Actualizado el 19 de agosto de 2021.
“Ya no se define la identidad humana por lo que uno hace, sino por lo que uno posee”, dijo Jimmy Carter, entonces presidente de Estados Unidos, durante su apesadumbrado pero visionario discurso a la nación de 1979. “Pero hemos descubierto que el poseer cosas y el consumir cosas no satisface nuestro anhelo por significado. Hemos aprendido que la acumulación de bienes materiales no puede llenar el vacío de vidas que carecen de confianza o propósito”.
A pesar de la profundidad de su reflexión —o quizá por eso mismo—, Carter nunca recuperó el respaldo popular y fue aplastado por Ronald Reagan en las elecciones del año siguiente. Pensándolo bien, puede ser que su tesis —”hemos aprendido que la acumulación de bienes materiales no puede llenar el vacío…”—, que parece aún tan vigente y políticamente correcta, simplemente haya sido, y siga siendo, incorrecta.
Sino, ¿cómo se explica que más de cuarenta años después casi todos tengamos más cosas de las que pueden caber en nuestras casas? El discurso contra el consumismo, que viene aportillando este impulso humano desde fines del siglo XIX, no ha conseguido frenar nuestro deseo inagotable por tener. Al contrario: hoy poseemos tantos objetos que hoy mucha gente necesita guardarlos fuera de sus domicilios, que son cada vez más estrechos.
A quién no le ha pasado: un cambio de casa a un departamento más chico, la compra de una bicicleta que jamás usaste, la carpa que espera su primera excursión, esa piscina que heredaste pero que te da culpa llenar, sillas de tu abuela, los productos que importaste y nunca supiste vender, tu desordenada colección de revistas de fútbol, el árbol de Navidad, un bote inflable pinchado, ese Packard Bell Legend del 2001, etcétera.
“Por eso se explica el auge de las minibodegas”, dice Roberto Picon, fundador de Mudango, un sitio que nació como un portal para encontrar servicios de mudanzas, pero que hoy también ofrece almacenaje. “Mucha gente, al cambiarse de casa o de oficina a través de nosotros, nos pedía también servicios para guardar cosas”.
El autoalmacenaje (una mala traducción del self-storage), como tantas otras cosas, comenzó en Estados Unidos, a fines de los sesentas. Como lo explican en este artículo de la revista Slate, alguien en Texas tenía unos garajes vacíos, decidió arrendarlos, construyó más, los consiguió arrendar también, luego otros copiaron la idea y acá estamos: en ese país, el año pasado, el negocio de las minibodegas generó 39 mil millones de dólares, un 50 por ciento más que el 2010.
“Hay muchos motivos por los cuales alguien necesita una minibodega”, dice Juan Pablo Valenzuela, socio de MercadoBodegas.cl, una plataforma que centraliza en un solo sitio a las múltiples empresas que ofrecen este servicio. “En el caso de las personas, puede ser por un viaje de estudios o trabajo al extranjero, por un divorcio o porque las casas o departamentos están siendo cada vez más pequeños”.
Algo cierto en el caso chileno. Un estudio de la Cámara Chilena de la Construcción, de 2017, demostró que el tamaño promedio de las viviendas que se pusieron en venta había bajado: de tener 63 m2 —en el caso de departamentos— y 95,2 m2 —en casas— el 2007, pasó a los 53 y 88,6 m2, respectivamente, diez años después.
“También pueden ser empresas, sobre todo pymes y emprendimientos que recién comienzan”, agrega Valenzuela. “Una minibodega, para ellos, no solo puede ser el lugar donde almacenan sus productos o materiales; en muchos casos se convierte en su centro de operaciones”.
“La pandemia también ha hecho crecer este negocio”, dice Picon. Aunque aún no hay cifras certeras, dice que conversando con otros players —como él les dice a los participantes de la industria— puede calcular que “la demanda ha aumentado en estos meses en al menos un 20 por ciento”. “Nosotros comenzamos a operar en febrero”, apunta Valenzuela, de MercadoBodegas, “y hemos crecido un 35 por ciento mensual”.
