¿Has sentido durante los últimos años que ante la perspectiva de salir de ir al supermercado o subirte al transporte público te entra una gran ansiedad? ¿Quizá te sudan las manos, te duele el pecho o te tiemblan las piernas? Seguro conoces a alguien que le ha pasado. Pues bien, esos son síntomas de agorafobia y se están haciendo cada vez más comunes en medio de la pandemia.
En Estados Unidos, las consultas por agorafobia han aumentado cerca de un 15%, mientras en España algunos medios aseguran que el incremento es de un 30%. En Chile no existen datos específicos, pero un estudio de la Universidad de Chile estima que la prevalencia de este trastorno era de un 3 a 6% previo a la pandemia. Los especialistas esperan que el número aumente exponencialmente en los próximos años. “Sabemos que se nos viene un tsunami de pacientes”, dice Gloria Gramegna, psiquiatra de la Clínica Indisa.
El Termómetro de la Salud Mental en Chile, publicado en septiembre del año pasado por la Pontificia Universidad Católica y la Asociación Chilena de Seguridad, da cuenta del aumento de los malestares asociados a la salud mental en medio de los confinamientos. Según éste, el 33% de los chilenos presentó síntomas asociados a problemas de esta índole, lo que representa un aumento de seis puntos respecto a la medición de noviembre de 2020. Además, el 32,5% dice haber perdido confianza en sí mismos durante el período de estudio. Un punto que parece relevante en relación a la agorafobia.
¿Qué es la agorafobia?
Se trata de un trastorno de ansiedad de tipo fóbico, en el que la persona que lo padece siente un miedo desproporcionado a exponerse a lugares o situaciones que le pueden provocar angustia, pánico o vergüenza y en las que, además, no ve forma de escapar a ella. La palabra es una composición entre el concepto de ágora que, en griego quiere decir plaza pública, y fobia, que se refiere al trastorno ansioso per se.
“Además de la interpretación literal, la agorafobia también contempla el miedo a la exposición pública. Es la ansiedad que siente la persona ante un lugar desconocido, lejos de su casa, que no conoce, en el que hay mucha gente desconocida”, explica Francisca Melis, psicóloga y jefa de la Unidad de Trastornos de Ansiedad de la Red de Salud UC CHRISTUS.
El miedo exagerado a los estímulos que hay en el exterior lleva a conductas evitativas, como encerrarse en casa. Y solo basta pensar en la idea de salir de ella, ya sea a la feria, a un bus, a un recital o a una fiesta para que aparezcan los síntomas tanto a nivel físico como psicológico. “Cuando la persona está pensando en salir, empieza con los síntomas de ansiedad, como sudor de manos, temblores en las piernas, dolor en el pecho o alteraciones gastrointestinales. En los síntomas psicológicos, está un rechazo profundo, una sensación de pánico o terror, describe Christian Ovalle, psicólogo clínico y psicoanalista en formación de la Sociedad Chilena de Psicoanálisis.
La agorafobia puede estar acompañada o no de crisis de pánico, dependiendo de su intensidad. “Hay un cuadro clínico que se llama Trastorno de Pánico con Agorafobia”, agrega Ovalle. “Si las personas que lo sufren se exponen a estas situaciones, hacen crisis de pánico de forma segura”, apunta Ovalle. “Desarrollan un temor extremo a tener una crisis de pánico en una situación de la que no pueden escapar”, complementa Solange Anuch, psicóloga de la Clínica Alemana.
Anuch explica que, producto de la agorafobia, se puede perder la autonomía y volverse dependiente de terceros. “Hay personas que dejan de salir, que evitan todo tipo de locomoción colectiva, que dependen de otros para ir al supermercado o ir de un lugar a otro. Muchos jóvenes dejan de asistir a clases, algunos adultos dejan de ir a trabajar y pierden sus trabajos, tienen miedo de hacer entrevistas de selección laboral porque hay que hacer fila. Todo es altamente limitante”. Gloria Gramegna recuerda casos muy graves en los que “las personas pidieron jubilar por invalidez. Se quedaron encerrados en la casa y no salieron más”.
Cuando las limitaciones que supone la agorafobia perduran por periodos prolongados, el riesgo de que conduzcan a un cuadro depresivo aumenta exponencialmente. “Las personas que se han visto limitadas durante largos períodos de tiempo a no poder realizar conductas necesarias para su vida, desarrollan sentimientos de impotencia, discapacidad e inseguridad que crónicamente llevan a un desgaste anímico y a un trastorno probablemente de tipo depresivo”, asegura la psicóloga de la Clínica Alemana.
El efecto de la pandemia
Una de las raíces comunes de la agorafobia está en los aprendizajes traumáticos que las personas experimentan en sus vidas. Quedarse encerrados en un ascensor, sufrir un accidente de tránsito, algún episodio de abuso sexual o la muerte de un cercano pueden ser particularmente chocantes, en especial cuando se viven durante la adolescencia, período en que se registra el mayor peak de trastornos de ansiedad.
