Esta semana se conmemoró el Día Mundial del Alzheimer, una enfermedad neurodegenerativa que afecta seriamente la calidad de vida, tanto de quienes la padecen como de su entorno más cercano. La comunidad científica y médica observan con preocupación cómo su tasa de incidencia va en aumento, casi de la mano con el incremento de las expectativas de vida.

El alzheimer es la forma más común de la demencia, representa cerca del 70% de los casos, y según datos de la Organización Mundial de la Salud, más de 50 millones de personas en el mundo sufren algún tipo de demencia, de las cuales el 60% reside en países de ingresos bajos y medios. La tendencia muestra que cada año se suman 10 millones de casos nuevos; se estima que para el 2030 la cifra llegue a los 82 millones de afectados.

La demencia afecta el pensamiento, la orientación, la comprensión, el cálculo, la capacidad de aprendizaje, el lenguaje y el juicio. Aunque su manifestación más conocida está en los efectos que tiene sobre la memoria. En su etapa más temprana es común que se dé una tendencia al olvido, o una pérdida de la noción del tiempo, así como también la desubicación respecto del espacio.

Estos síntomas suelen pasar desapercibidos hasta que su progresión deja en evidencia el descalabro: en la etapa tardía, los pacientes tienen dificultades para reconocer a sus familiares y conocidos, su conducta es errática e incluso puede tornarse agresiva, a lo que se agregan otros problemas que imposibilitan su autonomía. De hecho, la demencia es una de las principales causas de discapacidad y dependencia entre las personas mayores en el mundo entero.

“Si hay una falla de memoria sostenida y consistente en el tiempo, no cosas menores como olvidarse de las llaves o de ir a una cita, sino algo significativo como perder plata, entonces hay que consultar a un especialista”, dice Isabel Behrens, neuróloga de Clínica Alemana María. Y hay que hacerlo a tiempo, porque “mientras antes se trate de frenar la enfermedad, más lento avanzará y se guardará más capacidad cognitiva”.

Números al alza: especialmente en mujeres

La demencia, en general, se suele asociar a la población adulto mayor. Sin embargo, sería un error sostener que es una causa natural de la vejez. “Si fuera un proceso asociado al envejecimiento, todos los adultos mayores deberían sufrir de demencia, pero sólo uno de cada tres la sufren”, explica Álvaro Romero, neurólogo de Clínica Indisa. “Por eso se retiró el antiguo concepto de demencia senil de la literatura neurológica”, agrega.

Sin embargo, el deterioro que implica el paso de los años hace más proclive a las personas de la tercera edad a desarrollar este tipo de enfermedades. Las cifras indican que entre el 5 y el 8% de la población mayor de 60 años sufre algún tipo de demencia, tasa que aumenta exponencialmente superada la barrera de los 85, fluctuando entre el 25 y el 50%.

Lo complicado es que a medida que la expectativa de vida aumenta —aunque esto puede variar, a propósito de la pandemia— se espera que el número de casos también lo haga. En especial entre las mujeres, cuya tasa de incidencia es mayor. “Muchos estudios hablan de que entre cinco a diez veces más que los hombres”, detalla Romero.

De acuerdo al neurólogo, esto se debe principalmente a dos aspectos. Uno es que las mujeres tienden a ser más longevas que los hombres, de manera que hay más población de este género en riesgo. Y por otro lado, “parece ser que las hormonas, en especial los estrógenos, juegan un papel protector frente a la demencia”, pero tras la menopausia esta barrera va cediendo y deja más vulnerable al cerebro femenino al desarrollo de enfermedades neurodegenerativas.

Lo único bueno de que las cifras vayan al alza es que hay una mayor conciencia global respecto a la demencia, lo que lleva a mayor investigación y a diseños de tecnología superior, lo que permite realizar diagnósticos cada vez más precisos.

Efecto pandemia

Además de los afectados directos —como muertos, contagiados de gravedad y personas que quedaron con secuelas— el covid-19 también dejó una infinidad de damnificados de otro tipo. El síndrome de la cabaña (una especie de fobia a salir de casa) o la niebla mental (que afecta a las funciones cognitivas) fueron titulares a nivel mundial, especialmente durante los meses de confinamiento, debido al número de casos que proliferaron.

También la demencia hizo mayor mella durante el período más intenso de la pandemia. “Hubo aumento de los casos, o bien un empeoramiento, pero es difícil darse cuenta de esto, porque estuvimos varios meses sin consultas”, dice Behrens.

Si bien el virus no es responsable directo de todas las afecciones mentales, la incertidumbre que generó y las restricciones sanitarias que causó provocaron un ambiente propicio para el desarrollo o agravamiento de malestares como la ansiedad, el estrés y la angustia, así como también de patologías como la depresión.

