Por qué comer acompañado y sentado a la mesa (ojalá con sobremesa) puede ser más saludable

Cena navideña Mi pobre angelito
Foto: 20th Century Fox.

Aunque parece más tentador cenar acostado viendo Netflix, hacerlo en el comedor tiene varios beneficios, partiendo por un mayor goce y disfrute del momento, los que se acentúan cuando estamos en compañía. Lo discuten nutricionistas, una psicóloga, un periodista gastronómico y uno que otro estudio.




La mesa, objeto-espacio de tantos acontecimientos —reales o ficticios— determinantes para la historia universal o individual. ¿Quién no escuchó sobre aquella última cena, marcada por una traición fatal, pero necesaria para el futuro de la humanidad? ¿O participó de una comida inolvidable, por lo festiva o catastrófica, donde se destapó una verdad o se urdió el plan para un gran proyecto —que se hizo, que fracasó o que nunca ocurrió—, pero que al fin y al cabo dejó una historia?

Hoy, la mesa del comedor es más una sede para cuadernos, computadores, calculadoras que para cenas calientes, reconfortante para el espíritu de comensales y capaz de ser contada o al menos recordada en el futuo. Si los muebles tuvieran sentimientos, cualquiera diría que la mesa se siente abandonada bajo un caótico manto de angustia y estrés.

Quizá no es tan así cuando Álvaro Peralta está presente. Don Tinto, como se le conoce al crítico gastronómico y columnista de Práctico, es un fiel practicante de la mesa extendida, aquella que incluye sobremesa tras el almuerzo o la cena, un formato que suele disfrutar tanto en familia como con amigos. “A cierta edad, lo que uno más disfruta es un almuerzo extendido, donde te recojan la mesa a las 6 de la tarde para ponerte la once”, dice con franqueza.

Eso sí, Peralta reconoce que esto de la mesa extendida es algo que reserva para el fin de semana, pues en el día a día la posibilidad de tenerla “se pierde” entre las responsabilidades de cada uno. “El ritmo es jodido y los horarios también”. Por eso los sábados y/o domingos son sagradas las comidas en su familia.

“Comer sentados, calmados y ojalá con un poco de sobremesa es fundamental. Es el momento en que aparte de alimentarse uno sabe cómo están los demás y lo que tienen que hacer al día siguiente”. La cosa es aún más extendida cuando la mesa se agranda con otros comensales, familiares o amigos. Algo que, para Don Tinto, es común en el país. O más bien, natural: “Los chilenos somos súper pegados en general, no sólo para comer sino también en la vida. Este es el único lugar del mundo donde el asado dura 12 horas y la parrilla se vuelve a prender”.

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Foto: Lee Myungseong.

Solos, atragantados, viendo Netflix…

Si ese es el panorama promedio durante sábados y domingos, ¿qué pasa el resto de la semana? “En general, comemos muy rápido, lo que dificulta que uno se sienta satisfecho, porque la señal de saciedad demora 30 minutos en llegar al cerebro. Y cuando se traga aceleradamente, esa señal aparece cuando ya se comió en exceso”, sostiene Stephanie Kremer, nutricionista de la Clínica Indisa.

Para la especialista, parte del problema se debe a que ya no somos tan conscientes del acto y los procesos de comer, que van desde la elección de los alimentos hasta su preparación y engullición. También a la falta de hábitos, como tener horarios y espacios determinados para comer, sin que otros estímulos distraigan la atención que el cerebro necesita para concientizar la acción de alimentarse.

Uno de los factores que nos alejan del comer consciente, y por lo tanto de la mesa, es la tecnología: “Mucha gente come viendo tele o el celular”, dice Kremer. “Hay niños que cenan mientras juegan play o están en el computador. Eso nos desconecta de las cosas simples y del presente”, sostiene.