“Cuando nos enfrentamos al covid-19, nos enfrentamos a la muerte y al temor a ella. En mi experiencia clínica he tenido situaciones bien dramáticas, como pacientes a los que se les murió el papá un día y, mientras lo están enterrando, los llaman de la clínica para avisarles que murió la mamá. Así hay quienes perdieron a sus abuelos o a los hijos”, dice Gloria Gramegna. “Hay gente que está preparada para enfrentar la muerte, pero para la mayor parte de la población es un tema tabú, que no se socializa y donde cada uno se las arregla como puede”.
Si bien la muerte y la posibilidad de contagiar y contagiarse son gatillantes de trastornos de ansiedad como la agorafobia, no son los únicos. “Hay factores como la pérdida de empleo, disminución de la capacidad económica de los hogares, dificultades de salud o no tener certeza de qué pueda suceder en el mundo, que están multiplicando la ansiedad y angustia”, afirma Christian Ovalle.
Además están los efectos colaterales generados por las restricciones sanitarias. Según Solange Anuch, el confinamiento nos privó del “entrenamiento de las conductas sociales”, lo que en muchos casos se tradujo a la pérdida de confianza en la capacidad de desenvolverse con otras personas.
“Por la restricción de movimiento y el aislamiento, la gente dejó de entrenarse en situaciones que le eran habituales, empezó a circular en espacios pequeños y con un miedo a una situación real —el covid-19—, que comenzó a desarrollar temores fantasiosos que van más allá de la propia pandemia”.
“Todas las medidas que se tomaron en relación a la pandemia favorecieron el aumento de los síntomas en personas con agorafobia”, dice la psicóloga Francisca Melis. “Al contrario de lo que se intentaba desde el tratamiento, que era lograr que las personas salieran de casa, las medidas reforzaron la necesidad de mantenerse encerrado”. Para Melis, eso sí, es probable que los casos de agorafobia surgidos durante la pandemia tienen “raíces previas a ella, pero el coronavirus las estimuló como un hábito y a estas personas de nuevo les está costando salir”.
El escenario parece más susceptible para quienes se han contagiado de forma grave con el virus. Así lo dice Gramegna: “La gente que lo ha pasado mal en la pandemia, que ha estado hospitalizada o entubada, tiene muchas más probabilidades de sufrir problemas de salud mental”. También lo piensa de esa manera Christian Ovalle, ya que algunas investigaciones latinoamericanas sugerirían una relación entre el alza de contagios y la aparición de trastornos mentales. “En especial de Trastorno de Estrés Postraumático, que se da generalmente en personas que pasaron por la UCI o la UTI, que aumenta hasta un 20% tras un brote de covid-19″.
Por otro lado, los especialistas de la salud comentan que muchas veces se confunde la agorafobia con el síndrome de la cabaña, un malestar del que poco se hablaba antes de la pandemia y con el que habría poco y nada en común. “Es una entidad completamente distinta, que deriva de la experiencia de las personas en los países nórdicos que pasaban largos inviernos encerradas por el clima. Tiene que ver con esa situación puntual y lo que se espera es que terminadas las cuarentenas o restricciones los síntomas cedan”, dice Anuch.
Atentos a…
Los trastornos ansiosos aparecen, generalmente, durante la adolescencia y a comienzos de la adultez. Estos tienden a afectar mayormente a las mujeres, cuya prevalencia llega al 15,9%, según datos de la UC, superando a la prevalencia nacional de 3 a 6%. Y se dan, generalmente, en personalidades ansiosas. De hecho, a la agorafobia la suelen acompañar otras fobias, como el miedo a las alturas, a los insectos u otros estímulos. “Es raro encontrar una agorafobia pura y única”, dice Gloria Gramegna.
Solange Anuch explica que la personalidad ansiosa es parte de un temperamento heredado, pudiendo verse también en los padres, hermanos, abuelos o tíos. Asimismo, el aprendizaje observacional, lo que uno aprende a partir de lo que se ve en el entorno, puede predisponer al surgimiento de trastornos ansiosos, al igual que la falta de entrenamiento de conductas sociales.
“Hay personas que han vivido situaciones difíciles en el pasado y que dudan de sus capacidades. En muchos de esos casos, el confinamiento produjo que se despierten ansiedades anteriores que a lo mejor estaban inconscientes. Ahí se hace necesario acudir con un psicoanalista”, agrega Christian Ovalle.
En general, quienes sienten las limitaciones que provoca la agorafobia consultan voluntariamente a un médico. Sin embargo, es importante lo que puede hacer el entorno cercano para ayudar a la persona afectada. Primero, dice Gramegna, “no juzgar ni minimizar” el malestar. “No puedes decirle ‘¡pero cómo te va a dar miedo salir, cómo tan ridículo!’”, ejemplifica.
Luego, agrega Anuch, “es importante mostrarle que observan cambios en su conducta. Después, estimularlos a salir de manera progresiva, lenta, programada. De menos a más, en compañía. Más adelante, solos en tiempos breves. En el fondo, tratar de tener la experiencia de un cambio progresivo y lento. Pero si la persona es incapaz de hacerlo y esto le genera más impotencia, más angustia, tiene que consultar a un especialista”.
Por su parte, Ovalle asegura que la presencia de una persona de confianza “suele atenuar el temor y la ansiedad y facilitar la exposición a las situaciones” que promueven la fobia. Gramegna recomienda, también, practicar técnicas de meditación. “El mindfulness puede ayudar mucho”, aconseja.