Actualizado el 12 de agosto de 2022.
Estimada lectora o lector: ¿podrá usted leer este texto completo y sin perder el hilo? De no ser así, ¿cuántos minutos demorará en cambiar de pestaña, pasarse a hacer scroll en el celular o levantarse del asiento y ponerse a hacer otra cosa? ¿Es ese un comportamiento habitual en usted?
Tampoco es para sentirse culpable ni mucho menos, pero puede que haya algún problema con su capacidad de atención. Y no sería raro: el trastorno de déficit atencional (TDA) está cada vez más extendido y se presenta en diferentes grados. Hace unos 15 años, éste afectaba a un 5% de la población, aproximadamente. Hoy la cifra llega al 10% y se teme que sea mucho más.
Lo que impide identificarlo con certeza es que no todo el mundo le da el peso que corresponde; en otros casos, se suele confundir con problemas de comportamiento, por lo que no se consulta con un especialista. ¿Tiene un hijo o hija “flojo” porque saca malas notas? ¿Un hermano o hermana que se porta mal en clases? ¿Una sobrina o sobrino que no escucha a nadie, porque anda en “su mundo”? Es posible que no se le haya prestado atención a su déficit atencional.
Pese a lo anterior, el TDA ya no es el tema tabú o desconocido que solía ser. Poco a poco se ha ido entendiendo que no sólo afecta a niñas, niños y adolescentes, sino que también a adultos. “Se creía que uno se curaba al recibir el diploma de egresados en el colegio”, ironiza Álvaro Romero, neurólogo de la Clínica INDISA. Pero es al contrario, porque la situación en adultos es incluso más extendida.
De acuerdo a Manuel Tomás Mesa, especialista en neurología pediátrica de la Red de Salud UC CHRISTUS, cerca del 15% de los mayores de 18 años sufren de TDA u otros trastornos similares. Pero se estima que la cifra real es mayor, pues, como dice Romero, “a los adultos les cuesta más reconocer que hay un problema”.
Desconcentrarse para concentrarse
“El cerebro es como una casa y la atención es la puerta principal. Si a una información no le prestamos la atención suficiente, será como cerrarle la puerta y no podrá entrar”, dice en términos lúdicos Álvaro Romero. El déficit atencional es un trastorno neuroconductual, que principalmente se presenta vinculado a tres características clínicas: la desconcentración, la hiperactividad y la impulsividad. Los casos pueden manifestarse con especial acento en alguno de estos síntomas, o bien combinarlos.
El más común, dice Romero, es el déficit atencional e hiperactividad (TDAH, la abreviación en español), que en Estados Unidos afecta a cerca del 3 y 5% de niños y niñas. Quienes presentan este trastorno tienen grandes problemas para quedarse quietos o permanecer en una actividad por un tiempo prolongado. También suelen hablar mucho. Cuando se trata de niños o niñas, tienden a correr, saltar e incluso trepar cada vez que tienen la oportunidad. La impulsividad, además, les lleva a interrumpir al resto, hablar fuera de lugar, así como a arrebatar cosas, no esperar su turno ni concentrarse cuando se les da instrucciones. “Se les suele ver como la oveja negra”, agrega el neurólogo.
En tanto, quienes padecen déficit atencional predominantemente inatento, tienden a tener mayores dificultades para organizar, llevar adelante y finalizar una tarea. Les cuesta prestar atención a los detalles, seguir instrucciones y/o mantener el hilo de las conversaciones, ya que se distraen con mucha facilidad y suelen ser olvidadizos. En este segmento se dan los casos vinculados al comportamiento hipoactivo que, al contrario del hiperactivo, se manifiesta en movimientos despacios, como si estuvieran en cámara lenta.
Como explica Manuel Tomás Mesa, en el lóbulo prefrontal del cerebro se alojan una serie de redes neuronales, encargadas entre otras cosas de lo que se denomina “funciones ejecutivas”, pero que en vez de estar al 80% de su capacidad —lo ideal para conseguir una concentración adecuada—, en estos caso están al 30 o 50%. Estas se encargan, por ejemplo, “de recordar lo que se está conversando en el minuto y también del control inhibitorio, que permite enfocar la atención y ‘apagar’ otros estímulos, algo que les cuesta mucho más a las personas con TDA”, describe Mesa.