Ciertos estudios vinculan el comer solos con una mayor prevalencia de enfermedades coronarias. Tal es el caso del documento publicado por la revista de la Sociedad Norteamericana de Menopausia (NAMS), Menopause, que concluyó que las personas de la tercera edad que se alimentan frecuentemente en soledad tienden a hacerlo deprisa, lo que significa masticar menos y tragar más aire, aumentando la posibilidad de hinchazón del estómago y dificultando el proceso de digestión. Esto tiende a generar sobrepeso y mayor presión arterial, elevando el riesgo de sufrir una complicación cardiovascular.

Aunque el contexto puede variar, la relación “comer solos y rápido” descrita en la investigación se da en mujeres y hombres de todas las edades. Otro factor mencionado es el bajo nivel de conocimiento nutricional y la dieta desbalanceada.

Álvaro Peralta recuerda los tantos años que vivió sólo. “Siempre me gustó cocinar, pero me sentaba a la mesa y en menos de 10 minutos terminaba el plato”, comenta. En soledad, es más probable que cocinar resulte una tarea tediosa, sobre todo después de una jornada de trabajo duro. La solución, por estos días, viene de la mano del motoboy que trae el pedido a domicilio. Pizza, sándwiches, sushi, comidas altas en grasas y sodio. En los pacientes de Stephanie Kremer esto es algo que se repite al menos tres o cuatro veces a la semana. El que esté libre de delivery que lance la primera piedra…

Alimentación consciente y otras miradas

En los últimos años, entre tantas dietas y tendencias que aparecen y desaparecen, se asoma una que parece perdurar: la alimentación consciente. ¿Qué es? Según Kremer, se trata de tener una atención plena en el acto de comer, “con la consciencia presente en el momento, sin juzgar”. La clave es estar atentos a las “señales de hambre y plenitud estomacal” que entrega el propio cuerpo. “Ver qué alimentos necesito en ese momento, qué pide el organismo: ¿frutas? ¿Proteínas? ¿Grasa? ¿En qué cantidad? No tiene por qué ser algo pauteado, sino de hacer elecciones que contribuyan al bienestar físico y mental”, acota la nutricionista.

Por su parte, la nutricionista María Jesús Ramos advierte que muchas veces se incentiva la alimentación consciente como una herramienta restrictiva, que nos lleva a comer solo “alimentos permitidos”. Sin embargo, está muy alejada de eso. “La idea es que nos conectemos con nuestro cuerpo, que disfrutemos y sintamos placer al comer, independiente del contenido nutricional de lo que tengamos enfrente”.

Ahí es donde surgen las diferencias. Algunos especialistas promoverán con mayor rigor la comida “saludable” —es decir, frutas, verduras, legumbres, carnes magras y pescados frescos—, mientras que otros entenderán la flexibilidad como soporte fundamental para hacer frente al ritmo de vida actual. Es el caso de la psicóloga clínica, especialista en conducta alimentaria alterada, Camila Morales. Junto a Ramos y la nutrióloga Denisse Kohn hablan de estos temas en el popular podcast Mujeres Comiendo.

Morales dice que todo hábito es importante para nuestra salud física y mental, pero es necesario entender que hay personas a las que se les hace prácticamente imposible mantenerlos. “Una mamá que le está dando comida a su hijo de un año mientras ella también come. Esa persona tendrá una gran carga mental en ese momento, porque no puede comer tranquila, y asociará el hábito con un momento estresante. Pensar en ideales es súper poco realista: cada uno genera su rutina según sus posibilidades”.

Por eso defiende a quien come en diez minutos tanto como a quien necesita “algo más elaborado” para conectarse con el proceso de alimentación. “Depende de cada contexto, del lugar o del espacio que cada persona está habitando; ojalá siempre la alimentación sea un lugar de disfrute. Si eso tiene que ver con la calidad de la luz, la temperatura o el tiempo, es algo que cada uno puede definir”, explica la psicóloga.

Kremer, en tanto, tiene una perspectiva mindfulness al respecto. Por eso recomienda que una vez a la semana se tenga una comida en un “entorno espectacular”. Esto sería con “mantel, velas, aromaterapia, cubiertos y platos bonitos, y música que ayude a vivir la experiencia a fondo: cómo le hace sentir el proceso de autocuidado, el tacto al cocinar, los aromas que emergen, comer lento y disfrutar los alimentos”.

