La columna de Javier Salinas: “Que el cobre no sea la excusa”

"Este optimismo no debería ser una excusa para aplazar las discusiones en las materias económicas relevantes para el desarrollo de mediano y largo plazo del país".



En los meses de marzo, abril y mayo, el precio del cobre ha mostrado un alza de cerca del 20% (a pesar de la corrección de los últimos días), desacoplándose de otras materias primas como el petróleo, cuya mezcla Brent ha caído en ese mismo período.

Esto es particularmente positivo para Chile, por varias razones. La primera de ellas es que mejora la balanza comercial. El cobre representó cerca del 55% de las exportaciones de bienes del año pasado. La segunda son los mejores términos de intercambio que, si bien se relaciona con el punto anterior, sus efectos económicos son más amplios. Esto implica una mejora en la productividad (ya que el precio de nuestras importaciones no está incrementándose a esa velocidad) y un impulso apreciativo del peso. La apreciación de la moneda nos lleva a la tercera razón: menores presiones inflacionarias, las que, por cierto, ayudan a que el ajuste de política monetaria continúe. Una cuarta razón sería el efecto positivo sobre los ingresos fiscales. Según el Informe de Finanzas Públicas de la Dipres del cuarto trimestre del año anterior, un centavo más de cobre en el promedio anual implicaría US$ 27,9 millones de ingresos efectivos para el fisco. Y la lista sigue.

Así, el alza del cobre sería una buena noticia para los privados (con algunas excepciones), el Banco Central y hasta el gobierno. Pero este optimismo no debería ser una excusa para aplazar las discusiones en las materias económicas relevantes para el desarrollo de mediano y largo plazo del país. Y me refiero a dos en particular: el crecimiento económico y la disciplina fiscal.

Por diversas causas, las expectativas de crecimiento para este año se han ido corrigiendo al alza, desde el 1,7% que se encontraban a inicio de año, hasta el 2,5% que muestra la última encuesta del Banco Central. Este precio del cobre podría, además, fomentar una mejora en las perspectivas de mediano plazo, de la mano de una esperanza de un más auspicioso escenario externo. Pero no confundamos el corto y el mediano plazo, y no dejemos que la autocomplacencia nos lleve a olvidarnos de la búsqueda de la disminución de la tramitología, de la estrategia de fomento de los productos relevantes para la transición energética global, de la investigación y desarrollo en nuevas energías, etc., todas ellas relevantes para el crecimiento estructural.

Esa complacencia tampoco debería llevarnos a ser más laxos en materia fiscal. La regla fiscal se basa en el espíritu que solamente los cambios estructurales en los parámetros relevantes para la economía chilena sean los que permitan al gobierno incrementar el gasto público. Y si bien esta mejora en el precio del cobre podría ser estructural, ¿Vamos a aprovechar esta oportunidad para sanear las políticas públicas, disminuir los persistentes déficits que hemos observado en las últimas décadas y frenar el incremento en la deuda pública, o vamos a encontrar algún proyecto “urgente para la sociedad” que nos lleve a gastar cualquier nuevo ingreso?

Que el alza del cobre no sea una excusa para disminuir la urgencia, que los tiempos de bonanza son para prepararnos para los de dificultad.

*El autor de la columna es economista jefe de LarrainVial Research.

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