El próximo 2 de enero se darán a conocer los resultados de la Prueba de Admisión Educación Superior (PAES), proceso en el que se inscribieron más de 287 mil personas para postular en 2024 a una carrera universitaria que les convierta en “los profesionales del mañana”.
La perspectiva del futuro crece en la cabeza de niñas y niños a medida que estos alcanzan la adolescencia, se acercan a la mayoría de edad y se les viene encima el cierre del ciclo escolar. Pasar por la educación superior se ha vuelto un imperativo social, y qué estudiar una vez terminado cuarto medio es una de las preguntas comunes que surgen desde todos los frentes: la hacen los padres, los tíos, los primos, los profesores, los amigos, los medios y también cada cual en su interior. Algunas tienen claridad sobre la respuesta, pero está lejos de ser el caso de todas y todos.
Hay un número indeterminado de jóvenes, aunque por lo bajo podríamos pensar en miles, que enfrentan el proceso de admisión a la educación superior sin saber qué carrera seguir, o sin siquiera estar seguros de si desean o no estudiar algo. Una crisis vocacional de la que sólo tenemos atisbos, ante la falta de estudios concretos al respecto.
En Chile, el número de matriculados en establecimientos terciarios se quintuplicó entre 1990 y 2021, de acuerdo al estudio “Chile en 30 años” —desarrollado por Unholster en alianza con LA TERCERA—, mientras al mismo tiempo el país presenta la mayor tasa de deserción de la OCDE: nada menos que el 30%. Que luego cerca de un 40% reingrese al sistema solo da luces del nivel de confusión que existe entre las y los jóvenes respecto a su futuro educativo.
Los principales motivos tras la deserción universitaria, según diversas investigaciones, son los problemas económicos, los asociados a la salud (física y mental) y los vocacionales. ¿Cuántos de los casos en que se esgrimen razones de salud mental podrían estar cruzados por una crisis vocacional? Es una pregunta que queda en el aire.
De acuerdo a Genevy Moreno, psicóloga y directora del Departamento de Pedagogía Inicial y Básica de la Universidad Alberto Hurtado, muchas y muchos jóvenes se enfrentan a la perspectiva del futuro sin estar preparados para tomar decisiones por su cuenta. Un problema que, según dice, no tiene que ver con la madurez de cada cual, sino del propio sistema.
“La educación escolar no te prepara realmente para la vida. Pone en el centro el paradigma cognitivo, la competencia y las metas”, dice la académica. “Pero ya hay claridad de que ese no es el camino y se busca retomar una formación más integral, que ponga al sujeto en el centro”.
La consecuencia de esto es que, a los 18 años, muchas personas no estén listas para tomar decisiones tan relevantes.
A los dieciocho años no siempre se está listo
El paso a la educación superior tiene el peso de una definición de identidad: se conjuga tanto la construcción personal que cada cual busca de sí mismo con la que los demás, en especial el entorno más cercano, espera de esa persona. Por ello, Joan Black, psicóloga clínica y psicoanalista en formación del ICHPA, dice que “cuando los jóvenes se preguntan por el futuro, se instala un momento de crisis”.
La especialista explica que el proceso de elección de una carrera a seguir representa el corolario de 14 años de inserción en un sistema educativo que, en su “camino lineal”, ofreció certezas. Entonces, se da un momento de inflexión: “Muchas veces es la primera vez que se encuentran no sólo ante la posibilidad de elegir, sino que deben decidir cuál es el primer paso a seguir y en qué dirección”.
Sin embargo, continúa Black, no es realmente “el primer paso” en la construcción de identidad. “Cada sujeto ha estado eligiendo, construyendo una historia y armándose una identidad propia desde la niñez”. Ese historial individual puede ayudar a resolver la crisis que se presenta al final del ciclo escolar, aunque esta autorevisión no siempre se ve con claridad. “La crisis es un cambio significativo, que implica la utilización de nuevos recursos, y allí puede aparecer el temor a ese futuro y sus incertezas, y manifestarse en angustia”, sostiene la psicóloga.
A ello se suma otro problema: “A los diecisiete y dieciocho años la vocación se presenta casi como una sentencia”, dice Genevy Moreno. “Hay una representación que no ayuda, que dice que no se pueden equivocar, que la decisión es para toda la vida; es muy potente. Si los jóvenes no tienen una estructura psíquica robusta, se van a insegurizar, van a ponerse ansiosos y van a dudar muchísimo. No serán capaces de objetivar aquello que les podría ayudar”.
Una presión que lleva a la depresión
“¿Cómo pueden elegir los jóvenes sus carreras cuando la incertidumbre frente al futuro es parte importante de nuestra sociedad actual?”, se pregunta Joan Black. “¿Cómo pueden armar un proyecto propio en un contexto en que todo parece posible e imposible al mismo tiempo?”.
La psicóloga afirma que “la lógica de consumo, excesos y fluidez” en la que se vive actualmente, “deja poco a lo cual sostenerse”. Estas circunstancias propias de la época, como sostiene ella, inciden también en las condiciones bajo las cuales los jóvenes deben elegir sus carreras. “Se agregan a las ansiedades que caracterizan la etapa adolescente”.
En muchos casos, la presión que el entorno cercano pone sobre los jóvenes, ya sea para que defina su futuro o simplemente ingrese al sistema de educación superior, tampoco ofrece respiro. “Generalmente la familia exige que entren a estudiar, porque el tiempo pasa rápido. Y finalmente te das cuenta de que los jóvenes lo pasan mal y probablemente terminen siendo profesionales muy frustrados, que es lo que uno menos quisiera”, dice Genevy Moreno.
