuyos habitantes tienen uno de los menores promedios de horas de sueño en el mundo —apenas 6:35 por día—, y su cultura del trabajo suele ser extenuante. Por eso, incluso crearon una palabra especial para la siesta en la oficina: inemuri, que podría traducirse como “dormir estando presente”.
De pronto y sin mucho aviso, este hábito provinciano, un lastre colonial mal visto por la cultura anglosajona de la productividad y que se iba extirpando a medida que avanzaba el progreso por nuestras ciudades, vuelve a ser valorado pero ya no como un acto de libertad y autonomía —incluso de rebeldía ante las exigencias de rendimiento— sino como parte del engranaje corporativo, otra herramienta para producir más.
Una trampa que denuncia el español Miguel Ángel Hernández, autor del libro El don de la siesta, en el que defiende a este sueño vespertino en términos de resistencia, como “un escape de las exigencias del mundo exterior, como “una renuncia a la ganancia, como gasto sin fin, sin más fin que el placer puro, que la detención y la interrupción de un tiempo que nos devora”.
Pero ya sea por presión de los empleadores o por vocación libertaria, dormir siesta también es un tema controversial entre los médicos especializados en el sueño. Algunos la promueven —como el neurocientífico inglés Matthew Walker, que dice que es una necesidad fisiológica humana, capaz de alargar nuestras vidas— y otros las desaconsejan, puesto que suele alterar la calidad y duración del sueño nocturno, que es el principal y más importante.
Con el teletrabajo y la cama a disposición, muchas y muchos han podido satisfacer esos deseos siesteros de dormir algunos minutos tras el almuerzo. Como todo placer, eso sí, debe realizarse con ciertos cuidados y regulaciones ya que, en vez de resultar reparador, un pestañeo desmedido puede terminar perjudicando nuestro descanso.
Siestear o no siestear, esa es la cuestión
Como suele suceder en los temas donde no hay consenso, uno puede encontrar evidencia que respalde cualquiera de las posturas. En el rincón de los promotores de la siesta, por ejemplo, está el mencionado neurólogo Walker, en cuyo libro Por qué dormimos explica que el sueño bifásico —es decir, en dos tandas diarias, una larga durante la noche y otra más breve en el día— fue la norma para la humanidad durante varios milenios.
Algo que según él se observa no solo a nivel cultural —aún quedan vestigios de ese hábito en pueblos pequeños o países no industrializados— sino también en el biológico: el núcleo supraquismático del hipotálamo, que es el reloj que tenemos en el cerebro y que regula nuestros estados de vigilia y somnolencia, sigue programado para producir dos momentos de necesidad de sueño cada 24 horas. Uno nocturno y otro que suele llegar unas 8 horas después de que despertamos.
“Todos los humanos”, escribe Walker, “independientemente de su cultura o de su ubicación geográfica, sufren a media tarde un declive genéticamente codificado de su estado de alerta”. Este breve descenso de la vigilia, que se denomina somnolencia posprandial, “refleja una necesidad innata de echarse una siesta por la tarde”.
Para sustentar su idea, el autor describe una investigación realizada por la Universidad de Harvard, que durante seis años estudió a miles de adultos griegos, un país que hasta entrado el siglo XX tenía la costumbre de dormir siesta. Lo que se observó fue que aquellos que abandonaron el sueño vespertino, comparado con quienes lo mantuvieron de manera habitual, vieron incrementado el riesgo de muerte por enfermedad cardiovascular en un 37%. En los trabajadores fue peor, y su riesgo de mortalidad aumentó en un 60%.
“Es decir”, concluye Walker, “cuando abandonamos la práctica innata del sueño bifásico, nuestras vidas se acortan”.
Una frase contundente, pero que de cierta forma también funciona como un imperativo siestístico: o duermes siesta o morirás joven. “En mi opinión, una persona que duerme muy bien de noche, que tiene buena higiene del sueño nocturno y no tiene problemas para conciliarlo, no necesita dormir siesta”, dice Carolina Aguirre, neuróloga y directora del Centro del Sueño de la Red de Salud UC CHRISTUS. “Pero si de repente se quiere dar el lujo de dormir en la tarde, y como una excepción, está bien”.
Según su experiencia clínica, quienes duermen siesta de forma regular suelen ser quienes “tienen un trastorno del sueño o una falta de sueño crónica, y usan el sueño diurno para compensar el nocturno”. Como especialista, ella no es fan de la siesta, y solo la recomienda cuando el paciente sufre de ciertos trastornos, como la narcolepsia.
Con el teletrabajo que impuso la pandemia, Aguirre ha notado un alza en las consultas por insomnio, muchas de ellas por casos en los que reaparecieron las siestas. “Se hizo habitual dormir en las tardes, pero algunos lo hacen hasta por un par de horas, y ahí es cuando queda la escoba para adelante”.
Como le pasó a Paco, un español de 41 años, cuya siesta fue tan poderosa que terminó con la puerta derribada a patadas por los bomberos, alertados por sus preocupados amigos que no recibían respuesta a sus llamados. Si la siesta es muy larga —más de 30 minutos—, se accede a fases del sueño muy profundas, que además de no traer beneficios inmediatos —el despertar es pesado, la alerta se demora en activarse— altera el reloj biológico, quitándole horas al sueño nocturno.
“En un mundo ideal, lo mejor es dormir 8 horas nocturnas y no siesta”, agrega Álvaro Vidal, neurólogo especialista en sueño de la Clínica Somno. Pero como claramente no vivimos en él, su opción es que si esta se toma pegada al almuerzo, por no más de 25 minutos, no debería generar ningún inconveniente.
Siesta, qué fantástica fantástica esta siesta
“Yo practico la siesta”, confiesa Vidal. Sabe que no hay consenso entre su comunidad médica respecto a esto —”mi jefa te dirá que por ningún motivo hay que recomendarla, pero otros colegas aprueban una siesta breve justo después de comer”—, pero casi todos los días pone su celular en modo avión, apaga la tele, baja las cortinas y se saca los zapatos para dormir.
Aunque no la celebra, Carolina Aguirre dice que si se va a dormir siesta, lo importante es que el ambiente no fomente “el pasar de largo”. O sea, no conviene ponerse pijama ni prender el calientacamas. Por eso el sofá es una buena opción, ya que es suficiente cómodo como para quedarse dormido, pero no tanto como para permanecer ahí demasiado rato.
De hecho, es posible dormir igual de bien en la banca de un parque que en un box spring tamaño king: de acuerdo a Darian Leader, autor del ensayo Por qué no podemos dormir, “un estudio temprano realizado en la Universidad de Edimburgo en los años cincuenta concluyó que no había mucha diferencia entre usar un tablón de madera y un sofisticado colchón”.
En lo que sí hay acuerdo es en que “el sueño nocturno es el más puro, fisiológico y natural”, como define Vidal, “y si transgredimos ese, es perjudicial”. “Nunca una persona que duerme bien en la noche va a necesitar una siesta larga”, apunta Aguirre, “ni va a pasar de largo. Sola se va a despertar a los 20 minutos”.
Por lo tanto, si se va a dormir siesta, que sea breve, que sea después de almuerzo, que no afecte las sagradas horas de sueño de noche y, quizá lo más importante, que no sea obligado. Hágalo solo por gusto propio.
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