“¿Será el Año Nuevo el mejor momento para empezar con tus nuevas ideas?”, se preguntaba la animadora Ellen DeGeneres. “Quiero decir, despiertas al mediodía, tienes resaca, no sabes bien donde estás. No es el instante indicado para empezar una nueva dieta: a veces hay prioridades más urgentes como saber dónde están mis pantalones”.
Si la juventud todavía no te abandona, quizá está en tus planes irte de fiesta el 31. Es probable, entonces, que el 1 de enero seas un estropajo con pies. Por otro lado, es posible también que estés llegando a este final de año casi a rastras y tu resolución o deseo es simplemente que la vida te dé un respiro.
Pero ahí, entremedio, hay un grupo grande de entusiastas que llenan sus corazones de esperanza y deseos para que el próximo año sea mejor y se les cumplan una serie de decretos. ¿De dónde viene eso? Vamos con una brevísima clase de historia.
Enero, mes de lo nuevo
Según informa Isaías Sharon, psicólogo, creador del Modelo de Coaching Integrativo y podcaster, en la antigüedad el inicio de año se celebraba el 1 de marzo. Pero Julio César, en el 47 AC, creó el calendario Juliano, donde la temporada comienza en enero, un mes consagrado a Jano, dios de lo nuevo y los comienzos, y no en marzo —por Marte, dios de la guerra—, como se hacía clásicamente.
“Luego, en 1582, el papa Gregorio XIII creó el calendario gregoriano y estableció el 1 de enero como la fecha de inicio de cada año”, explica. “Fue de esta forma que en la víspera del 1 de enero, para celebrar los nuevos comienzos, las personas hacían plegarias y elevaban sus deseos para los tiempos que venían. Desde entonces, tenemos el ritual cultural de pensar en nuevas metas y decretos para el año que está por iniciar”, concluye.
Perfecto. Ahora que sabemos de dónde viene, podemos pasar a la parte importante: ¿cómo hacer que mis decretos de Año Nuevo se cumplan?
El poder del decreto
“Hacer planes o decretos para el nuevo año es una forma interesante de visualizar cómo queremos que sea nuestro futuro”, dice Carla Garcia, psicóloga, instructora de mindfulness y co-fundadora de BrotaConsult.
Ella sugiere que esta idealización se haga desde una base “consciente y no reactiva”. ¿Qué quiere decir esto? Que el decreto vaya acompañado de “una consciencia plena de cómo nos sentimos, cómo valoramos nuestra vida en el presente y si la aceptamos así como es”.
De lo contrario, advierte, “decretar podrá parecerse más a una reacción impulsiva para intentar borrar nuestra insatisfacción actual en lugar de ser una respuesta consciente ante ella”.
Propone, por qué no, un pequeño ejercicio de mindfulness: “El paso más importante para decretar algo es no hacer nada, no decretar nada, hacer una pausa atenta y conectada con lo que estoy sintiendo sin tener que responder a ello”.
Lo siguiente es sentarse en silencio y poco a poco llevar la atención hacia la respiración. Simplemente detenerse a observar tanto nuestros sentimientos como las sensaciones físicas. “Sin intentar parar aquello que no me gusta o centrarme solo en lo que me gusta”, dice. “Solo abrir la escucha atenta, con una actitud receptiva a todo lo que está pasando”.
“Decretar o desear tiene el poder de motivarnos, ayudarnos a poner nuestra mente y nuestras capacidades hacia un foco. Esto nos lleva a la acción y al logro. Decretar ayuda a enfocar la mente, a sentir entusiasmo e ilusión, principios básicos para ayudar a que las cosas pasen”, asegura Sharon.
Pero hay un pero. Siempre lo hay. Sharon dice que luego de decretar algo, “debemos permanecer concentrados en ello, prepararnos y trabajar”.
Qué hacer y qué no hacer
Es probable que la balanza de tus decretos posiblemente esté inclinada hacia el lado de los deseos no cumplidos. Así pasa con la mayoría de las personas. No existe una cifra o estudio que lo confirme, pero tampoco nada que lo desmienta, así que correremos con esa intuición. ¿Por qué sucede esto?
“Son varias cosas las que pueden hacer que nuestros deseos no se cumplan”, apunta Sharon. Uno de los problemas más comunes es tener expectativas irreales. “Querer hacer en los próximos doce meses mucho más de lo que realmente una persona puede lograr, ya sea por tiempo, capacidad o contexto”.
Esto provoca, advierte, que desear se vuelva un espacio de frustración y “que la gente desee más por rito que por convicción, y no lo ven como una oportunidad de volver a tener un norte que motive sus comportamientos”.
Otro error, asegura, es desear cosas que están fuera del control personal. Como por ejemplo, “que otra persona cambie, o que el contexto sea de tal o cual forma”.
“Los deseos deben estar centrados en aquellas áreas en que uno puede tener injerencia, para así luego poder dedicarse a cumplirlos. Los deseos deben ser desafiantes pero realistas, algo que con los recursos existentes se pueda lograr”, aconseja. Ajustar expectativas, por lo tanto, es clave.
Un buen comienzo, sugiere Sharon, es reconocer lo aprendido durante el año y lo que queremos aprender de nosotros mismos durante el que viene. García revela otra contraseña: “centrarse más en el ser que en el tener y el hacer”.
Es fundamental que junto a las ideas de lo que se quiere, se haga una lista de comportamientos y decisiones para enfocarse en aquellos nuevos hábitos que se deben implementar. Es decir, junto al objetivo decretado, hacer una especie de pre-decreto, identificando qué cosas, principios o valores (por ejemplo perseverancia o autodisciplina) tengo que desarrollar para que el camino hacia esa meta se pueda pavimentar.
“Es recomendable escribir las determinaciones con fechas estimadas, con la mayor claridad y realismo posible, incluyendo probables obstáculos y algunos caminos para solventarlos”, agrega Garcia.
Finalmente, Sharon propone “establecer un compromiso y encontrar la motivación interna para lo que se quiere. Porque decretar es fácil, pero comprometernos todos los días para lograr lo que deseamos es el gran desafío”. En esa línea, coincide con esta frase de Carl Jung, fundador de la psicología analítica: “Quien mira hacia afuera, sueña; quien mira hacia adentro, despierta”.