La columna de Juan Ignacio Eyzaguirre: Hiperviolencia, una papa caliente
La violencia emerge cuando la expectativa de delincuentes, narcotraficantes, terroristas es que no habrá consecuencias. ¿Qué señales damos con decenas de carabineros procesados mientras aun ni hay sospechosos de la destrucción del metro? El tiempo pasa y más jóvenes descubren que la vida delictual paga bien.
Una papa caliente que salta de mano en mano, en eso se transforman los billetes cuando arrecia la hiperinflación. Cuando los precios cambian por hora, cuando el sueldo compra un décimo del mes anterior, todos corren a deshacerse de su efectivo tan rápido como pueden, devaluando aun más los billetes. Cuando la manía se extiende, hay una corrida contra el dinero. Su valor se evapora y con ello la capacidad de transmitir precios, transar bienes y servicios, permitir que trabajo y la producción fluyan. Su paso destruye empleos, empresas, ahorros y vidas.
La manía de la hiperinflación guarda relación con la violencia. Ambos fenómenos están anclados en la expectativa del comportamiento de los demás y están sujetas a una peligrosa espiral, cuya aceleración solo incrementa de no atajarse a tiempo.
Los economistas consensuan que un poco de inflación es sano. Está bien que los precios y los salarios suban cerca de un 3%, pero más allá se vuelve peligroso. La clave para atajarlos estaría en las expectativas: ¿cómo no subir precios o salarios, si la expectativa es que seguirán subiendo en el resto de la economía?
Lo más poderoso para controlar la inflación sería que las personas crean que el banco central va a tomar las acciones, sin importar las consecuencias, para reducirla. He ahí la razón de los bancos centrales independientes. Basta que la gente comience a creer que el banco central puede ser influenciado por otro objetivo (i.e. la agenda de corto plazo del gobierno) para que más inflación se gatille, creando un círculo vicioso. El ex gobernador de la FED, Paul Volcker, logró frenar la porfiada y peligrosa inflación que afectó a Estados Unidos y al mundo durante la década de los setenta. Es reconocido como un héroe, a pesar que su política generó una dolosa recesión. Justamente, tuvo que tomar una acción dura para construir la credibilidad de la política monetaria necesaria para mantener la inflación a raya.
La dinámica de la violencia no es muy diferente. Cuando creemos que podemos delinquir o violentar sin mayor consecuencia, la violencia aflora. Es la amenaza lo que mantiene la violencia a raya. Paradójicamente, desde la invención de la bomba nuclear el mundo ha vivido uno de sus periodos más pacíficos en siglos. Justamente, la MAD -Mutually Assured Destruction- hizo fría a la Guerra Fría. Nadie quería arriesgar tal consecuencia. De hecho, estuvo a punto de dejar de ser fría -en la crisis de los misiles en Cuba- cuando Nikita Khrushchev desdeñó al nuevo presidente Kennedy: “demasiado joven, demasiado intelectual y demasiado débil”. Una vez más, cuando no hay expectativa de represalias, la violencia aflora.
La violencia emerge cuando la expectativa de delincuentes, narcotraficantes, terroristas es que no habrá consecuencias. ¿Qué señales damos con decenas de carabineros procesados mientras aun ni hay sospechosos de la destrucción del metro? El tiempo pasa y más jóvenes descubren que la vida delictual paga bien. La marginalidad se hace de mejores prácticas, armamentos, técnicas más violentas. Mientras las fuerzas del orden se vuelven más reticentes de contenerlas, sin respaldo político, pues cada vez es mayor la fuerza necesaria para hacerlo. Así, la violencia, tal como la inflación, se acelera rápidamente, mientras políticos se pasan la responsabilidad de mano en mano como una papa caliente. Pero deshacerse de la hiperviolencia será sumamente difícil. Ya lo vimos con las Farcs en Colombia o Sendero Luminoso en Perú. Si no la atajamos, como Volcker lo hizo con la inflación, arriesgamos dejar al país victima de una verdadera catástrofe que requerirá paradójicamente mucho más violencia para devolver la paz a los ciudadanos.
*El autor de la columna es autor del libro DesPropósito.
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