EE.UU. y el FMI discrepan sobre China. Y eso es un problema
El FMI no comparte la opinión de Estados Unidos de que los enormes superávits comerciales de China están perjudicando al mundo, y es probable que la tensión aumente. Sobre todo si el expresidente Donald Trump es reelegido el próximo mes.
Hace ochenta años, los líderes mundiales reunidos en Bretton Woods (New Hampshire), crearon el Fondo Monetario Internacional (FMI) para evitar el tipo de desequilibrios económicos que habían provocado la Gran Depresión.
Hoy, los desequilibrios vuelven a amenazar la armonía mundial. El enorme superávit comercial de China está alimentando una reacción violenta. Estados Unidos atribuye esos superávits a que China frena el consumo mientras subvenciona la fabricación y las exportaciones, infligiendo daños colaterales a sus socios comerciales. Y le gustaría que el FMI lo dijera.
El FMI, sin embargo, ha seguido un camino más neutral. Ha instado a Beijing a que cambie su modelo económico, restando importancia a cualquier perjuicio que ese modelo pueda causar al mundo.
Hace décadas, los líderes estadounidenses pensaban que incorporar a China a las instituciones económicas de la posguerra, como el FMI y la Organización Mundial del Comercio (OMC), haría que Beijing se orientara más al mercado y el mundo fuera más estable. Ahora piensan lo contrario. China ha redoblado su apuesta por un modelo económico autoritario y estatista que muchos occidentales consideran incompatible con el suyo.
El FMI, la institución económica internacional más influyente del mundo, puede encontrarse dividido entre visiones irreconciliables de la economía mundial, sobre todo si el expresidente Donald Trump es reelegido el próximo mes.
Trump ha priorizado la reducción del déficit comercial, especialmente con China, a través de aranceles, un enfoque que el FMI ha criticado. Muchos de sus asesores desconfían profundamente tanto de Beijing como de las instituciones internacionales. El Proyecto 2025, una agenda para un segundo mandato de Trump que incluye como autores a muchos de sus asesores, ha sugerido que Estados Unidos abandone el FMI, aunque no hay indicios de que Trump esté de acuerdo.
A Estados Unidos le ha molestado el crecimiento del superávit comercial de China desde que se incorporó a la Organización Mundial del Comercio en 2001, lo que acabó con los puestos de trabajo en las fábricas estadounidenses en lo que se conoció como el choque chino.
Desde entonces, los superávits de China se han reducido en proporción a su Producto Interno Bruto (PIB). Pero como la economía china es ahora tan grande, ese superávit ha crecido como porcentaje del PIB mundial, hasta el 0,7%. Otros países están alarmados por la creciente avalancha de importaciones de manufacturas baratas, bautizada como “China Shock 2.0″.
Jake Sullivan, asesor de seguridad nacional del Presidente Biden, declaró el miércoles en la Brookings Institution que China “está produciendo mucho más que la demanda interna, descargando el exceso en los mercados mundiales a precios artificialmente bajos, expulsando del negocio a fabricantes de todo el mundo y creando un estrangulamiento en las cadenas de suministro”.
El subsecretario del Tesoro, Jay Shambaugh, dijo en un panel organizado por el Atlantic Council hace dos semanas que China “ya representa el 30% de la fabricación mundial. No se puede crecer a un ritmo masivo cuando se parte del 30% del mundo sin desplazar no sólo a nosotros, sino a muchos países”.
Señalar estas tensiones forma parte del trabajo del FMI, comentó Shambaugh en el acto. Aunque el FMI ha dicho que las políticas industriales de China pueden estar perjudicando a sus socios comerciales, “me gustaría que prestaran más atención... al desequilibrio externo agregado”, agregó.
