La primera vez que le ocurrió, Daniel tenía 16 años. Recuerda que era de noche, más bien de madrugada, y se sentía particularmente cansado, algo extraño para un chico de esa edad. Pero no tanto para el día que acababa de tener: esa tarde había sido el funeral de su mejor amigo. “Murió la noche de Año Nuevo”, recuerda hoy a sus 30 años.
“La televisión estaba prendida, pero yo tenía los ojos cerrados. De la nada empiezo a escuchar un zumbido muy agudo. Era tan insoportable que no podía abrir los ojos; tampoco podía mover mis manos para taparme los oídos. En un momento, dejé de respirar. No me entraba aire y comencé a desesperarme. Quería gritar, no podía y pensé que iba a morir. No sé cuánto tiempo pasó hasta que el aire volvió, el ruido desapareció y volví a tener control de mi cuerpo”, relata Daniel.
Desde entonces, y durante los siguientes 14 años, las parálisis del sueño van y vienen para Daniel. Al comienzo, cuando aparecían con bastante frecuencia, no acudió a un médico especialista en sueño sino que a un sicólogo. “Me dijo que estaba sufriendo de crisis de pánico”, comenta.
Hoy los episodios son esporádicos, y cuando se presentan no se desespera como antes e intenta atajarlos antes de que sucedan. “Cuando siento que me va a dar una, le digo a mi cerebro que mueva mis brazos y piernas. Es una lucha, pero menor a la que tenía al comienzo”.
Pese a lo complejo que es enfrentar una parálisis del sueño, estas no se consideran un trastorno del sueño, como el insomnio, la apnea, o el síndrome de las piernas inquietas. Tampoco se entiende como una patología, sino que más bien como un síntoma. ¿De qué? Principalmente del mal dormir o la privación del sueño, posiblemente asociado a estrés, ansiedad, depresión o —como en el caso de Daniel— a crisis de pánico.
Este fenómeno también podría estar relacionado a la narcolepsia, un síndrome crónico que afecta neurológicamente y que provoca períodos de extrema somnolencia durante el día, e incluyen también episodios breves y súbitos de sueño profundo. “Una de las manifestaciones de la narcolepsia es la parálisis del sueño, que se presenta con mucha intensidad y frecuencia”, explica el neurólogo Leonardo Serra, jefe del Centro de Trastornos del Sueño de la Clínica Alemana.
Muy rara vez, las parálisis del sueño se vinculan a una herencia genética.
No hay mucha claridad de cuánta es la población que ha vivido algún episodio de este tipo. Mientras estudios como el Sleep Medical Review, de 2017, establecen que cerca del 7,6% de la población mundial experimenta alguna vez una parálisis del sueño, Leonardo Serra apunta a que la cifra llega al 15%. En tanto, para Pablo Guzmán, neurólogo de Clínica Somno, la tasa incluso llegaría al 60%.
¿Cómo y por qué se producen?
Para entender las parálisis del sueño, Serra dice que primero hay que comprender lo que sucede en nuestro cerebro cuando dormimos normalmente.
Al dormir, atravesamos repetidamente —unas cuatro o seis veces durante una noche normal— un ciclo que se prolonga por cerca de 80 a 100 minutos, y que se compone de dos fases del sueño: el movimiento ocular rápido (MOR) y el sueño sin MOR.
Durante el sueño MOR —conocido en inglés como REM (Rapid Eye Movement)—, nuestro cerebro trabaja mucho, “a veces incluso más que cuando estamos despiertos”, apunta Serra. Comúnmente, durante esta etapa se manifiestan los sueños. De hecho, es fácil distinguir cuando un tercero se encuentra en esta fase, porque se puede observar el movimiento inquieto de los ojos bajo los párpados, como si la persona estuviera viendo la proyección de una película de la cual no quiere perder un solo detalle.
Para que el cerebro pueda llevar adelante sus procesos —como consolidar la memoria y los aprendizajes, a la vez que desechar la información que considera inservible—, durante la etapa MOR “es necesario que los músculos de nuestro cuerpo se bloqueen”. De lo contrario, nos moveríamos al ritmo de los sueños, como si los estuviéramos actuando, y no lograríamos descansar.
La parálisis del sueño, entonces, se produce por una disociación entre los mecanismos que provocan esta relajación muscular y aquellos que mantienen el estado de alerta. “Suele ocurrir que nos despertamos bruscamente, pero nuestro cerebro no alcanza a desbloquear los músculos, así que quedamos conscientes, despiertos pero bloqueados”, explica Serra.
“Es un despertar incompleto”, complementa Pablo Guzmán: “el cuerpo está desconectado completamente del cerebro a nivel del tronco cerebral, y al ocurrir este despertar incompleto la persona no puede mover ninguna parte de su cuerpo excepto los ojos”.
Entes, demonios, hechizos
Se presume que la parálisis del sueño existe desde que el humano es humano. La ausencia de una medicina basada en la ciencia, sumado a los eventos alucinatorios que se pueden presentar durante un episodio, llevaron a que en la antigüedad se buscara todo tipo de razones para explicar el fenómeno.
Era común escuchar historias de entidades demoníacas, seres horribles que se presentaban en las noches para poseer los cuerpos, especialmente de hombres. La Biblia incluso menciona a Lilith, “el monstruo de la noche”, una figura femenina que engatusaba a los pobres padres de familia con falsas promesas sexuales, al igual que los súcubos de los que se hablaba en la Edad Media.
