Suena tan lejano ese septiembre de 1972, cuando en Estados Unidos debutaba la Magnavox Odyssey, considerada como la primera consola de videojuegos casera jamás creada. De la mano del legendario Ralph H. Baer, la “caja café” —como se le conoció por esos días— introdujo la posibilidad de darle un uso alternativo al televisor, a partir de la cada vez más creciente popularidad que estaban experimentando la primera oleada de videojuegos, en blanco y negro, disponibles en máquinas de bares, tiendas y restaurantes familiares.
Varias décadas más tarde, la industria de videojuegos evolucionó y creció hasta transformarse en un monstruo de dinero que factura cerca de 150 mil millones de dólares al año, y mantiene pegados a la pantalla a cientos de millones de personas alrededor del mundo. Desde esos lejanos años setentas, podemos contabilizar nueve generaciones de consolas de videojuegos al día de hoy, con gigantes tecnológicos tan emblemáticos como Atari, Sega y hasta Apple.
Pero hoy la industria, además de los múltiples fabricantes de PCs y dispositivos móviles, cuenta básicamente con tres actores principales: Sony, Nintendo y Microsoft. Esta última, aunque Sony le siguió los pasos días después con su nueva PlayStation 5, fue la compañía que encendió los fuegos de la actual novena generación de consolas, ganando el quién vive en esta partida el pasado 10 de noviembre pasado, al presentar oficialmente —Chile incluido— sus nuevas consolas, sucesoras de la Xbox One: la Xbox Series S y la Xbox Series X. ¿Dos consolas? Sí, dos.
Por un lado, tenemos a la Xbox Series X, la más poderosa de las dos. Estamos hablando de una potente consola que cuenta con un procesador AMD de ocho núcleos, fabricado especialmente para esta versión, además de un disco duro de estado sólido de 1 TB de almacenamiento y lector óptico, lo que quiere decir que además de robusta, puede correr cualquier juego físico de Xbox, aunque sean de generaciones anteriores, y sin ningún problema. Esto es lo que se llama retrocompatibilidad.
Personalmente, lo probé con el Call of Duty: Modern Warfare 2, original de la Xbox 360. No sólo se veía mucho mejor, gracias a la inteligencia artificial de la consola que escala los gráficos, sino que además la carga del juego y sus etapas fue rapidísima.
Esto es un gran complemento para quienes poseían títulos de la generación anterior, ya que éstos van a poder ser mejorados automáticamente en esta nueva Xbox.
Con un diseño rectangular discreto, pero funcional, la consola invita a que sea instalada de pie. Y de hecho, pocas veces una consola fue más fácil de sacar de la caja, instalarla y conectarla a la corriente. En menos de cinco minutos ya estaba listo para elegir el primer título a jugar.
Por otro lado, la otra consola, la Xbox Series S, es el nuevo aparato de entrada de Microsoft. Toda una novedad para la compañía. Más barata que su contraparte, algo más pequeña en tamaño y levemente inferior en sus especificaciones técnicas, ya que posee un almacenamiento menor y no cuenta con lector óptimo de discos. Pero son casi detalles, ya que está pensada para ser utilizada a partir de descargas digitales y, a la larga, es la novedad para quienes quieran entrar a la nueva generación de consolas con una barrera de entrada económica más que atractiva.
Porque otro gran detalle de la consola, como ya lo hemos mencionado, es su rapidez a la hora de cargar juegos o etapas, independiente de si el juego es antiguo o nuevo. Gracias a su potente poder de procesamiento, el loading es sumamente veloz: ya no es necesario ir a la cocina a preparar un té mientras un juego se está cargando. Al fin.
Otro gran detalle que presentan ambas consolas es la posibilidad de saltar de un juego a otro sin necesidad de carga, lo que fue bautizado como quick resume (algo así como “reanudación rápida”). Es decir, si uno deja uno o varios juegos en pausa y carga otro, es posible volver al juego anterior exactamente donde uno lo dejó, en menos de treinta segundos, como si fuesen pestañas en un navegador. Una maravilla.
Por cierto, ambas consolas son capaces de correr juegos de manera nativa en 4K o ultra HD (y a futuro, en 8K), con filtros HDR, aunque quizás lo más interesante, como novedad, sea la nueva tecnología de trazado de rayos integrada. Esta permite una sustancial mejoría visual en todo lo que se refiere a luces y sombras, reflejos, brillos, partículas en suspensión y mucho más. Todo se ve realmente más bonito y fotorrealístico.
También, ambas consolas cuentan con una nueva versión del clásico gamepad o control de la Xbox, que en esta iteración cuenta con una nueva textura en su contorno y en los gatillos, lo que amplifica la firmeza y la comodidad en el agarre. Como novedad, también se agregó un nuevo botón central, que permite compartir directamente contenido —fotos, videos— hacia las redes sociales.
Pero la guinda de la torta, para ambas consolas (aunque ya estaba disponible desde el 2017 para usuarios de la Xbox anterior), es el sistema Game Pass. Así, con un pago mensual —tal como se hace con servicios de streaming como Netflix o Spotify—, Microsoft da la posibilidad de acceder a una creciente biblioteca de juegos que incluye exclusividades, títulos de generaciones anteriores e, incluso, acceso exclusivo a publishers como Electronic Arts y Bethesda.
Finalmente, tenemos el tema de la nube: las nuevas consolas de Microsoft ofrecen la posibilidad de jugar vía streaming desde la nube un cada vez mayor puñado de juegos. Así, podemos jugar desde celulares, tabletas u otros dispositivos, aunque este servicio aún no llega oficialmente a nuestro país. Pero se viene.