El sumun del absurdo
Y llegó marzo y se nos vino el año encima, un año que además no se caracteriza por ser liviano. Seguimos acosados por la pandemia, que no cede, y que al menor descuido nos cobra en forma de contagio, enfermedad y lamentablemente, en muchos casos, muerte; en el sur del país el terrorismo se toma los caminos, prendiendo en fuego a todo y todos los que se cruzan por el camino; mientras que, en el norte, noche a noche, inmigrantes cruzan ilegalmente la frontera huyendo de sus países y tratando de acceder al nuestro.
A nivel internacional nos alimentamos todo el día de noticias de destrucción y muerte provenientes de Ucrania, quien está siendo invadida por Rusia; y como si ello no fuera suficiente para generar úlceras y stress, en gran parte de la población, la convención constitucional, nacida de la violencia y con muy baja representatividad de la población está redactando y aprobando una nueva constitución que más que la prometida casa de todos se ha convertido en la revancha de unos pocos.
Lo más incoherente de la situación es que el problema de la inmigración en Chile nace de dos causas, la primera es la opresión, pobreza y falta de derechos y libertad al que están siendo sometidos los venezolanos, por culpa del gobierno autoritario de extrema izquierda de Maduro, y por el deseo de esos mismos venezolanos de acceder al trabajo, oportunidades, ingresos y libertad que gozamos los chilenos, y que nos ha convertido en un país destacado en Latinoamérica.
En forma paralela, el pueblo ucraniano se enfrenta al ejército de Rusia, una de las mayores potencias mundiales, quien ha dado orden de barrer con las ciudades, y en vez de rendirse ante el tamaño y capacidad bélica de Rusia, han decidido abandonar hijos, y madres, para pelear por su libertad, por su derecho a disentir, por su derecho a opinar, porque ellos, los ucranianos, a diferencia de nosotros los chilenos, saben lo que es vivir bajo el yugo de la extrema izquierda, que siempre y sin excepciones en el mundo, termina siendo corrupta, violenta, cruenta y dictatorial, es decir, todo lo contrario de la tierra de felicidad que promete.
Es así como dos de nuestras pesadillas actuales derivan de la lucha de dos pueblos que huyen y/o combaten gobiernos de extrema izquierda, luchando por sus derechos y libertad, mientras en nuestro país se escribe una constitución que solamente con lo aprobado a la fecha, ya nos asegura que no existirá igualdad ante la ley, que los jueces no juzgarán en derecho, que habrán ciudadanos de primera y segunda clase, que la propiedad privada no estará protegida (por tanto, ya no será privada sino de los oligarcas), y que no habrá libertad para expresar disentimiento de la autoridad.
El sumun del absurdo es entonces, que mientras venezolanos y ucranianos están dispuestos a morir (unos cruzando el desierto, otros en la guerra) para no enfrentar el flagelo que la extrema izquierda lleva a los países donde se instala, nosotros le estamos abriendo la puerta y poniendo una alfombra roja, a una constitución que por más buenas intenciones que tenga, la historia en el mundo ha repetido una y otra vez que sólo traerá pobreza, miseria y falta de libertad a nuestro país.
*La autora de la columna es economista
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