“La universidad sigue siendo muy significativa para nuestra sociedad, como una forma de movilidad social o de construir identidad”, profundiza la psicóloga. Así es también como los malos resultados en la prueba de admisión, los malos rendimientos asociados a una mala decisión vocacional y la deserción universitaria se lean como fracasos, y sean rechazados por parte de la sociedad.
“Eso va a impactar en la trayectoria educativa pero también en los ideales, en las expectativas, en las aspiraciones que cada cual trae y en la construcción de identidad”, sostiene Moreno. Por ello alerta respecto a los riesgos sobre la salud mental de los jóvenes en todo este proceso. “La ansiedad y la depresión son dos de los problemas más comunes entre los jóvenes chilenos, y la toma de decisiones sobre el futuro y sus carreras puede ser realmente un factor que contribuya a estos”.
No entrar a la universidad no es un año perdido
“No se juegan la vida en esta rendición”, dijo el subsecretario de Educación, Víctor Orellana, el 27 de noviembre pasado. El mensaje iba dirigido a los 287 mil inscritos que estaban a minutos de rendir el primer examen de la PAES. Es el mismo mensaje que Genevy Moreno busca extender a padres, madres y cuidadores, para quienes la idea de que el hijo o hija posponga sus estudios superiores equivale a “perder el año”. “Esto no debería llevar a cuestionar la valía de lo que es cada chiquilla o chiquillo. Y eso también lo debe entender el entorno, porque sino, no sirve”, advierte Moreno.
La vocación, dice, es un “camino dinámico”, en el que se “van abriendo puertas”, y en el que muchas veces, “se deriva a cosas distintas”, incluso inesperadas. Todo es parte de “una misma vocación”. De ahí que Joan Black sostenga que “quienes decidieron tomarse un tiempo y no ingresar de inmediato a la universidad para pensar en su elección vocacional”, pueden tener una oportunidad para “mirarse y tomar a conciencia una decisión que tiene que ver con ellos mismos y no con otros”.
En este contexto, el trabajo de autoconocimiento es una de las claves: “Elegir supone un proceso que se juega a nivel consciente e inconsciente. Desde lo consciente está reconocer las propias motivaciones, deseos y habilidades, interesarse activamente por sí mismo, investigar sobre el mundo académico y laboral, hacerse preguntas respecto de quién es, qué le interesa, con qué tienen que ver sus intereses, etcétera”, expone Black.
Pero cuidado: desde el inconsciente “el joven estará elaborando problemáticas adolescentes que pueden ser muy difíciles de procesar y que no se detienen ante el esfuerzo de tomar una decisión”, completa la psicóloga. Por eso es tan relevante el acompañamiento que hagan los adultos a su alrededor.
“Madres, padres y cuidadores deben ante todo acoger, ofrecer al adolescente un lugar para que deje ahí sus inquietudes, en el que pueda hablar sus fantasías sin ser censurado ni criticado”, aconseja Black.
“Lo importante es fomentar un diálogo empático, muy paciente y amoroso, pero también muy firme en que nadie se juega su valía en esta instancia. La vida sigue y habrá nuevas oportunidades, hay que salir a buscarlas y, cuando las haya, hay que tomarlas”, complementa Moreno.
La familia, el entorno más íntimo, pueden ayudar a los jóvenes a repasar las decisiones que han tomado a lo largo de su niñez, a identificar las aptitudes y habilidades que han sobresalido en su actuar. ¿Muestra interés por la ciencia? ¿Es bueno con los números? ¿Es creativo? ¿Observador? ¿Tiene facilidad para la escritura? Son preguntas que pueden ayudar a orientarse respecto a este punto.
Explorar, dicen las especialistas, es uno de los pilares del trabajo de autoconocimiento: “Observar, conocer, leer, hacer, identificar dónde se siente placer y felicidad, en qué me siento capaz, qué puedo aportar”, dice Black.
Moreno habla de identificar las carreras que más interesan, informarse sobre ellas y evaluar los pro y contras: “Hoy las universidades están abiertas todo el tiempo, no como antes que sólo había opción de visitar en la semana del postulante”, arguye. Lo aconsejable es conversar con profesionales y estudiantes para que los jóvenes puedan conocer sus experiencias y resolver sus inquietudes.
“La invitación es a sostener preguntas que surjan sin avanzar demasiado rápido, sumergirse en ese no-tener respuesta y permitirse explorar respecto a lo que no saben”, agrega Black. “Muchas veces se renuncia de antemano a los espacios del deseo buscando garantías cuando, en realidad, no hay garantías; siempre es una apuesta y hay que aceptar el riesgo que se corre”.
Otros consejos
Una de las ventajas del nuevo proceso de admisión a la educación superior es la posibilidad de rendir la PAES a mitad de año, lo que da mayores alternativas a las y los jóvenes que postergan su ingreso a la formación terciaria. Sin embargo, el temor a “perder el año” puede persistir en el entorno.
Más allá de que el trabajo de autoconciencia y la búsqueda de una vocación es pura ganancia —y no tiempo perdido, como se suele pensar—, las especialistas sostienen que es importante ocupar el tiempo “libre” de buena manera.
“Hay que buscar actividades que permitan sostener una rutina, porque sino corremos el riesgo de que en ese vacío entre la depresión con todas sus fuerzas”, dice Moreno. Aprender idiomas o a tocar instrumentos son algunas actividades recomendadas, así como también realizar trabajos esporádicos. “Establecerse metas alcanzables y dejarse asesorar en el camino”, son otros consejos de la académica.
“Las libertades personales ayudan a construir un mejor futuro para sí mismo y también en común. Un profesional contento hará bien su pega y eso es un círculo virtuoso”, cierra.