En septiembre de 2012, Neil Young apareció como invitado en buena parte de los late shows norteamericanos, como el de David Letterman y Stephen Colbert. De muy buen humor, el músico presentó su nuevo gran proyecto comercial: un servicio de descarga y reproducción musical en alta resolución y sin pérdidas de calidad. Le llamó PonoMusic.
En su presentación, Young dijo que, a través de Pono, buscaba enfrentarse a “la inferioridad del audio comprimido” que ofrece el mp3, el formato digital más consumido en el mundo. De acuerdo al artista canadiense, el mp3 estaba arruinando a la música, no sólo en términos financieros, sino que también estéticos. Por ello, prometió rescatarla y ofrecer “el mejor sonido que cualquiera pudiera conseguir”. De paso, le declaró implícitamente la guerra a Apple, dueña entonces del popular iPod, del iPhone y de iTunes, el servicio de descarga musical basado en el repudiado formato.
Un buen número de artistas hicieron público su apoyo a Young. Flea, bajista de los Red Hot Chili Peppers, fue uno de los primeros en probar las bondades de Pono. Secundado por su vocalista Anthony Kiedis y su productor Rick Rubin, le dijo a la revista Rolling Stone que Aretha Franklin “nunca había sonado tan impresionante”.
Pero el entusiasmo decayó rápidamente. Young no logró captar a grandes inversionistas y la audiencia tampoco se vería compelida. Finalmente, en 2017, la empresa cerró. Pono, a diferencia de los discos de Young, desapareció sin pena ni gloria. El músico, tiempo después, comentó que su problema no fue sólo con el mp3 sino que también con el streaming, encabezado por compañías como Spotify y YouTube, principalmente por lo “mal que los acuerdos de transmisión tratan a los artistas”.
Probablemente, Young no se esperó que desde el streaming terminara encontrando aliados en la guerra contra el mp3. Uno de ellos es Tidal.
La propuesta de Tidal
La historia de un músico harto del mp3 y de las bajas regalías recibidas por parte de los servicios imperantes, no tiene a Neil Young como su único representante.
En 2014, la compañía noruega Aspiro lanzó Tidal, un servicio de música por streaming, con audio sin pérdida y videos musicales en alta definición. Pero su verdadera irrupción ocurrió al año siguiente, cuando Jay-Z compró la empresa y relanzó la marca en una conferencia de prensa, que contó con la presencia de músicos del calibre de Madonna, Beyoncé, Daft Punk, Jack White, Alicia Keys, Arcade Fire y Kanye West.
Las similitudes entre Tidal y PonoMusic son tan precisas como sustanciales. Para comenzar, ambos servicios surgieron en la primera mitad de la década del 10′. Los dos comparten la misma premisa: ofrecer música en alta calidad y sin pérdida, como una alternativa al mp3 y otros formatos y códecs de baja resolución. Ambas, además, pusieron la tarea de desarrollar un software conversor analógico-digital en manos de la misma empresa, la británica Meridian Audio.
Tidal ofrece música en una alta calidad semejante a la de un CD (16 bits, 44,1 kHz) y de una máster (24 bits, 192 kHz), y en formatos sin pérdida de información, como FLAC, Dolby Atmos, Sony 360 Reality Audio, y Master Quality Authenticated (MQA). Algo que no hace Spotify, la plataforma de streaming más popular, con más de 400 millones de usuarios, de los cuales poco menos de 200 son suscriptores pagados.
Aunque no se conocen datos fidedignos, se sabe que Tidal está muy debajo de las cifras de Spotify. Lo curioso es que ambas plataformas cuentan con un catálogo similar, con más de 100 millones de canciones. De hecho, al igual que Spotify, Tidal tiene contrato de distribución con las tres compañías discográficas más grandes de la industria (Sony Music Entertainment, Universal Music Group y Warner Music Group), además de otras distribuidoras independientes.
¿Hay diferencias en el catálogo? Sí, en Spotify se pueden encontrar algunos discos que en Tidal no están. Y viceversa. Por ejemplo, la discografía de Neil Young no la encontrarás en la plataforma de la compañía sueca. Pero sí está, y completa, en Tidal.