Los arquitectos del FMI creían que la ruptura de la cooperación económica había contribuido a la Depresión. Países como Estados Unidos, con grandes superávits comerciales, no se sentían presionados para ayudar a los que tenían déficit, como Gran Bretaña. Los países deprimidos trataron de limitar las importaciones e impulsar las exportaciones devaluando sus monedas o imponiendo aranceles, tratando de exportar su desempleo.
Para acabar con estas políticas de “empobrecer al vecino”, el economista británico John Maynard Keynes propuso que el comercio se realizara a través de un banco y una moneda mundiales que impidieran los grandes déficits y superávits. En cambio, en Bretton Woods, los delegados acordaron vincular sus monedas al dólar, con el FMI supervisando las revaluaciones periódicas.
En la década de 1970, la inflación y los crecientes déficits comerciales provocaron el colapso de los tipos de cambio fijos. Los flujos de capital transfronterizos se dispararon, permitiendo a los países pobres obtener préstamos de bancos e inversores occidentales. Cuando entraban en mora, el FMI tenía una nueva misión: ayudarles a reestructurar sus deudas, normalmente con la condición de una estricta austeridad presupuestaria. FMI, decía un chiste popular, significaba “It’s Mostly Fiscal”.
Incluso hoy, aunque el FMI sigue supervisando los déficits y superávits comerciales, rara vez los atribuye a influencias transfronterizas, centrándose en cambio en factores fiscales y otros factores internos.
En un artículo publicado en su blog el mes pasado, el personal del FMI investigó el déficit estadounidense y el superávit chino, y encontró poca relación.
El déficit estadounidense reflejaba un fuerte gasto público y de los hogares, mientras que el superávit chino se debía a la caída de los mercados inmobiliarios y de la confianza interna. En su opinión, “son en su mayoría de cosecha propia”. En una reprimenda implícita a Estados Unidos, escribieron: “La preocupación de que los superávits exteriores de China se deban a las políticas industriales refleja una visión incompleta”.
Esta visión benigna de los superávits chinos ha suscitado críticas. Brad Setser, exfuncionario del Tesoro de Estados Unidos que ahora trabaja en el Consejo de Relaciones Exteriores, sostuvo que el FMI se ha basado en datos que subestiman el superávit.
Setser también criticó el consejo del FMI a Beijing de dejar que bajen las tasas de interés y el tipo de cambio mientras se endurece la política fiscal, es decir, subiendo los impuestos o recortando el gasto. Según él, esto debilitaría las importaciones, impulsaría las exportaciones y aumentaría el superávit comercial.
“Su análisis gira en torno a lo mala que es la situación fiscal, sin ningún análisis real de la posición de la balanza de pagos”, señaló Setser.
Pierre-Olivier Gourinchas, economista jefe del FMI, discrepó. Indicó que el FMI ha instado sistemáticamente a China a impulsar el consumo de los hogares, por ejemplo, reforzando la red de seguridad social y trasladando una mayor parte de la carga fiscal de los pobres, grandes consumidores, a los ricos, grandes ahorradores. También dijo que el FMI ha abogado por el estímulo fiscal ahora y la consolidación después.
¿Cambia algo la opinión del FMI? La mayoría de los países -especialmente los grandes- nunca necesitarán pedir préstamos al FMI, por lo que pueden ignorar sus consejos. El FMI lleva mucho tiempo instando a Estados Unidos a frenar su déficit presupuestario, señalando que contribuye a su déficit comercial, y Estados Unidos lleva el mismo tiempo haciendo caso omiso.
Sin embargo, cuando el FMI habla, lo hace con una autoridad y una credibilidad que no tiene ningún analista privado ni ningún país.
Según Martin Mühleisen, exalto funcionario del FMI que ahora trabaja en The Atlantic Council, el planteamiento chino de impulsar las exportaciones “está acabando con puestos de trabajo en otros lugares, y eso es algo que el FMI debería denunciar”. “China no quiere mala publicidad del FMI, en parte porque las críticas resonarían en muchos países”, añadió.
-Traducido del inglés por Pulso.
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