Guarda guarda
Según Picon, la crisis del coronavirus ha tenido aspectos negativos y positivos que han obligado a algunas personas a usar el autoalmacenaje. “Muchos negocios u oficinas han tenido que cerrar o achicarse, dejar sus lugares habituales y operar desde la casa o espacios más pequeños”, explica. Como en un comienzo se vio a la pandemia como algo pasajero, o que tendría eventualmente un fin, varios se decidieron a guardar sus cosas en minibodegas mientras durara el confinamiento.
Hay gente, también, que ha debido mudarse a viviendas más pequeñas, volver a la casa de sus padres o retornar a su ciudad de origen ante la falta de trabajo. Y como tampoco hay mucha gente comprando cosas, deciden almacenarlas hasta que mejore la situación.
Por otro lado, “ha habido muchos negocios que están creciendo muy rápido”, dice el creador de Mudango. Los que se anticiparon a la venta online y los despachos a domicilio han aumentado sus ventas y han tenido que ampliar sus superficies de trabajo.
Más allá de los motivos —si te fue mal o te está yendo muy bien o sencillamente eres un acumulador compulsivo de cosas—, ¿en qué hay que fijarse antes de elegir una minibodega?
“Hay para todos los gustos”, dice Juan Pablo Valenzuela. “De lo que nos hemos dado cuenta, eso sí, es que el precio no es lo más importante”. ¿Y qué lo es? “Está la ubicación, por ejemplo. Muchas minibodegas se ubican en las afueras de la ciudad, cerca de autopistas o zonas industriales, y para alguien que se tuvo que ir fuera, o que tiene auto, esto puede ser conveniente”.
También hay otras en el centro —como Mi Bodega, que tiene espacios en Bellavista, Ñuble y Apoquindo; AKI KB, con una sucursal en Eleuterio Ramírez y Matta Sur; y Guarda Todo, con bodegas en Providencia, Ñuñoa e Independencia—, para quienes necesiten ir con frecuencia a sacar o dejar cosas, o simplemente les acomode sentirlas cerca. Estas suelen ser más caras, “pero tampoco tanto”, dice Valenzuela. Un espacio de 10m³ en Bellavista, Recoleta, cuesta $131 mil al mes, mientras que uno del mismo porte en Pudahuel vale $122 mil.
Lo otro es el servicio que ofrece Mudango: microbodegaje, como lo llama Picon. En vez de arrendar un espacio fijo, independiente de si lo puedes aprovechar completo —tanto en volumen como en días—, ellos cobran solo por lo que necesitar almacenar, por su tamaño y tiempo exacto.
“Te metes a nuestro sitio, ingresas las cosas que necesitas guardar —si solo necesitas almacenar dos estufas y una silla, por ejemplo, eso serán aproximadamente 1 m3—, nosotros las pasamos a buscar y listo: te cobramos solo por el traslado y ese metro cúbico. Si en una semana las quieres de vuelta, regresas al sitio, pones que necesitas tus objetos, y al otro día estarán en tu casa y dejaremos de cobrar el arriendo en ese momento”.
La desventaja, en el caso de Mudango, es que no puedes ir cuando quieras a tu minibodega, y que el espacio tampoco es, mientras lo arriendes, exclusivamente tuyo. No podrías, como lo hace el protagonista de Atlanta en el último capítulo de la primera temporada, pasar la noche en una de ellas. “Pero si avisas con anticipación, puedes ir a ver tus cosas sin problema”, dice Picon.
Ahí, el metro cúbico cuesta alrededor de $7.500 al mes y el despacho unos $11 mil más.
“Muchas veces”, cuenta Valenzuela, “la gente no sabe bien lo que necesita. Lo que yo recomiendo es inventariar absolutamente todo lo que se necesita almacenar —ya sea un refrigerador o una caja de zapatos con revistas—, para tener una noción lo más exacta posible del espacio que se requiere, y luego pedir asistencia a los ejecutivos de la bodega, que son expertos en el tema”.
No hay que dejar de fijarse, dice el socio de MercadoBodegas, en el material con el que está construido el espacio, el tipo de vigilancia que tiene o si incluye o no un seguro. “Cada cual tiene sus necesidades, pero aconsejo informarse de estos detalles para no pagar de más”. En su plataforma se puede cotizar y comparar con facilidad casi toda la oferta de Santiago y regiones.