Planes y regalías
Al analizar el valor de la suscripción de Spotify versus Tidal, se observa que el plan individual básico de éste último es, incluso, más barato. El plan “HiFi” de Tidal, con el que se tiene acceso al catálogo completo en alta calidad de sonido (16 bit, 44,1 kHz), tiene un valor de $4.149 al mes. Spotify, en tanto, subió recientemente el precio de su suscripción de pago inicial, llegando a los $4.550 mensuales.
El plan estrella de Tidal, “HiFi Plus”, que ofrece la máxima resolución de audio (hasta 24 bit, 192 kHz), sube algo más de precio: $6.198 cada 30 días y $3.099 para estudiantes. Sigue costando menos que un CD en los noventas.
Por otro lado, Spotify está en permanente disputa con los artistas debido a la poca transparencia en su gestión de negocios y las bajas regalías que distribuye: apenas 0.038 centavos de dólar por reproducción, o sea menos de 4 pesos chilenos por cada canción a la que le pone play. Thom Yorke, Joni Mitchell, Alex Kapranos y Taylor Swift, entre otros, se han unido a Young en sus protestas, algunos de ellos retirando su discografía de la plataforma. Una jugada que, sin embargo, les golpea de vuelta, pues Spotify es el servicio que más vitrina y reproducciones consigue.
Tidal no tendrá tantas reproducciones, pero dice ofrecer un modelo de negocio algo más justo para con los artistas. El 10% de la suscripción de cada usuario va para el o la artista que más haya escuchado durante el mes. Además, busca incentivar la promoción de artistas “emergentes” desde su función Tidal Rising, para que estos puedan monetizar de mejor manera.
Resolución de audio: ¿Puro cuento?
No es extraño escuchar o leer que las diferencias entre el audio que ofrece Tidal y Spotify son imperceptibles, como si la alta resolución se tratara de un placebo. Esto lleva a un paréntesis necesario: ¿a qué nos referimos al hablar de audio de alta resolución y sin pérdida?
Cuando personajes como Neil Young despotrican contra el mp3 y la mala calidad de su audio, tienen como punto de referencia la sonoridad que ofrecen los discos del formato físico, principalmente el vinilo y el CD.
Un archivo digital, como el que se graba en un CD o el que se guarda en un computador, está codificado en bits, esto es un lenguaje binario de unos y ceros en los que se sintetiza toda información. Ergo, se trata de un lenguaje discontinuo. Pero nuestros oídos escuchan el sonido de forma análoga, cuya frecuencia es continua, por lo que para transformarla en sonido digital es necesario fragmentarla y, luego, reconstruirla. ¿Cómo se hace? Por medio del sampling o muestreo.
Este proceso mide la frecuencia del sonido análogo tomando muestras en intervalos de tiempos regulares. La cantidad de muestras por segundo se expresa en hercios (Hz), mientras que los bits, en tanto, hacen referencia al tamaño de cada una de estas muestras. En resumen, la calidad de este traspaso de sonido análogo a digital dependerá de la resolución y frecuencia de muestreo.
Se sabe que a mayor resolución y frecuencia de muestreo, más exacta es la reconstrucción del sonido análogo y, por ende, más alta la calidad de audio digital. Y que para que sea fiel, esta frecuencia debe ser de, al menos, el doble de la frecuencia más alta audible. ¿Qué significa esto? Vamos a algunos ejemplos.
En teoría, los límites absolutos de la audición humana están en el rango de los 20 a los 20.000 Hz, desde graves hasta agudos. Se estima, sin embargo, que percibimos mejor aquellos sonidos que circulan en el rango de los 2.000 y 5.000 Hz.
Un CD tiene una profundidad de 16 bits y una frecuencia de muestreo de 41.100 Hz. La reconstrucción digital del sonido análogo en el CD, por lo tanto, debiese ser exacta, pues su frecuencia de muestreo supera más del doble el límite de agudos audible por el oído humano.
