Charlie Munger, el “Abominable señor No” y socio de Warren Buffett, fallece a los 99 años

Charlie Munger, visto en 2019, también fue un brillante inversor por derecho propio. MICHAEL LEWIS PARA EL WALL STREET JOURNAL
Charlie Munger, visto en 2019, también fue un brillante inversor por derecho propio. MICHAEL LEWIS PARA EL WALL STREET JOURNAL

Como vicepresidente de Berkshire Hathaway, su agudo ingenio encandiló a generaciones de inversores. Munger fue un brillante inversor por derecho propio. Empezó a gestionar sociedades de inversión en 1962. Desde entonces hasta 1969, el S&P 500 ganó una media del 5,6% anual. Las sociedades de Buffett rindieron un promedio del 24,3% anual. Las de Munger lo hicieron aún mejor, con un promedio anual del 24,4%.


Ningún compañero de negocios ha jugado mejor el papel de segundo violín que Charlie Munger.

El multimillonario vicepresidente de Berkshire Hathaway, amigo íntimo y consejero de Warren Buffett durante seis décadas, falleció este martes a los 99 años en un hospital de California. Un comunicado de prensa de Berkshire confirmó su muerte.

En público, sobre todo ante las decenas de miles de asistentes a las reuniones anuales de Berkshire, Munger cedía la palabra a Buffett, dejando que el presidente de la compañía acaparara el micrófono y el protagonismo. Munger solía desternillar a la multitud graznando: “No tengo nada que añadir”.

En privado, Buffett a menudo se remitía a Munger. En 1971, Munger lo convenció de comprar See’s Candy Shops por un precio equivalente a tres veces el valor neto de las chocolaterías, un “precio de lujo”, recordó Buffett más tarde, mucho más alto de lo que estaba acostumbrado a pagar por las empresas.

See’s generaría unos US$ 2.000 millones de beneficios acumulados para Berkshire en las décadas siguientes.

Como escribió Buffett en 2015, “esta compra puso fin a mi búsqueda de inversiones en ‘colillas de puros’ -empresas mediocres a precios de ‘ganga’- y me lanzó a la búsqueda de empresas espléndidas que se venden a precios razonables.” Y añadió: “Charlie llevaba años insistiendo en este camino, pero yo aprendía despacio”.

Buffett apodó a Munger el “Abominable señor No” por su ferocidad a la hora de rechazar posibles inversiones, incluidas algunas que Buffett podría haber realizado en otras circunstancias. Pero Munger, fascinado por la ingeniería y la tecnología, también empujó al tecnófobo Buffett a hacer grandes apuestas en BYD, un fabricante chino de baterías y vehículos eléctricos, e Iscar, un fabricante israelí de máquinas-herramientas.

Munger fue un brillante inversor por derecho propio. Empezó a gestionar sociedades de inversión en 1962. Desde entonces hasta 1969, el S&P 500 ganó una media del 5,6% anual. Las sociedades de Buffett rindieron un promedio del 24,3% anual. Las de Munger lo hicieron aún mejor, con un promedio anual del 24,4%.

En 1975, poco antes de incorporarse a Berkshire como vicepresidente, Munger cerró sus sociedades. A lo largo de sus 14 años de historia, sus carteras ganaron un promedio del 19,8% anual; el S&P 500 creció sólo un 5,2%.

Los dos hombres llevaban mucho tiempo invirtiendo de forma diferente. Buffett, bajo la influencia de su mentor Benjamin Graham, compraba casi cualquier empresa, aunque estuviera casi muerta, siempre que fuera barata.

Entre esas “colillas” estaba la propia Berkshire Hathaway, que había sido un ruinoso fabricante textil cuando Buffett la compró en 1965.

Cuando Buffett convirtió Berkshire en un holding de seguros y otras empresas, siguió buscando negocios mediocres a precios baratos. Munger, en cambio, se centró en grandes empresas a precios aceptables, considerando que su capacidad para producir efectivo en el futuro compensaría con creces el pago de un precio superior por adelantado.

Tras años de discusiones, Munger convenció a su socio para que cambiara.

“Charlie me ha moldeado tremendamente”, reconoció Buffett en 1988. “Chico, si hubiera escuchado solo a Ben Graham, sería mucho más pobre”, indicó.

