En Chile, algo así como una de cada tres personas adultas es resistente a la insulina. Así al menos lo establece el Ministerio de Salud. Para hacer aún más complejo el panorama, se estima que el 30% de dichos casos puede derivar en una diabetes.
La prevalencia de la resistencia a la insulina va en aumento a nivel mundial, y así también la de la diabetes: la Organización Mundial de la Salud (OMS) espera que ésta se transforme en la séptima mayor causa de muerte para 2030. De acuerdo al cardiólogo y director médico de Clínica RedSalud Santiago, Javier Gárate, esto se debe a tres factores propios de los tiempos modernos, muy vinculados entre sí: el sedentarismo, los malos hábitos alimenticios y la obesidad.
“Si uno analiza las curvas de obesidad en Estados Unidos, desde que aparecen las cadenas de comida chatarra —en la década de 1950— se ve un incremento altísimo del porcentaje de casos, llegando a las últimas cifras de un 36% de la población. Esto, por supuesto, condiciona la insulinorresistencia”, expone Gárate.
Pese a ser un problema que se extiende a gran parte de la población mundial, sumado a los graves riesgos asociados —no solo de diabetes, sino también de enfermedades cardíacas graves— y a que atendiendo la insulinorresistencia se pueden prevención estos, no es mucho lo que se habla del tema en los medios. De hecho, la última campaña gubernamental al respecto data de 2016.
Desde la medicina dicen que hablar de la resistencia a la insulina es complejo, porque se trata de una condición que está a medio camino de la diabetes, la prediabetes y, también, del síndrome metabólico. Éste último es un conjunto de alteraciones metabólicas —entre las que se incluye el incremento de la glucosa y los triglicéridos, el descenso del colesterol bueno (HDL), el aumento de la presión arterial y la obesidad— que aumentan el riesgo de padecer enfermedades cardíacas, accidentes cerebrovasculares y diabetes. Por esta razón, algunos especialistas consideran que hablar de insulinorresistencia se puede prestar para confusión.
Pero acá intentaremos ser claros, ya que la importancia de prevenir el desarrollo de la resistencia a la insulina es relevante, cuyos efectos además son reversibles, de manera de cortar de raíz la cadena que lleva hacia enfermedades graves.
¿Qué es la insulina?
La insulina es una hormona que libera el páncreas hacia el torrente sanguíneo, cuya función es permitir que el azúcar en la sangre —conocido como glucosa— se introduzca en las células que forman los músculos y otros tejidos. Este proceso significa la principal fuente de energía para el cuerpo. Por lo tanto, la insulina es fundamental para mantener los niveles adecuados de azúcar en la sangre.
Por su parte, la glucosa proviene de lo que comemos y bebemos, así como también del hígado, que se encarga de producirla y almacenarla para compensar la baja de azúcar que podamos presentar al llevar mucho tiempo sin comer. Si esta glucosa no ingresa a las células a través de la insulina, queda liberada en el torrente sanguíneo aumentando peligrosamente sus niveles.
Ese exceso de glucosa en la sangre es lo que se conoce como hiperglucemia. Por el contrario, la hipoglucemia es cuando los niveles de azúcar en la sangre son demasiado bajos, debido a que el páncreas secreta demasiada insulina. Ambos escenarios presentan sus riesgos, que pueden llegar a ser fatales. Pero volvamos al tema central.
Lo que hay que entender es que la resistencia a la insulina no es una enfermedad, sino una condición fisiopatológica que, según Daniela Moya, nutrióloga de Clínica NúcleoSalud, se produce cuando “hay una respuesta insuficiente de las células del músculo, hígado y tejido adiposo a las señales de la hormona”. Como resultado de eso, “necesitaremos mayores estímulos de insulina para superar la débil respuesta de estas células, aumentando los niveles de ésta en la sangre”.
Ese exceso de insulina, como mencionamos anteriormente, puede causar hipoglucemia. Pero si la evolución de la insulinorresistencia no se trata adecuadamente puede llevar a que la capacidad del organismo de producir insulina disminuya, al punto de que los niveles de glucosa aumenten sin control. Eso tiene el riesgo de desarrollar diabetes tipo 2, lo que, a diferencia de la resistencia a la insulina, es una afección crónica.
Y esto, ¿por qué pone en riesgo el corazón?
Javier Gárate explica que la insulina no solo tiene la función de introducir glucosa dentro de las células, sino que también “funciona como un factor de crecimiento que actúa directamente sobre los vasos cardíacos, acelerando la formación de la placa ateromatosa”. Esta placa se forma cuando los niveles de colesterol en la sangre son muy altos, y con la ayuda de la insulina, puede crecer hasta provocar una obstrucción en el flujo sanguíneo, lo que es capaz de provocar una trombosis.
Pero además, dice Gárate, existe el riesgo de que la placa ateromatosa se fracture y genere un infarto agudo al miocardio. Asimismo, agrega, “la insulina como factor de crecimiento va a traducirse en señales a las células cardíacas que puede generar hipertrofia en las células del corazón, un crecimiento exagerado del músculo que puede derivar en insuficiencias cardíacas”.
Los factores detrás de la insulinorresistencia
Javier Vega, nutriólogo y diabetólogo de la Red de Salud UC CHRISTUS, explica que quienes tienen mayores probabilidades de desarrollar resistencia a la insulina son aquellas personas con antecedentes familiares de la condición, de diabetes o de síndrome metabólico.
