Después de su quinta videoconferencia del día —algo que le ocurre varias veces a la semana desde que trabaja desde su casa, hace casi justo un año—, el diseñador Joaquín Figueroa termina agotado. Al principio le parecía raro: su jornada laboral, en rigor, es más corta que antes de la pandemia, pero tras todas esas reuniones por Google Meet, que además suelen ser consecutivas, su espalda le queda adolorida, su cabeza zumbando y se siente más cansado que antes.
No se queja —tiene la suerte de conectarse y producir sin salir de su pieza—, pero son las consecuencias del teletrabajo. “Antes también tenía hartas reuniones, pero entre una y otra había un cambio de contexto”, cuenta. “Te podías fumar un cigarro, tomar un café o simplemente moverte de una sala a otra”.
Esos lapsos, dice, daban la posibilidad de despejarse y cambiar de aire. Ahora, en cambio, los calendarios virtuales se llenan de videoconferencias, una tras otra, tres o cuatro horas seguidas frente a un montón de cabecitas mirándolo fijo, sin apenas cinco minutos que permitan un respiro.
“Lo he escuchado de varios pacientes”, admite Diego Acuña, psicólogo clínico del centro Cetep. “Tener tantas reuniones online cansa”. También habla por sí mismo, ya que sus consultas en el último año las ha tenido que hacer por Zoom, muchas veces una pegada a la siguiente.
“En la vida normal”, dice, “teníamos ciertos descansitos: ese tiempo de viajar de la casa al trabajo, por ejemplo, que aunque no siempre fuera relajado ni cómodo, muchos pacientes dicen que les servía para pensar”. Ahora esas transiciones ya no están, la jornada laboral empieza de inmediato y no siempre queda claro cuándo termina.
“Si trabajamos desde la cama con el PC”, advierte María Elena Castro, terapeuta ocupacional de Cetep, “y no hacemos esta transición, nos generará un agotamiento y un estrés que además afectará nuestra productividad”.
Algo que queda de manifiesto en las videollamadas, que algunos días se hacen tan eternas como la pandemia.
Los cuatro motivos de la “Fatiga de Zoom”
Un agotamiento que está siendo detectado por los psicólogos y que fue descrito a fines de febrero por Jeremy Bailenson, académico de la Universidad de Stanford y autor del primer paper que disecciona la llamada “fatiga de Zoom” desde esa perspectiva.
“La ansiedad que produce hablar en público es una de las fobias más comunes entre la población”, ha dicho Bailenson. “Estar parado frente a otros y que todos estén mirándote suele ser una experiencia estresante”. Una videoconferencia, por lo tanto, en la que normalmente todos miran a todos —todo el tiempo—, para muchos es sinónimo de nervios y angustia. Y tener muchas al día, casi todos los días, probablemente harán que la semana laboral resulte más demoledora de lo que uno esperaba.
En ese artículo, Bailenson identificó cuatro motivos principales de por qué las reuniones por Zoom generan más desgaste que las actividades presenciales. La primera es que la excesiva exposición a otras personas en primer plano, y haciendo permanente contacto visual, no es algo muy natural. En una reunión de trabajo tradicional, por mucha confianza que exista, siempre se mantiene una distancia física con el resto, y nadie observa a todos simultáneamente. En una por video, en cambio, los vemos a todos de cerca, como si estuviéramos a 40 cm.
“Cuando la cara de alguien está tan cerca en la vida real”, explicó Bailenson al sitio de su universidad, “nuestros cerebros lo interpretan como una situación intensa, que puede conducir al apareamiento o al conflicto”. Por eso es que pasar en Zoom por muchas horas puede provocar un estado de hiperactividad.
“En una reunión presencial, con más distancia, uno puede ‘leer’ otras partes del cuerpo de las personas y de ellas obtener información”, dice Diego Acuña. “Esa parte de la comunicación, en las videollamadas, se pierde”. Y no es poco: en una conversación, el lenguaje no verbal equivale a más de dos tercios de lo que se quiere compartir.
