Cuando en enero de 1993 debutó el navegador Mosaic, desarrollado en el Centro Nacional de Aplicaciones para la Súper Computación (NCSA), en Chicago, quienes se lograban aventurar en las tibias aguas de los primeros años de Internet quedaron maravillados. Hasta entonces, un navegador o browser solo permitía desplegar en la pantalla de un computador páginas en formato texto —lo usual en esos primeros años digitales—, pero Mosaic también podía cargar imágenes. Eso cambiaba radicalmente toda la dinámica de una aún muy joven y primitiva súper carretera de la información. Mosaic, de alguna manera, fue para muchos la primera ventana visual verdadera hacia las posibilidades que podía otorgar Internet.
Poco después, a medida que las posibilidades de este nuevo mundo digital se hacían más ubicuas, los navegadores web se transformaron rápidamente en la principal herramienta para escudriñar toda esa maravillosa información que estaba ahí, a la mano, apenas a un par de clics de distancia. Era todo un nuevo mundo a descubrir.
Al año siguiente, por ejemplo, apareció el Netscape Navigator, con su singular timón como logo, el que para tanta gente significó su primera puerta de entrada a la web. Claro, era un navegador más parecido a los que conocemos actualmente y permitía, dependiendo de la conexión, algunos tímidos despliegues de contenido multimedia. Y fue de los más populares hasta mediados de la década los 90, cuando apareció el Microsoft Internet Explorer, que incluía una pequeña trampita.
En 1995, cuando Windows comenzaba a estar presente en la gran mayoría de los computadores del mundo, el sistema operativo incluía por defecto el Internet Explorer. En un comienzo, no era un mal navegador. Por el contrario, presentaba interesantes innovaciones de usabilidad que permitían una navegación más cómoda, rápida e integral. El problema, claro, es que su uso era “por defecto”. Así entonces, pasó a ser el navegador más usado y popular del planeta, lo que de paso dio inicio a las primeras iteraciones de la guerra de los browsers y la pelea por tener la mayor cantidad de usuarios.
Gracias al “pequeño” truco de Microsoft, el año 2003 el 95% de los usuarios de Internet navegaban a través de Internet Explorer. Pero ese reinado también tenía sus días contados. El 2004 apareció Firefox, de la Fundación Mozilla, y las cosas nuevamente comenzaron a cambiar.
Firefox se transformó en una atractiva alternativa, más sencilla, más segura y más rápida, que el viejo Internet Explorer, que cada vez se volvía más inseguro, más lento y menos práctico. Como respuesta, Microsoft comenzó a reinventarse lentamente, y paralelo a eso, Apple desarrollaba su propio navegador, Safari, que por esos días sólo podía ser usado en computadores de la marca. Algunos años después, el 2008, debutó Chrome, de Google, la nueva compañía tech de moda, que ya era dueña del buscador y el servicio de correo electrónico más populares del mundo, y cuyo navegador también lidera hoy el ranking de uso mundial.
Actualmente, el mercado de los navegadores se ha vuelto a transformar. Según datos de varias consultoras, en términos de participación de mercado, el mundo se divide principalmente entre tres colosos: Chrome, que concentra con mucha ventaja la mayoría de la torta, con cerca de un 70 por ciento de los usuarios. Muchísimo más atrás se ubican Safari, de Apple (que domina el mercado móvil), y Firefox, de Mozilla. Los números pueden variar, porque las cifras cambian un poco entre navegadores móviles y de escritorio.
Más allá de los detalles, son todos muy buenos navegadores, por cierto. Pero lo interesante es que hay más alternativas, muchas de hecho, para quienes deseen cambiar su herramienta de navegación, ya sea por interfaz, consumo de recursos (como es el caso de Chrome) o por temas de seguridad y/o privacidad. Acá, algunos de los más destacados.