Entre los síntomas, la falta de atención es sólo uno de tantos. Soñar despierto frecuentemente (perderse en las fantasías), distraerse rápidamente al momento de hacer tareas o, incluso, cuando se está jugando; ser olvidadizo, no escuchar cuando le hablan, moverse todo el tiempo y la dificultad de mantenerse en una posición, actuar y hablar impulsivamente, entre otros comportamientos que se entremezclan, pueden ser una alerta de que se está frente a un caso de déficit atencional.
Si bien los síntomas parecen ser más simples de identificar en niñas, niños y adolescentes, también se dan en adultos. “A medida que se crece, van aumentando las responsabilidades y las actividades en el día a día. En un adulto de 40 años, que debe trabajar, proveer económicamente, cuidar a una familia, entre otras cosas, puede hacerse muy evidente el trastorno. Esos pacientes se plantean si realmente empeoró su déficit atencional o se vuelve más notorio al tener más funciones que cumplir”, afirma Romero.
¿De dónde salió eso?
Tener dificultades para poner atención y concentrarse en las distintas tareas que se dan en el día, puede deberse a diversos factores. De acuerdo a Manuel Tomás Mesa, problemas en la rutina, como no dormir bien, es uno de ellos. “Una persona que está metida en las redes sociales hasta la 1 de la mañana y tiene que levantarse a las 7, evidentemente, al otro día va a andar de mal genio y desconcentrado”.
Asimismo, otras patologías o trastornos mentales, como la depresión, suelen asociarse a problemas en el nivel de concentración y la memoria. Sin embargo, el principal factor detrás del déficit atencional sería el genético. “La herencia juega un rol importante. Cuando uno de los padres es una persona desconcentrada, alguno de los hijos le va a salir igual. Pero cuando ambos lo son, prácticamente todos los hijos van a salir con déficit de atención y concentración”, dice el doctor Mesa.
Pero mientras algunos científicos postulan que entre el 70 y el 95% de los casos se dan por genética, otros no lo tienen tan claro. “El déficit atencional se conoce hace 30 años, pero el fenómeno en adultos es mucho más nuevo, entonces no hay estudios que digan que hay efectivamente una correlación desde el punto de vista genético. No lo sabemos”, plantea Álvaro Romero.
Enrique Tabilo, investigador de Neurosistemas en la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, quien participa de un estudio sobre personas con déficit atencional, sí comparte la tesis de la genética. Y lo demuestra con un ejemplo: “Hay casos como el de Islandia, una isla que estuvo sin contacto con otros países por miles de años. El pool genético de sus habitantes es muy similar y la tasa de habitantes con déficit atencional es gigantesca, mucho mayor que en cualquier otro país. Todos andan con su Ritalin en el bolsillo”.
Otro punto de discusión es la incidencia del factor cultural. En la era de la inmediatez, impulsada por la tecnología y el deseo irrefrenable de la gratificación instantánea, los problemas de atención parecen haberse agudizado. Más aún con la pandemia. “El teletrabajo o los estudios online han complicado mucho a las personas con déficit atencional, porque no tienen la misma intensidad de estímulo que se da presencialmente. Entonces, les dan una orden o una información y a los cinco minutos ya no la recuerdan”, cuenta Romero. “Las personas con estos problemas necesitan de estímulos más prolongados y muy atractivos para que comiencen a fijarse en la información relevante y no en otra”, agrega.
Esto, que sería parte del “factor ambiental”, es preponderante según Mesa, porque “debemos estar atentos a muchos estímulos al mismo tiempo y muchas veces no podemos responder a todos. Alguno se nos va a olvidar”.
Tabilo dice que el multitasking —estar en multitarea— que impulsan dispositivos como los smartphones ha provocado una fragmentación en nuestra capacidad de atención. “En los últimos años hay varios estudios que intentan exponer eso. Lo ideal es limitar y retardar el acceso a este tipo de dispositivos, para que el cerebro aprenda a enfocarse en una sola tarea”, sostiene.