En 2015, Buffett escribió que Munger le enseñó: “Olvida lo que sabes sobre comprar negocios justos a precios maravillosos; en su lugar, compra negocios maravillosos a precios justos”.

Berkshire “se ha construido siguiendo el modelo de Charlie”, añadió Buffett.

Charles Thomas Munger nació en Omaha, Nebraska, el día de Año Nuevo de 1924. Su padre, Alfred, era abogado; su madre, Florence, ama de casa y ávida lectora.

Munger se licenció en Matemáticas en la Universidad de Michigan y abandonó los estudios para alistarse en el Cuerpo Aéreo del Ejército de Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial. El ejército envió primero a Munger a estudiar termodinámica y meteorología a la Universidad de Nuevo México y al Instituto Tecnológico de California, y luego lo destinó a una base aérea en Nome, Alaska, donde trabajó como meteorólogo.

Después de la guerra, Munger convenció a un decano de la Facultad de Derecho de Harvard para que le admitiera sin título universitario. Se graduó magna cum laude (con grandes honores).

Consideró la posibilidad de unirse al bufete de su padre en Omaha antes de establecerse en el sur de California. Con el tiempo, él y varios socios abrieron su propio bufete en 1962. Hoy la oficina, conocida como Munger, Tolles & Olson, cuenta con unos 200 abogados.

Su primer matrimonio, con Nancy Huggins, acabó en divorcio. Se casó con su segunda esposa, Nancy Barry Borthwick, en 1956. Murió en 2010. Tuvieron cuatro hijos juntos y dos cada uno de sus matrimonios anteriores.

Munger también se enfrentó a la tragedia: en 1955, su hijo Teddy murió de leucemia a los 9 años. Munger recordó más tarde que recorría las calles de Pasadena llorando por “perder a un hijo”. Más de seis décadas después, aún se ahogaba al recordar el sufrimiento de su hijo.

En 1978, un cirujano metió la pata en una operación de cataratas, dejando a Munger ciego de un ojo, que más tarde tuvo que ser extirpado quirúrgicamente. El inversor se negó a culpar al médico, señalando que se producían complicaciones en el 5% de las intervenciones de este tipo. Para él, como siempre, lo importante eran los números.

Munger aprendió Braille y se dio cuenta de que aún podía ver lo suficientemente bien como para leer. Acabó conduciendo su propio auto, a menudo para consternación de amigos y familiares, hasta principios de sus 90 años.

Los dos hombres que dirigirían Berkshire Hathaway se conocieron en 1959, cuando Munger, que ya se había trasladado a Los Ángeles, acudió a una cena en su ciudad natal a la que también asistió Buffett.

Ya se conocían los nombres: Munger trabajó de niño en la tienda de comestibles del abuelo de Buffett. Uno de los primeros inversores de la sociedad de Buffett le dio dinero porque, le dijo: “Me recuerdas a Charlie Munger”.

Susan, la primera esposa de Buffett, recordando aquella cena, dijo en 1998: “Creo que Warren sentía que Charlie era la persona más inteligente que había conocido, y creo que Charlie sentía que Warren era la persona más inteligente que había conocido”.

Congeniaron al instante y en poco tiempo se hicieron inseparables, hablando a menudo por teléfono varias veces al día.

Una foto de un viaje a Savannah, Georgia, en la década de 1980, muestra a los dos inversores extrañamente parecidos: hablando y caminando al mismo paso, ambos vestidos con caquis y camisas de vestir azules de cuello abierto. Todo parece coincidir, desde su estatura hasta sus entradas, desde las monturas de sus gafas hasta las arrugas de su ropa.

El héroe de Munger era Benjamin Franklin, a quien admiraba por su curiosidad e ingenio. El sentido común, el humor mordaz, la franqueza patológica y el desdén por la sabiduría convencional de Munger le convirtieron en una celebridad entre los inversores.

Durante las sesiones de preguntas y respuestas en las reuniones anuales de Berkshire, Munger permanecía en silencio mientras Buffett hablaba en elaborados párrafos. El público, que le adoraba, sabía que Munger estaba esperando para soltar un chiste.

En la junta anual de Berkshire de 2000, un accionista preguntó cómo afectaría a la economía la especulación con los valores de Internet. Buffett respondió con casi 550 palabras. Munger gruñó: “Si mezclas pasas con zurullos, siguen siendo zurullos”.

