La columna de Juan Ignacio Eyzaguirre: “Con los limones, limonada”

luis hermosilla

"El Caso Audios sería un ejemplo de la degradación de los servicios legales y la aplicación de la justicia. En la intensa competencia entre abogados, un limón que promete la manipulación y corrupción del sistema le pone difícil la tarea a quienes quieren ejercer de su profesión éticamente".



Un gran limón. El escándalo del audio filtrado de la reunión entre un reputado abogado de la plaza y su cliente sería para George Akerlof un gran limón en la degradación de sistema de justicia y el mercado de servicios legales.

En 1970, el economista publicó un breve paper llamado “El Mercado de los Limones” que lo hizo merecedor del premio Nobel. Con una elegante descripción, casi sin fórmulas ni econometría, explicó cómo un mercado se degrada fácilmente cuando es difícil identificar la verdadera calidad de un servicio o producto y la información disponible es escasa, confusa y/o costosa.

Explica su teoría usando como ejemplo la vilipendiada reventa de automóviles. Cuando compramos un auto usado es difícil dar por cierto que no sea un “limón”, en jerga gringa un vehículo defectuoso. Por mucho que el vendedor diga que la dueña era un abuelito que no lo sacaba ni a la esquina, es difícil comprobarlo.

El problema, explica Akerlof, es que el vendedor conoce bien su vehículo. Sabe si tiene panas o accidentes. Por lo que, incluso a precios deprimidos, se hace una pasada cuando vende un limón. Pero no sucede los mismo si vende una joyita. Bajo esta dinámica, impuesta por la asimetría de la información y la segmentación de productos, se atraen más “limones” que “joyitas”, degradando la calidad general del mercado. Esto explicaría porqué un auto nuevo pierde 10% de su valor al sacarlo de la tienda.

El Caso Audios sería un ejemplo de la degradación de los servicios legales y la aplicación de la justicia. En la intensa competencia entre abogados, un limón que promete la manipulación y corrupción del sistema le pone difícil la tarea a quienes quieren ejercer de su profesión éticamente. Los clientes, quienes enfrentan la justicia, quedan en una difícil encrucijada cuando pueden optar entre un limón que ofrece las ventajas de la manipulación y quienes actúan con la ética profesional que los obliga.

Por otro lado, cuando funcionarios se prestan para manipular la justicia, deslegitiman el principio democrático que nos impone creer en ella. Y cuando pensamos que la justicia no es ciega, sino tuerta y tramposa, el sistema completo se degrada pues muchos intentan tomar ventaja de ella.

En el libro “Phishing for Phools, la economía de la manipulación y la decepción”, George Akerlof y Robert Shiller explican múltiples fenómenos similares en donde hay selección adversa, por ejemplo, en la venta de inmuebles, de productos financieros a consumidores legos, de alimentos y bebidas, de programas educacionales y, por supuesto, en la política.

En mercados competitivos, siempre va a haber un fulero oportunista. Es la inevitabilidad de la decepción, dicen los autores. Es la extensión de la oferta y la demanda entre fuleros y lesos (o desinformados). Este fenómeno explicaría el valor de las marcas, de la reputación, de la existencia de garantías y certificaciones. Ellas intentan reducir la asimetría de información, los incentivos a la decepción y la capacidad de fuleros de hacer su inescrupuloso juego.

Frente a los limones, es importante actuar considerando las consecuencias en el sistema. El punto de equilibrio de la decepción guarda relación con los incentivos, las costumbres y las reglas. Primero, debemos reflexionar cómo mejorar los (des)incentivos. Segundo, condenar los limones con toda la fuerza pues arriesgamos acostumbrarnos. Tercero, demandar a la justicia que actúe con diligencia y celeridad.

Cuando la manipulación otorga réditos e involucra pocos costos, afloran los fuleros. Cuando los colegas y asociados actúan como espectadores pasivos -bystanders, como le dicen en inglés- hacen de la costumbre un cómplice. Y cuando las reglas fallan, el punto de equilibrio de la manipulación se eleva.

Cuando viví en Estados Unidos, compré un auto usado. Afortunadamente no era un limón, pero de paso aprendí que tenía 60 días para devolverlo y pedir inmediatamente mi pago de vuelta. Una idea simple y correcta para revertir la degradación, pues descubierto el limón, inmediatamente le llega de vuelta al inescrupuloso vendedor, haciendo su trabajo más difícil y mejorando la calidad del mercado completo.

En nuestro caso, la prensa juega un rol primordial al reducir las asimetrías de información, denunciar a la opinión pública los limones cuando aparecen. Nutrir la libertad de expresión con un diverso universo de medios de información, periodistas ávidos y valientes es una de las mejores garantías del sistema.

Y finalmente, todos y cada uno de nosotros debe condenar cuando veamos cualquier acto de manipulación. De otro modo, arriesgamos acostumbrarnos. La victoria de Milei al otro lado de la cordillera no es más que un grito alarma en un país que se acostumbró a la decepción.

¡Con los limones, limonada!