Atender para evitar las consecuencias
No hacerse cargo de los problemas de concentración o del déficit atencional puede acarrear diversos riesgos según la gravedad de cada caso. Pero es muy común que la persona que lo padece “choque con la sociedad”, como dice Mesa. “Es un choque porque causa problemas y roces con la familia, los amigos, el colegio, el trabajo. Se le olvida lo que tenía planeado, ya sea una cita, una reunión o ir a buscar a los niños al colegio”.
En el caso de los menores de edad que sufren de TDAH y tienen arranques de impulsividad, suelen tener conflictos con los compañeros y sufrir accidentes. La desconcentración, además, repercute en el rendimiento escolar o laboral y luego en el autoestima, lo que puede conllevar a otros trastornos del ánimo, como la depresión.
“Este es un problema que no sólo involucra al área cognitiva, es un fenómeno mucho más complejo de calidad de vida. Los pacientes, independiente de la edad, comienzan a desarrollar fenómenos emocionales porque tienen muy mal autoconcepto”, dice Álvaro Romero.
Según el neurólogo de Clínica INDISA, la gente cree que se trata de personas flojas y no entienden que necesitan de apoyo. Muchas veces, incluso, los pacientes deben trabajar con psicopedagogos, psicólogos y fonoaudiólogos.
¿Qué hacer?
“Cuando un niño sufre de TDA, lo primero que uno hace es el manejo de ambiente: tener reglas claras, cancha bien rayadita, siempre con amor y cariño. En el colegio lo mismo: se les da roles en la sala de clases, que sea un ayudante básicamente. Segundo, no sentarlo muy atrás, porque sino va a percibir todo lo que hacen sus compañeros. Y, tercero, hay que tratarlo positivamente, no con retos, sin exponerlo al maltrato o al bullying”, explica Mesa.
Álvaro Romero dice que hay que “rutinizar”, crear rutinas diarias en las que se trabajen las áreas que más les complican. “Si le cuesta leer, que tenga tareas de lectura y buscar estímulos para ello”. En ese sentido, aconseja hacer listas con las tareas diarias y realizarlas punto a punto.
Pero eso no solo corre para los niños. A un adulto también se le facilitaría el trabajo o sus responsabilidades diarias teniendo un ambiente ordenado, lo más libre que se pueda de distracciones. El celular, esa caja de Pandora de la dispersión, tratar de mantenerlo alejado o con las notificaciones desactivadas durante los momentos en que se requiere concentración, y tener la menor cantidad de pestañas abiertas si es que se trabaja en internet.
De hecho, y si el trabajo lo permite, no es malo desconectarse de la red mientras se trabaja. Darse tiempos de descanso establecidos —cada 90 minutos, por ejemplo— ayuda a enfocarse y usar los ratos libres caminando o moviéndose es otra medida que resulta útil.
Dentro de esa rutina —ya sea temprano en las mañanas o después de las clases o el trabajo— debe haber espacio para el deporte y, en el caso de los adultos, se puede agregar la meditación. También es necesario cuidar la alimentación: “hay personas a las que les puede afectar la comida con mucho colorante o muy condimentada. No es lo habitual, pero hay que considerarlo”, dice Mesa, que también destaca la necesidad de “dormir las suficientes horas que corresponda a cada edad”.
En el caso de las niñas y niños, hay que evitar las pantallas, dice el neurólogo de la Red de Salud UC CHRISTUS. “Al venir todo envasado, estos dispositivos impiden el pensamiento fluido”. Mientras más distraído sea éste, “más se mete en su mundo y menos conecta con los demás”. Ese consejo también corre para los adultos.
En cambio, juegos y actividades lúdicas como las cartas —el Uno, como ejemplifica Romero–, el sudoku o los crucigramas pueden ayudar a trabajar la concentración, tanto la inmediata como la prolongada. Todos estas medidas, sin embargo, deberían ir acompañadas de una evaluación médica para saber si el problema se debe realmente a un trastorno y qué tan grave es este. Que no se te olvide.