Cuando un accionista preguntó en la junta de 2004 cómo fijaba Berkshire la remuneración de los ejecutivos, Buffett habló durante más de cinco minutos. Munger replicó: “Bueno, prefiero tirarme una víbora por la camisa que contratar a un asesor de retribuciones”.

En un artículo de opinión para The Wall Street Journal en 2023, publicado cuando tenía 99 años, Munger pidió al gobierno estadounidense que prohibiera el bitcoin y otras criptomonedas, escribiendo que el cripto es “un contrato de juego con una ventaja de casi el 100% para la casa.” Antes, había descrito el bitcoin como una “actividad basura” y “veneno para ratas”.

La imagen lacónica de Munger era sólo un acto que usó para evitar eclipsar a Buffett. Cuando no compartía protagonismo con el presidente de Berkshire, Munger era locuaz. En las comidas y cenas habituales con amigos y familiares, y en las reuniones anuales del Daily Journal, una pequeña empresa de medios de comunicación que presidía, hablaba durante horas.

Como señalaban muchos amigos, si hacía una pausa para beber un sorbo de agua y otra persona empezaba a hablar, Munger levantaba imperiosamente el dedo índice para impedir que el otro orador interrumpiera antes de que él pudiera terminar de tragar.

Su resistencia también era extraordinaria. En 2019, cuando Munger tenía 95 años, dos periodistas del Wall Street Journal se presentaron en su modesta casa de Los Ángeles a las seis de la tarde. Varias veces después de las 10 de la noche, uno o ambos reporteros, vacilantes, empezaron a levantarse para irse; Munger les hizo señas para que volvieran a sentarse.

En agosto de 2023, a la edad de 99 años y en silla de ruedas, Munger insistió en unirse a su numerosa familia, incluidos más de una docena de nietos y bisnietos, en el viaje anual de pesca que habían estado haciendo a Minnesota durante décadas.

En aquel momento, Munger estaba “mentalmente incluso mejor que nunca”, sostuvo su amigo Peter Kaufman, presidente de Glenair, fabricante de piezas aeroespaciales.

Contento con su imagen pública de compañero cascarrabias de Buffett, Munger amasó su propia fortuna.

Hizo donaciones a instituciones que van desde la Universidad de Stanford y el Hospital Buen Samaritano de Los Ángeles, hasta Planned Parenthood. También fue arquitecto aficionado y vivió en la casa que él mismo había diseñado en la década de 1950. Al final de su vida, se obsesionó con el diseño de edificios para campus universitarios y de enseñanza secundaria.

Junto a las ganancias de las inversiones llegó un culto a sus seguidores. Munger presidió Wesco Financial, una unidad de Berkshire cuyas acciones siguieron cotizando en bolsa hasta que su matriz corporativa la absorbió por completo en 2011. Sus seguidores acudían desde lugares tan lejanos como China e India para escucharle en las reuniones anuales de Wesco, y más tarde en las del Daily Journal.

Una antología de escritos de y sobre Munger llamada “Poor Charlie’s Almanack”, editada por Kaufman, se convirtió en un bestseller internacional.

Munger nunca dejó de predicar virtudes a la antigua usanza. Dos de sus palabras favoritas eran asiduidad y ecuanimidad.

Le gustaba la primera, dijo en un discurso en 2007, porque “significa sentarse sobre el culo hasta hacerlo”. A menudo decía que la clave del éxito inversor consistía en no hacer nada durante años, incluso décadas, esperando a comprar con “agresividad” cuando por fin se materializaban los tratos.

Le gustaba la segunda porque reflejaba su filosofía de la inversión y de la vida. Todo inversor, decía Munger con frecuencia, debería ser capaz de reaccionar con ecuanimidad ante una pérdida del 50% en bolsa cada varias décadas.

Munger conservó su sentido del humor hasta los 90 años, a pesar de que estaba casi ciego, apenas podía caminar y su amada esposa, Nancy, había muerto años antes. Hacia 2016, un conocido le preguntó de qué persona, en una larga vida, se sentía más agradecido.

“Al primer marido de mi segunda esposa”, respondió Munger al instante. “Tuve el amor incondicional de esta magnífica mujer durante 60 años simplemente por ser un marido algo menos horrible que él”, agregó.

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