Solo decir la palabra “procrastinar” en voz alta es difícil. Es la manifestación fonética, la evidencia lingüística de un mal hábito complejo y multifactorial, probablemente uno de los más indomables e invisibles monstruos del tiempo actual.
“Procrastinar es una herramienta para aliviar el estrés”, escribió Mel Robins, abogada y charlista motivacional, que dedicó un capítulo al tema en su best seller de 2007 El Poder de los 5 segundos. “Procrastinar es saber que tienes cosas que hacer pero, en vez de realizarlas, te metes a Instagram o a mirar las mejores jugadas de un antiguo partido de fútbol. Y te sientes bien, pero solo por un minuto”.
Que hoy —con el teletrabajo, el celular y las redes sociales— la procrastinación se haya vuelto un mal universal no quiere decir que sea algo nuevo. La diferencia está en tres palabras: “Because the Internet”. Significa “Porque Internet”, y aparte de ser el título de un disco del rapero Childish Gambino, es una versión distópica de la clásica y abúlica contestación juvenil “porque sí”.
En buena parte, toda la industria de redes sociales y plataformas de streaming y contenidos se sostiene por medio de lo que la española Marta Peirano llama “la economía de la atención”, es decir, de capturar nuestro tiempo mental. Lo que incluye, por supuesto, azuzar tu procrastinación. Como bien explicó la neuropsicóloga Lillian Pérez en un artículo pasado: con los dispositivos y aplicaciones “recibimos tantos estímulos diariamente, que nuestro cerebro, aunque no lo quiera, está siempre en multitarea”.
En resumen, Internet capitaliza con tu procrastinación y puede dinamitar tu capacidad de foco. Pero, como decíamos, procrastinar no es un fenómeno reciente. Antes de que conociéramos ese complicado y elegante nombre, simplemente le decíamos “sacar la vuelta”.
Etimológicamente, el concepto “procrastinación” es interesante. Deriva del latín procrastinare que significa “postergar hasta mañana”. También tiene origen en el concepto del griego antiguo akrasia, que se refiere a hacer algo en contra de nuestro mejor juicio. Ese último punto es clave.
Cuando se decide dejar para después o última hora algo que sabemos que tenemos que hacer —o que incluso queremos hacer, como el ejercicio físico o leer ese postergado libro que espera en el velador— hay una sensación de angustia y preocupación, con una dosis no menor de culpa.
¿Te ha sucedido que ese “tiempo libre” que te das antes de —o en vez de— hacer algo importante no resulta del todo agradable, sino que tiene un saborcito un tanto agrio, algo así como una resaca inmediata?
Isaias Sharon es psicólogo, doctor en Tecnologías de Información y creador del Método de Coaching Integrativo. Explica lo que temíamos: procrastinar es riesgoso para la salud mental.
“Cuando uno dilata y no se enfoca en lograr resultados, pasa algo bastante tremendo y es que dañamos nuestra autoestima, autoconfianza y autovaloración”, dice. “Esos son tres elementos claves para nuestra identidad y vida emocional”.
Y no solo eso. Cuando la procrastinación se vuelve crónica, el estrés que implica puede desencadenar desde cuadros de angustia, depresión, hasta enfermedades cardiovasculares.
Gestión emocional
“Nadie puede manejar el tiempo; lo que se puede hacer es aprender a lidiar con las cosas”, planteó Joseph Ferrari, doctor en Psicología, en su libro Still Procrastinating? The No Regrets Guide to Getting It Done. “La procrastinación es un problema de regulación de emociones, no un problema de gestión de tiempo”, complementa Tim Pychyl, profesor y miembro del Grupo de Investigación sobre Procrastinación en la universidad canadiense de Carleton.
Buena parte de la literatura científica existente revela un complejo círculo vicioso entre problemas de autoestima y la dificultad para llevar a cabo los pendientes. Es más o menos así: una baja autoestima te impide cumplir con tus tareas porque piensas que no puedes. Luego, hacerlas bajo presión hace bajar tus propias expectativas sobre los resultados, y un resultado poco satisfactorio vuelve a dañar tu autoestima.
Según los académicos, es una especie de autoboicot: cuando dejamos una tarea para última hora, inconscientemente creamos una excusa para decir que no quedó tan bien porque la hicimos con prisa.
Si entonces es un asunto de emociones y no de tiempo, ¿cómo las manejamos? Isaias Sharon, que además hace un muy recomendable podcast titulado Un día a la vez tiene una aproximación. “Las emociones nos brindan información sobre nosotros mismos y esto nos ayuda a tomar decisiones. Lo segundo es que nos brindan energía. El miedo, por ejemplo, te puede paralizar o hacer correr como nunca. Todas las emociones, incluso las más desagradables, pueden ser combustible si las aprendemos a utilizar”.
La perspectiva es interesante. Una emoción como información, como data de algo que nos está pasando, pero no como el algo. “Es como el DeLorean de Volver al Futuro”, ejemplifica Isaias, “un auto que usa basura como combustible. Con las emociones es parecido”. En Yoga, su último libro, el escritor francés Emmanuel Carrère describe esta “gestión emocional” pero desde el prisma de la meditación.