A ello se suma una crisis económica y una duda generalizada respecto al futuro que generan un nivel de estresores que afecta nuestra capacidad neuronal y, con ello, la memoria.

“Estos estímulos provocan que se libere cortisol, una hormona que en altas concentraciones, y más aún si es constante en el tiempo, se vuelve tóxica, matando a las neuronas. Así es cómo se van perdiendo los recuerdos. Y cuando muere una neurona, es muy difícil que se vuelva a regenerar”, explica Camila Calfio, doctora en Biotecnología e investigadora del Centro Internacional de Biomedicina (CCI), donde se dedica a estudiar métodos para combatir la enfermedad de Alzheimer.

El insomnio y el mal dormir son otras situaciones que aumentan en este tipo de contextos y que también generan un efecto negativo en los procesos neuronales relacionados con la memoria. Es que cuando dormimos desechamos la información “inservible” del cerebro y se incorporan los nuevos recuerdos en el disco duro mental.

La reserva cognitiva

Algunos autores describen a la reserva cognitiva como la capacidad que tiene el cerebro para tolerar de mejor manera los efectos de neuropatologías como la demencia, antes de llegar al umbral en que los síntomas comienzan a manifestarse. “Por decirlo de alguna manera, es como un respaldo de la memoria principal que se guarda en un segundo disco duro”, explica Álvaro Romero.

La reserva cognitiva se desarrolla a lo largo de toda la vida y en ella es trascendental un estilo de vida intelectual, social y físicamente activo. Hay estudios que demuestran que las personas con mayor consistencia en estas variables, sobre todo desde la infancia, mostraron una reserva cognitiva con mayor capacidad de aplacar los síntomas del alzheimer.

Camila Calfio explica que los factores de riesgo que inciden en el desarrollo de demencia, y en particular de alzheimer, se dividen en dos: unos modificables y otros que no pueden ser modificados. Estos últimos se vinculan a los antecedentes genéticos de cada persona, sobre los que no hay control posible, al menos hasta ahora.

El primer grupo, en cambio, se relaciona a aspectos del estilo de vida de cada quien: la estimulación cognitiva, el ejercicio físico i mantener una vida saludable. “Si se toman medidas respecto a estos factores, que pueden ser modificables, se podría llegar a reducir hasta un 40% de los casos de desarrollo de alzheimer”, asegura la investigadora del CCI.

Algunas recomendaciones para fortalecer la reserva cognitiva

En definitiva, las acciones para prevenir el desarrollo de demencia, o bien sus síntomas, deben estar enfocadas en el estilo de vida que se mantiene. Algunos consejos que los especialistas entregan al respecto son:

  • Tener una vida socialmente activa: “No aislarse en la casa y tratar de interactuar con otras personas”, dice Behrens.
  • Estimular las funciones cognitivas: Parece importante estar permanentemente aprendiendo cosas nuevas. Behrens recomienda tomar cursos o talleres, sin importa el tema o la materia. Lo fundamental es que represente un desafío intelectual que sea estimulante, para así no perder el impulso a medio camino. La neuróloga dice que esta medida es interesante porque, además de fomentar la cognición, también aporta a la actividad social, ya que en estas instancias “se pueden crear amistades”.
  • Leer y escuchar música: también son formas de estimular la cognición, así como jugar juegos de estrategia y reflexión como el ajedrez, los crucigramas, los puzzles, el sudoku, algo que se puede realizar desde el celular o el computador, en caso de no tener los implementos materiales en casa.
  • Apps estimulantes: para sacarle provecho a la tecnología, Behrens recomienda Lumosity, un programa que ofrece diversos juegos con base científica, que permiten ejercitar el cerebro en cuanto a la memoria, la flexibilidad y velocidad de procesamiento, entre otros aspectos.
  • Mantenerse activos físicamente: el ejercicio físico es importante,según explica Camila Calfio, ya que permite liberar una hormona llamada irisina, “que viaja por el torrente sanguíneo y activa a los factores neurotróficos, que provocan una mayor conexión entre las neuronas”, estimulando toda una cascada de beneficios celulares en el cerebro”. Álvaro Romero dice que lo ideal es tener al menos 120 minutos —dos horas— de actividad física a la semana. Eso se puede traducir en caminar 20 minutos diarios, o hacer dos rutinas de una hora cada siete días. “Eso disminuye la posibilidad de desarrollar demencia”, asegura.
  • Cuidar los factores de riesgo: las enfermedades cardiovasculares, la diabetes, la obesidad, el colesterol alto y la presión pueden incidir en el desarrollo de enfermedades neurodegenerativas. Así como el tabaco, el cual los expertos recomiendan dejarlo por completo. El alcohol también convendría consumirlo en dosis moderadas. Evitar los golpes, especialmente en la cabeza, y cuidar la audición —no escuchar música muy fuerte con audífinos— ya que hay una alta asociación entre este problema y el desarrollo de la demencia.