Esto nos lleva a un segundo punto identificado por el norteamericano: que en Zoom debemos aumentar tanto nuestros esfuerzos por interpretar al otro como por hacernos entender. Según el estudio, en una videollamada se habla un 15% más alto, y para llenar el vacío de la distancia se exagera el lenguaje no verbal: quién no ha forzado su sonrisa después de un chiste fome, asentido con insistencia o levantado sus dos pulgares bien alto y por demasiado rato, solo para demostrar que algo nos parece bien.
“Tampoco te puedes mostrar desatento o distraído”, agrega Acuña. “En una sala uno puede perder la vista o mirar por un rato para otro lado, pero en Zoom no, porque la otra persona no sabe qué estás haciendo y eso puede demostrar que no le estás prestando atención”. No poder bajar la guardia, y tener que mostrarse concentrado todo el tiempo, agrega otro factor extra de cansancio a este formato.
Y el cuarto motivo, que también puede ser el más inédito, tiene que ver con vernos a nosotros mismos mientras hablamos o escuchamos. “Mirar tu reflejo constantemente, y en tiempo real, es cansador”, dijo Bailenson. “En la oficina o el trabajo, nadie te sigue con un espejo durante horas para que veas cómo te desempeñas”.
“Ese es otro punto de estrés” concuerda Acuña. La ansiedad por vernos bien, que nuestra postura sea correcta, que no se cruce nada por detrás, que no me vea raro, que la conexión no se caiga.. “Nuestra mente está pensando en muchas más cosas al mismo tiempo”, dice. “Es más desgastante”.
Sacar la vuelta
Las videollamadas, evidentemente, llegaron para quedarse. Todo indica que quienes puedan seguirán haciendo teletrabajo, independiente de cómo evolucione la pandemia, y que muchas actividades laborales o académicas, para las cuales antes se requería asistir en cuerpo y alma, desde ahora se podrán hacer a distancia sin que hayan malas caras.
Para atenuar sus consecuencias negativas y frenar en algo la fatiga de Zoom, se pueden hacer algunas cosas no muy complicadas. Por ejemplo, tal como lo recomienda el mismo Bailenson, se puede no tener la aplicación en pantalla completa, y reducir el tamaño de la ventana, con el objetivo de no ver tan de cerca a los demás.
Si el contexto o la reunión lo permite, el psicólogo Diseño Acuña sugiere apagar la cámara. “Así uno se relaja, estamos menos atentos y descansamos un poco de la exposición, como si fuera una llamada telefónica”. Bailenson también propone usar la opción de esconder la imagen de nosotros mismos —sin que el resto nos deje de ver—, algo que se puede hacer haciendo clic derecho sobre nuestra cara una vez que estemos en la reunión.
Acuña aconseja además alejarse lo más posible de la cámara, con tal de estar a una distancia que muestre más de nosotros y que también nos dé espacio para movernos, algo que las videollamadas también impiden.
La terapeuta María Elena Castro dice que realizar pausas de descanso entre reunión —10 minutos de relajo por cada hora de trabajo— puede reducir el agotamiento. “Mejor si son pausas activas: movilización articular y fortalecimiento muscular, que pueden acompañar la concentración”. Caminar, elongar y estirarse son pequeños ejercicios que harán la diferencia.
En cuanto a la vista, seguramente la más perjudicada por el teletrabajo, Castro propone hacer “desvíos de mirada”. Mirar lugares alejados, sin un foco específico, ojalá para la calle o el patio. Un masaje ocular, que uno mismo se puede hacer con los dedos, también aliviará el cansancio de los ojos. “Pasarlos suavemente por sobre los párpados durante unos minutitos”, dice.
Distraerse, salir a comprar, tomarse un café: sacar la vuelta, algo por lo que siempre se criticó a los chilenos, hoy nos puede ayudar a no caer ante el agote telemático.