A pesar de cambios y renovaciones, el mercado de los navegadores ha sido sumamente esquivo para Microsoft desde los nublados días del Internet Explorer. Sin embargo, eso no quita que genuinamente su navegador hoy sea uno de los más versátiles y adaptables que existan. De partida, el 2015 cambió de nombre —se llama Edge— y su arquitectura, que es muy superior a su antecesor en todo orden de cosas.
Es rápido, posee una interfaz muy intuitiva respecto al guardado de favoritos y cosas para leer posteriormente (sin avisos ni cosas de más). Funciona y se sincroniza entre distintas plataformas (incluida la Xbox), se actualiza automáticamente (como todos los navegadores, en verdad), permite instalar extensiones, tiene integración con su asistente de voz (llamada Cortana), puede leer textos en voz alta y está siempre al día en términos de protocolos de seguridad. Y un detalle no menor: consume mucho menos recursos que la competencia. Se puede descargar gratis desde acá.
Probablemente el navegador que todos han oído, pero que (casi) nadie ocupa. Disponible desde 1995 (!) y desarrollado en Noruega, es probablemente el browser más antiguo del mercado que, por cierto, ha ido mejorando a través de múltiples iteraciones que lo han logrado mantener vigente hasta el día de hoy.
Lo interesante de Opera es que ofrece distintos navegadores según las necesidades del usuario. Más allá de ser multiplataforma, y contar con características de seguridad, personalización y velocidad de respuesta, Opera tiene su navegador principal del mismo nombre, junto a Opera Touch y Opera Mini, diseñados para dispositivos de entrada o gama baja. Además, cuenta con apps complementarias para noticias, como Opera News, e incluso una dedicada para videojuegos, Opera GX. Pero en términos históricos, quizás lo más llamativo es que fue Opera quien integró por primera vez características en navegadores que hoy son estándar, como la navegación privada (modo incógnito), bloqueo de pop-ups, reapertura de páginas cerradas o la navegación con pestañas. Además, ofrece integración directa con redes sociales, envío de archivos y hasta una “billetera” para cripto monedas. Puedes descargarlo gratis desde acá.
En términos de privacidad, uno de los aspectos más relevantes para el público actualmente, hay varios navegadores menores enfocados principalmente en entregar mayor seguridad a los datos personales. Pero probablemente no existe uno que esté más centrado en esto que el browser del popular antivirus checo Avast. No es el único, eso sí —AVG también tiene un navegador propio–, pero con menos de un año de vida, Avast Secure es probablemente el más joven del mercado.
Es multiplataforma, muy liviano, aunque su principal set de características se enfoca en los temas anteriormente mencionados, como encriptación, bloqueo nativo de avisos y pop-ups y un administrador y generador de contraseñas, las que quedan almacenadas sólo para el usuario a través de dispositivos. Permite además la descarga de videos desde cualquier sitio, tiene filtros anti-trackeo, detección de phishing y un “modo bancario”, diseñado para proteger al usuario de fraudes digitales y hackeos de data o utilización de cámaras. Es automático y todo es controlable desde un sencillo centro de control. Con esto ya no habrá que poner cinta adhesiva en la cámara para mantener la privacidad. Puedes descargarlo gratuitamente desde acá.
Este es un navegador chino, desarrollado por la compañía del mismo nombre, que existe en Beijing desde el año 2002. Es multiplataforma y está disponible para todos los sistemas operativos. A través de los años ha ganado varios premios por sus innovaciones, aunque su uso, obviamente, se concentra en Asia. Sin ir más lejos, su página web asegura que es el navegador por defecto de más de 670 millones de usuarios.
En general, posee todas las características que uno podría buscar en un navegador: rapidez, privacidad, etc. Pero además, cuenta con originales propiedades que podrían estar en otros navegadores, como la posibilidad de arrastrar y pegar fotos, extensiones para manejo de blockchain y compatibilidad de datos con Chrome. Permite también crear usuarios virtuales para correos electrónicos y guardar todo tipo de elementos web particulares para posterior lectura o visionado, entre otros interesantes detalles. Se descarga desde acá.