Escribe: “En vez de mostrar animadversión a pensamientos de los que no estás demasiado orgulloso, en vez de intentar erradicarlos, te conformas con observarlos sin convertirlos en un drama, ya que existen, ahí están. Ni verdaderos ni falsos, ni buenos ni malos, son microsucesos psíquicos, burbujas en la superficie de la conciencia (...) Es quizá la más exacta definición de la meditación: ver tus pensamientos tal como son. Ver las cosas como son”.
Sin duda es un trabajo de toma de conciencia. Ferrari lo sabe y por eso asegura: “Decirle a un procrastinador crónico que ‘solo haga las cosas’ es igual que decirle ‘que se anime’ a una persona clínicamente deprimida”.
El placer de tachar un pendiente
Así como no surgió de la noche a la mañana, es probable que no se nos quite de un día para otro el hábito de procrastinar. Si alguien te dice que eso se puede, te miente.
Eso no significa que no haya claves para empezar a hacerle frente. “Un error es pensar en metas y objetivos grandes”, advierte Isaias.
“Mi propuesta es pensar en objetivos pequeños”, dice. “Una hora para levantarse, una rutina de ejercicio matutina, cuidar mi alimentación. Hay que recordar cómo se sintió la última vez que se logró algo propuesto; probablemente muy bien. Eso incentiva y motiva a tomar otro desafío. Ponerse objetivos pequeños en el día permite obtener varios feedbacks positivos, lo que se traduce en la construcción de hábitos y motivación”.
El hack es hacer que el cerebro sienta y se acostumbre a la sensación placentera de un check realizado, y al mismo tiempo deje de sentir la tentación de ese vicio del goce inmediato, pero engañoso, que es la dilación (otro sinónimo fino de “sacar la vuelta”).
Al final, todo es química. Un buen tip es hacer listas de pendientes diarios, idealmente a mano o con una app para tomar notas. Está científicamente comprobado que, al momento de hacer un check en tu lista, el cerebro suelta una microdosis de dopamina, neurotransmisor que te hace sentir placer.
Otro consejo: muchas veces, el hecho de pensar en que no podemos hacer una tarea consume más energía que realizar la actividad en sí. Es más cansador no hacerla que hacerla.
Hazlo inteligente, hazlo SMART
La terapeuta y coach Megan Bruneau escribió un artículo para Forbes en el que propone cinco métodos para vencer a la procrastinación, y así recuperar el foco y la productividad. Ahí asegura que el “proceso más efectivo para ponerse metas es el SMART, que inglés significa “inteligente”, pero que ella también usa como acrónimo. Traducido es: Específico (Specific), Medible (Measurable), Alcanzable (Attainable), Realista (Realistic) y Orientado al Tiempo (Time oriented).
“Sé específico”, recomienda ella. “En vez de escribir en tu lista ‘voy a trabajar’, escribe: ‘voy a escribir 500 palabras’. Respecto a lo medible, poner ‘500 palabras’ consigue ese objetivo y además le puedes un rango de tiempo a esa meta, por ejemplo ‘trabajaré en eso 2 horas’”.
Sobre lo alcanzable, se refiere a que sean objetivos que dependan solamente de uno, y lo realista tiene que ver con la sugerencia de Isaias: ponte como meta 500 palabras, no 5000. Finalmente, orientarlo al tiempo se refiere a ponerle una cantidad determinada de horas a cada objetivo. Si el método SMART te pareció smart, acá hay una guía de cómo empezar a usarlo.
Bruneau menciona el tema del foco, punto que resulta fundamental. Isaias Sharon explica por qué: “cuando estamos enfocados, trabajamos con un propósito. Y cuando trabajamos con un propósito, va más allá del placer a corto plazo; es algo que alimenta nuestro sentido de vida”.
La coach superventas Mel Robins propone una regla de decisiones de 5 segundos para romper el ciclo de la procrastinación. “Cuando sientas que estás entrando en ese vórtice de evitar algo que necesitas hacer, cuenta de 5 a 1 y activa tu corteza prefrontal (parte del cerebro que maneja las ‘funciones ejecutivas’). Reconoce lo que estás haciendo e identifica el estrés. Después, simplemente empieza tu pendiente durante 5 minutos”
Ella asegura que esa pequeña técnica puede llevar a “estar en control de nuestras decisiones” y romper la inercia procrastinadora.
Finalmente hay una buena reflexión del bloguero e ilustrador Tim Urban (Wait but why? New posts every sometimes). En una charla TED titulada “¿Qué pasa dentro de la mente de un procrastinador?”, lleva el tema a un plano un poco más amplio, incluso existencial. “La frustración no viene de no poder alcanzar tus propios sueños, sino del hecho de no poder siquiera empezar a perseguirlos”, advierte.
Robins te lo aterriza: “Después de hacer lo que tienes que hacer, puedes ver todos los videos de gatos que quieras; da igual”.
Y es que el verdadero goce del descanso ocurre después de cansarse, no antes. La definición de la RAE para “descansar” lo esclarece de forma casi poética: “Es cesar en el trabajo, reparar las fuerzas con la quietud”.