Columna de Tamara Agnic: “Porqué la corrupción es tan aberrante”
"Habiendo cientos de miles de personas pasando por momentos muy acuciantes, con un costo de la vida relevante y con una tasa de empleo informal de un 27%, es francamente indignante la danza de millones que hay detrás de la corrupción sea ésta pública o privada".
Se necesitaban al menos 400 mil empleos para volver a una situación de relativa normalidad respecto del periodo pre pandemia, pero en el último periodo se han creado apenas mil puestos de trabajo. La cifra de desempleo del 8,9% es un duro recordatorio a todos los actores de la política que falta mucho por hacer para que la generación de riqueza, el crecimiento y la distribución del ingreso sea un factor de estabilidad en Chile y no un gatillante de conflicto o movimientos como los que vimos en el corto plazo. Las razones para este estado de la economía son múltiples y no es mi foco en esta columna hablar de ese fenómeno, sino centrarme en un aspecto que tiene que ver con la legitimidad de la acción de las organizaciones y cómo podemos ganar la confianza en el sistema imperante, sus instituciones y sus líderes.
Aún no somos capaces de salir del estupor tras conocerse los audios en el caso Factop, con abogados y su cliente admitiendo la comisión de gravísimos delitos económicos, en los que insinúan haber logrado involucran a funcionarios públicos de instituciones de vital relevancia para la seguridad, la credibilidad y la reputación financiera y regulatoria del país. Pero ese estupor no está sólo relacionado con la posible comisión en sí misma de eventuales sobornos y cohechos, de estafas y eventuales otras figuras delictivas, sino que hay algo más de fondo.
Y esto también vale para todos los otros casos que hoy están siendo investigados por la Fiscalía y que están en tribunales, como los convenios de transferencia de algunos Gobiernos Regionales con fundaciones y ONGs. De hecho, las recientes diligencias llevadas a cabo en dependencias de reparticiones públicas lamentablemente siguen minando la credibilidad y la reputación del mundo político ante los ojos de la ciudadanía, incluso si al final de cuentas no se compruebe la existencia de faltas a la ley.
El asunto es que habiendo cientos de miles de personas pasando por momentos muy acuciantes, con un costo de la vida relevante y con una tasa de empleo informal de un 27%, es francamente indignante la danza de millones que hay detrás de la corrupción sea ésta pública o privada. La ONU ha reiterado en incontables ocasiones que los más afectados por la criminalidad de cuello y corbata son precisamente las personas más vulnerables y, entre ellas, las mujeres. Esto es precisamente porque los gobiernos y los Estados dejan de percibir importantes recursos que deberían ser destinados a programas sociales debido al desvío de esos recursos para el pago de coimas y favores, tal como lo hemos escuchado directamente de sus protagonistas.
Lo más triste es que cuando se le pregunta a la ciudadanía sobre las posibles conclusiones que tendrán estos casos en la Justicia, una porción no menor llega a sostener que al final “no pasará nada” o que “se irá diluyendo”, lo que es una tremenda interpelación a los organismos jurisdiccionales pues hay un descrédito también hacia la capacidad del sistema para reparar la ofensa. Por eso la corrupción es tan aberrante, porque acaba con la confianza en las instituciones que suponemos están para proteger nuestros intereses, que es la suposición de la igualdad ante la ley y del imperio del Estado de Derecho, de la dignidad básica como ciudadanos y ciudadanas.
Hasta eso nos quita el corrupto.
* La autora es presidenta de Eticolabora