Podemos encontrar una tercera visión en Saber comer, la guía que el periodista estadounidense Michael Pollan —especializado en alimentación— publicó en 2009. En ella echa mano tanto a la ciencia como a la tradición, a los mitos culinarios y a su propia experiencia, y el resultado son 64 reglas que tienen como leitmotiv el axioma “Come comida. Con moderación. Sobre todo vegetales”.

De ahí surgen recomendaciones como “come cuando tengas hambre, no cuando estés aburrido”, “pasa tanto tiempo disfrutando de la comida como el que ha tardado en prepararse”, “come despacio (…), te hará falta menos cantidad para sentirte saciado”, o “intenta no comer solo”.

"Saber comer", Michael Pollan

Otra regla que aparece en el libro es “come siempre sentado en una mesa”. Pollan dice que la ciencia lo acredita: comer mientras vemos televisión, trabajamos o conducimos el auto lleva a comer mecánicamente y, por ende a tragar “muchísimo” más de la cuenta.

En el fondo de ese punto están todos de acuerdo: aunque María Jesús Ramos sostiene que no hay problema con ver series mientras se come —en tanto se hagan pausas para concientizar y disfrutar del acto de comer—, la mesa ofrece un espacio “sagrado” para desarrollar de mejor forma el ritual de alimentarse, a salvo del ritmo frenético del día a día, del multitasking y de otros estímulos que perturben el momento.

Sobremesa: ¿por qué no?

La idea del goce y el disfrute aparece repetidamente al hablar de comida. “Es un espacio y tiempo para compartir”, dice Ramos, un vínculo que existe desde la prehistoria. “Casi siempre suele haber afecto y amor involucrados. Además, mientras más ponemos atención en la comida y en disfrutarla, más fácil nos conectamos con nuestro cuerpo y sus señales fisiológicas de hambre y saciedad”.

Si hablamos de disfrutar, ¿por qué no agregarle sobremesa al cuento? Para Álvaro Peralta, es deseable, natural e incluso,saludable que la ritualidad de comer incluya un segundo tiempo de convivencia en la mesa. “Es ganarle un tiempo a la rutina, no salir corriendo después de comer para seguir trabajando. Probablemente no se puede hacer todos los días, pero al menos un par de veces a la semana, con la familia o los amigos. De lo contrario, comer se transforma en algo mecánico y eso es triste”.

Stephanie Kremer, en cambio, cree que la sobremesa tiene un doble filo. “Está comprobado que mientras más comida hay en la mesa, más comen las personas”. María Jesús Ramos difiere: “¿Por qué inhibir un espacio importante de la comida, muy cultural por lo demás, por miedo a comer más? Comer se ha patologizado tanto, y se ha llenado de tantas reglas estrictas, que al final nos han ido alejando de la misma experiencia de comer”, acusa.

Para evitar la sobre ingesta, la sobremesa puede ser más un momento de beber que de comer. Es lo que hace Álvaro Peralta, para quien esta comienza entre el postre y el café. “Se estila hacer con los bajativos clásicos —licores digestivos como la manzanilla, el triple sec, el bitter o el drambuie (o más fuertes como el cognac y el whisky—, pero hay gente que toma mate o infusiones de hierbas, así que es a gusto”.

Peralta cree que trasladar la experiencia de hacer mesa y sobremesa se puede trasladar al trabajo, obviamente si las condiciones lo permiten.. “Seguramente no pasará de un café y un cigarro, pero es necesario para hacer un cambio de ritmo y no volverse un autómata. Cuando trabajé en oficina, teníamos un club del café: la empresa puso la máquina y nosotros comprábamos los granos y las infusiones”. Como dijo Oscar Wilde, la clave es ser moderados, incluso en la moderación… incluso, en el trabajo.

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