La columna de Arturo Cifuentes: “La importancia del azar”
"Cualquiera que niegue la importancia de los factores aleatorios en su vida es un ingenuo o un tonto. O peor todavía, un arrogante".
Leon Cooper y John McQuown fallecieron recientemente con solo un día de diferencia. Hasta donde yo sé, no se conocían; y sus trayectorias profesionales fueron muy diferentes. Sin embargo, un factor común los unía: la importancia que el azar jugó en sus respectivos destinos.
Cooper recibió el premio Nobel de física en 1972, junto con John Bardeen y Robert Schrieffer, por haber desarrollado la teoría que explica la superconductividad (la propiedad de ciertos materiales de conducir electricidad sin pérdidas a bajas temperaturas). La colaboración entre Cooper y Schrieffer se gestó a través de un encuentro fortuito en un aeropuerto, cuando ambos volvían de una conferencia, y se dieron cuenta que estaban trabajando en un problema similar.
McQuown, el padre intelectual de la inversión pasiva, también se benefició de un encuentro fortuito, en este caso con Ransom Cook, el CEO de Wells Fargo. Cook asistió por casualidad a una charla del entonces joven McQuown, sus ideas le parecieron promisorias, y le ofreció contratarlo para que las desarrollara. De ese proyecto nació la industria de los fondos indexados, donde Vanguard y BlackRock hoy juegan un rol dominante.
Un “consultor estratégico” que conocí en California hace muchos años me explicó que un buen CV debe mostrar una trayectoria profesional marcada por el determinismo, donde “tu debes aparecer como al arquitecto de tu destino”. Nada en el CV, me aclaró, debe insinuar el haberse beneficiado por circunstancias impredecibles y fuera de tu control. Suena razonable como marketing personal. Pero la realidad es un poco distinta: cualquiera que niegue la importancia de los factores aleatorios en su vida es un ingenuo o un tonto. O peor todavía, un arrogante.
Mandelbrot, el matemático que desarrolló la teoría de los fractales lo tenía claro y así lo cuenta en sus memorias. Su contribución a la evolución de los precios en los mercados financieros fue gatillada por un hecho circunstancial. Al visitar la oficina de Hendrick Houthakker, quien lo había invitado a dar una charla, le llamó la atención unos diagramas que vio en el pizarrón con los precios del algodón. Intrigado, le pidió los datos y decidió analizarlos.
Por último, yo admito, sin tapujos, que mi vida profesional (modestísima comparada con los ejemplos citados) se benefició muchas veces de encuentros imprevisibles y conversaciones inesperadas. Más aún, me atrevería a decir que una vida sin factores aleatorios, es simplemente una vida muy aburrida, una línea recta sin penas ni glorias.
Surge entonces la pregunta: ¿Qué puede hacer una persona para introducir elementos aleatorios en su vida? No tengo idea. Pero sí estoy seguro de que el trabajar solo, desde la casa, en pijamas, y conectándose con el mundo por Zoom, no parece ser la mejor opción.
*El autor de la columna es investigador principal de Clapes UC
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