Más contemporánea, aunque igual de esotérica, es la representación que hizo el pintor y poeta suizo Johann Heinrich Füssli, también conocido como Henry Fuseli, a través de su cuadro más famoso, La pesadilla, de 1781: una mujer, tumbada sobre una cama, con un brazo y la cabeza colgando fuera del colchón, sobre cuyo cuerpo aparece sentado un incubo —la versión masculina de las súcubos—, mientras un caballo negro emerge desde atrás de unas cortinas rojas que decoran la lúgubre habitación.
Cien años después, el escritor francés Guy de Maupassant retrató en su cuento La Horla a la parálisis del sueño como un ser invisible que asediaba al protagonista protagonista por su presencia, un ser que no era otro que su doble, una especie de doppelganger que por las noches le roba su energía. Otros grandes nombres de la literatura, como Herman Melville y Ernest Hemingway, también escribieron acerca del asunto que solía ser percibido como un hechizo. Así lo hizo Francis Scott Fitzgerald en “Los hermosos y malditos” de 1922:
“Yacía allí, congelado por el miedo más horrible, incapaz de mover siquiera mi mano, pensando que podía hacerlo, pero sin fuerza para desplazarla ni una pulgada hasta que el horrible hechizo quedara roto”.
Molesta y aterradora, pero inofensiva
Si las parálisis se transformaron en una temática interesante para el arte y la literatura, se debe en buena parte a las alucinaciones que pueden acompañarla. Sentir que alguien te toca los pies o que remueve las sábanas, ver sombras moviéndose por la habitación, escuchar ruidos, zumbidos o incluso chillidos, además de la sensación de pánico y asfixia, están dentro del menú de posibilidades, que asoma más efectivo que el catálogo de cintas de terror de Netflix.
La parálisis del sueño se puede presentar tanto cuando se pasa del estado de vigilia —estar despiertos— al sueño, como viceversa. Si las alucinaciones se manifiestan en la primera opción, entonces se les conoce como hipnagógicas. Las hipnopómpicas, en cambio, son aquellas que se dan cuando la parálisis ocurre del sueño a la vigilia. No es la única diferencia: las hipnagógicas son mayormente características en personas que padecen de narcolepsia.
En definitiva, como explica Pablo Guzmán, tenemos un cuadro en el que “solo se es capaz de ver lo que ocurre alrededor, sin poder realizar prácticamente ninguna acción física, ni siquiera pedir ayuda”. Y en los que, además, se pueden o no presentar “factores de naturaleza subjetiva, como alucinaciones o la sensación de presencias extrañas”. Estas, dice el neurólogo de Clínica Somno, “son sólo consecuencias de la fase de transición entre el sueño y la vigilia”.
Pese a la película de terror y el mal rato, las parálisis del sueño son inofensivas. “Afortunadamente, no afectan las funciones vitales, como la respiración o los latidos del corazón”, dice Guzmán. “Lo importante es informarse, y que la gente sepa que no se trata de algo grave ni nada peligroso”, agrega Leonardo Serra.
Sin embargo, para muchas personas este mal rato puede tener repercusiones más profundas, en especial las primera veces en que se experimentan. “Puede gatillar cuadros de ansiedad importantes o, incluso, crisis de pánico, porque esta sensación de estar encerrados en el propio cuerpo puede ser bien atemorizante. Eso puede acentuar los cuadros psicológicos”, advierte Serra.
Una vez que tienen una parálisis del sueño, hay quienes tienen miedo de volver a dormir. Pero ahí radica la importancia de comprender que no hay mayor riesgo, como también la necesidad de acudir a un especialista en sueño y salud mental, si es necesario. Como dice Serra, si bien no es posible eliminar para siempre a las parálisis —“no tienen cura”—, “sí se puede mejorar y lograr que sean muy esporádicas”.
Consejos
Los especialistas explican que el tratamiento para disminuir los episodios de parálisis del sueño comienzan por la identificación de las causas y posibles factores asociados. “Se debe observar los cuadros de ansiedad, revisar si tiene que ver con el consumo de alcohol o drogas, o si hay depresiones asociadas”, dice Guzmán.
En ese sentido, lo recomendable es evaluar cada caso “con un estudio del sueño o un test de latencias múltiples para descartar narcolepsia u otros trastornos del sueño asociados”, agrega.
“Si las parálisis se dan de forma muy frecuente y son molestas, hay algunos medicamentos que se pueden utilizar para disminuir su frecuencia”, apunta Leonardo Serra. Entre estos se encuentra la venlafaxina, la fluoxetina y la sertralina.
Por otro lado, la mejor forma de prevenir la aparición de las parálisis, los hechizos y los demonios como las súcubos, es cuidando y mejorando los hábitos de sueño. Algunas medidas para ello son:
- Dormir entre 7 y 9 horas cada noche.
- Acostarse y despertar más o menos a la misma hora todos los días. Eso incluye, idealmente, los fines de semana.
- Ayudar a encontrar el relajo antes de acostarse: leer un libro y escuchar música ambiental son buenas alternativas.
- Dejar de lado las pantallas: la luminosidad y los estímulos que se encuentran en los smartphones, computadores y televisores afectan al sueño. Por eso, lo aconsejable es apagarlos al menos dos horas antes de dormir.
- Realizar actividad física durante el día es importante, pero no se recomienda hacerlo dentro de las 3 horas previo a acostarse.
- Evitar las comidas abundantes, la cafeína, el chocolate y el alcohol antes de ir a la cama.
- No extender las siestas por más de 30 minutos durante la tarde, ni tenerlas muy cerca de la noche.