En tanto, una máster o pieza maestra musical, que es la grabación original de una obra musical y de la cual se realizan las copias que luego se comercializan, tiene una profundidad de 24 bits y una frecuencia de muestreo 96.000 Hz o 192.000 Hz. Si un CD suena bien, esto lo supera con creces. Es casi como estar frente a una banda tocando en vivo.
Entonces, ¿por qué es tan importante la resolución a la cual se escucha la música digital? Porque mientras mayor sea, más similar será al sonido que percibimos en la presencialidad de una conversación o de un concierto.
Cuando la resolución de un disco es igual a la de un máster, significa que la definición, nitidez y limpieza del sonido es la más alta, que las frecuencias agudas encontrarán un espacio para brillar sin toparse con las medias, y que las graves podrán moldear su sonido sin abombar ni tapar al resto. Mejora la definición, desaparece el riesgo de ruido y saturación. Así los arreglos, los silencios sobresalen y el trabajo estético de un artista musical se salvaguarda.
¿Y la compresión sin pérdida?
Lo anterior puede quedar en nada si no hay una buena compresión de por medio. El problema de los archivos de muy alta frecuencia y resolución es que son muy pesados, cientos de megabytes por una sola canción. Para poder reproducirlos rápidamente en streaming, se comprimen en mp3, lo que reduce su tamaño pero también la calidad.
La compresión que ofrece el mp3 (320 kpbs) lleva a que el audio original se achate: hacina a las frecuencias, que se topan sin espacio ni definición. Se pierden los detalles, crece la estridencia, el ruido y la saturación. Más temprano que tarde, cansará al oído.
Es como la diferencia entre una imagen pixelada y otra en alta resolución: mientras en la segunda puedes sumergirte mucho tiempo observando los detalles, en la primera, aunque puedes distinguir las formas principales, te cansarás rápidamente.
Lo que ocurre con el mp3 y otros formatos y códecs de audio con pérdidas es similar. Claro, puedes escuchar la música. Sabes que estás escuchando a tu artista favorito, pero no esa no es precisamente la canción que hicieron. Es una representación comprimida de su arte, incapaz de expresar los aspectos estéticos del sonido que pretendieron, incluso con el riesgo de que los arreglos queden tapados bajo frecuencias disparadas ante el desbalance del archivo.
¿Importa todo esto? ¿Hace una diferencia? ¿Es ésta perceptible? ¿Es suficiente un mp3 para disfrutar de la música? Cada cual tendrá su respuesta. Pero la diferencia existe, es perceptible. Eso no quita la posibilidad de que alguien disfrute de escuchar música en mp3, aunque esto signifique maltratar su audición.
En mi caso, disfruté durante toda mi adolescencia y buena parte de mi juventud de los mp3. Pero vengo de los noventas. Crecí entre cassettes y cedés, y mi percepción musical está más vinculada al formato físico que al digital. Y no por mera nostalgia, sino que por su estética y una cuestión física: las ondas análogas golpean el cuerpo de forma diferente. En esto radica el valor de Tidal. Allí está la diferencia.
Cada cual cava su grieta hacia otras dimensiones: Si quiero escuchar música, y centrar toda mi atención en ello, voy por un vinilo. Pero como no tengo ni tendré todos los discos que me gustan, recurro a los servicios de streaming. Y el que ofrece mayor cercanía con el sonido análogo y los formatos físicos es Tidal.
Sin dudas, el servicio tiene aún mucho que mejorar. Por ejemplo su interfaz, pero también en su apuesta sobre las regalías a los músicos y artistas. Pero su oferta de audio en alta calidad ha motivado que otros servicios, como Amazon y Apple, sumen sus propias propuestas. Las compañías de tecnología de audífonos y parlantes han hecho eco de esto, lanzando al mercado cada vez más productos que soportan códecs de alta resolución. Y esto no es menor, porque de nada sirve tener Tidal si no se cuenta con equipos de audio que soporten sus formatos.
El acceso a un audio de mejor calidad aumenta y, con ello, ganamos todas y todos los que nos interesamos en el valor estético de la música, artistas y oyentes. Pono no lo logró, pero otros sí lo han hecho. Neil Young, entre ellos.