A la genética se suman los hábitos de vida. El nutriólogo y diabetólogo indica que “los estilos de vida occidentales”, basados en el sedentarismo y la poca actividad física, así como la dieta de tipo norteamericana, contraria a la dieta mediterránea —en la que los alimentos de origen vegetal son la base—, son sumamente perjudiciales.
Estar excedido de peso es otro factor de riesgo. Y en Chile, el escenario es preocupante. Según la OCDE, el 74% de los adultos chilenos sufren de obesidad o están con sobrepeso, una cifra que va en aumento progresivo. De hecho, en los últimos 13 años ésta se ha duplicado, posicionando al país como el de peores indicadores entre esa organización.
Por otro lado, Vega aclara que también existe una resistencia a la insulina fisiológica, es decir, “que no es producida por los factores previos, sino que ocurre en forma normal en algunas etapas de la vida”. Algunas de esas etapas son el embarazo, la adolescencia y la vejez.
En estas etapas, dice Vega, la “resistencia a la insulina fisiológica” ayuda al organismo a adaptarse y “favorecer el crecimiento”, por ejemplo, del feto durante el embarazo, o el clásico estirón que niñas y niños se pegan en la adolescencia.
¿Cómo detectar sus señales?
La detección temprana de la insulinorresistencia es fundamental para impedir su desarrollo, cortando de raíz la cadena que lleva hacia patologías graves, como la diabetes. Sin embargo, al no ser una enfermedad, no hay síntomas que nos puedan dar una alerta de su presencia.
Pero sí hay “signos” que pueden ayudar a levantar una sospecha. Uno de estos es la acantosis nigricans, una afección que causa que la piel se torne oscura, gruesa y aterciopelada, afectando principalmente los pliegues y arrugas del cuerpo: las axilas, el cuello o la zona inguinal suelen ser una locación habitual de este tipo de lesión.
La alta presencia de acrocordones en el cuerpo es otro signo distintivo de la insulinorresistencia. Estos son pequeños trozos blandos de piel que sobresalen como un tallo y que popularmente se les reconoce como “lunares de carne” – aunque técnicamente no son nevos. Estos suelen aparecer en el cuello, las axilas, la parte superior del tronco y los pliegues del cuerpo. Si bien los acrocordones son inofensivos, su aparición podría estar relacionada a un desbalance de nuestro organismo.
Un abdomen muy abultado también podría ser indicio de esta condición. El Instituto Nacional de Diabetes y Enfermedades Digestivas y del Riñón (NIH), de Estados Unidos, establece que demasiada grasa en el abdomen y alrededor de los órganos —la denominada grasa visceral— es una causa importante de resistencia a la insulina. Según Daniela Moya, cuando la circunferencia del abdomen en un cuerpo masculino mide más de 102 centímetros, y en femenino más de 88 centímetros, el riesgo de desarrollar insulinorresistencia es mayor.
En el caso de las mujeres, tener un ciclo menstrual irregular o sufrir la alteración de éste podría ser una señal. Así como se suele asociar la resistencia a la insulina a la presencia de síndrome de ovario poliquístico (SOP).
Si bien hay casos de insulinorresistencia en la que no se presentan ninguno de estos signos, un chequeo médico regular —cada un año o seis meses—, como también poner atención a la posible aparición de estos mediante una autoevaluación del cuerpo, puede ayudar a una detección temprana de la condición. De notar alguno de estos indicios, lo que corresponde es acudir a un médico general para hacer el chequeo respectivo.
¿Cómo impedir su desarrollo?
Ya está dicho: la detección temprana es fundamental para impedir el desarrollo de la insulinorresistencia y revertir sus efectos. ¿Pero cómo se revierten? Por un lado, está la vía farmacológica. “Existen fármacos que son insulinosensibilizadores, como la metformina —que es la más usada—, que permiten que la insulina tenga mayor efecto sobre la célula y, por lo tanto, la glucosa penetre la célula y no se vaya por otras vías en las que se genera toxicidad, explica Javier Gárate.
Sin embargo, para el cardiólogo y director médico de Clínica RedSalud de Santiago, lo más importante en este tema es “alimentarse bien y hacer ejercicio”. Para el tratamiento, “es fundamental el control de la alimentación y una adecuada actividad física”, dice Javier Vega. ¿Cuánto sería eso? “Idealmente unos 150 minutos de ejercicio a la semana”, responde el nutriólogo y diabetólogo de la Red UC CHRISTUS.
Disminuir de peso, cuando se sufre de obesidad o se está con sobrepeso, y además se tienen antecedentes familiares de diabetes, es clave para evitar el desarrollo de la insulinorresistencia. “Los estudios demuestran que con solo reducir un 7-10% del peso ya se tienen beneficios metabólicos”, afirma Vega.
Por el lado de la alimentación, el nutriólogo y diabetólogo sostiene que no existen alimentos “prohibidos”, pero insiste en que sí debería “poner énfasis en la calidad” de estos:
- Preferir alimentos de bajo índice glicémico: fruta de tipo berries o frutas menos maduras, además de harinas integrales.
- Disminuir la ingesta de sacarosa, que es como se denomina al azúcar libre, principalmente el azúcar de mesa y pero también el de bebidas y dulces.
- Aumentar el consumo de fibra: legumbres, verduras y fruta entera (pero no en jugos de fruta).
- Evitar grasas saturadas y grasas trans: las que están presentes en frituras, comida chatarra y alimentos ultraprocesados.
- Bajar el aporte total de calorías: especialmente en personas que tienen sobrepeso u obesidad.