La columna de Juan Ignacio Eyzaguirre: “Propósito estatal: quien mucho abarca poco aprieta”
"Ha llegado la hora de simplificar el ámbito de gestión del Estado. Cuando pensamos que el Estado debe resolver todos los problemas, entorpece su trabajo en aquellas áreas fundamentales".
La compañía del siglo. Corría el año 2001 y ese era el calibre de los reconocimientos que recibía General Electric, el conglomerado industrial más notable del siglo anterior. Su éxito cimentó un crecimiento astronómico que la llevó a manejar desde turbinas aeroespaciales hasta canales de televisión.
Desde entonces, sin embargo, GE se ha ido desmantelando y estuvo al borde de la quiebra. Hace pocos meses terminó de diezmar al romperse en tres empresas independientes, cada una enfocada en una operación específica. La escisión de grandes organizaciones viene siendo tendencia. Johnson & Johnson, Royal Philips, ABB y Toshiba, en Japón, son algunos ejemplos de compañías empujadas por inversionistas para simplificar sus organizaciones y limitar los negocios en los que se enfocan.
Las grandes organizaciones son propensas a desorientarse en la inmensidad de su alcance, olvidar sus prioridades y hacer peor su trabajo, especialmente en un mundo más complejo y difícil. A las grandes empresas se les ha comenzado a pedir que definan un propósito que represente los problemas que resuelven a la sociedad, a partir del cual orienta su estrategia, su organización, sus recursos y su operación.
Impávidos a esta tendencia de mayor foco han quedado los Estados y sus colosales organizaciones. En occidente, las grandes burocracias estatales han experimentado un crecimiento vertiginoso. El presupuesto fiscal estadounidense de US$ 5 billones es casi diez mil veces el de comienzos del siglo XX. Ni hablar de su gigantesca deuda fiscal. En Chile, la situación no es muy diferente. Ahora el gobierno gasta más de 35 veces el presupuesto de 1990. Los empleados públicos han subido como la espuma, desde unos 100.000 a los casi 900.000 actuales.
Si las organizaciones estatales fuesen empresas (y aun no hubiesen quebrado), estarían bajo ataque de inversionistas para enfocarse, definir prioridades, simplificar su organización y establecer un propósito claro. Los crecientes votos de la derecha e izquierda extremas han logrado tracción electoral abogado por mejoras en áreas fundamentales, muchas veces diluidas en las extendidas burocracias que tocan casi todas las áreas de la sociedad y la economía.
En Estados Unidos, Francia, Alemania o España, los partidos que más han crecido en votos hablan de seguridad, costo de vida, mejor representación política, protección de la identidad nacional y el manejo de la inmigración. Todas áreas fundamentales del gobierno, cuyo foco e importancia se pierden en la gran complejidad de los incontables objetivos de su extendida organización.
Esta enorme organización estatal es difícil de gestionar y movilizar. He ahí la repetida disociación entre las buenas intenciones de un presidente y la operación de la compleja e ingente organización del Estado. En 1978, el presidente demócrata Jimmy Carter, rompiendo la tradición de décadas, comenzó una agenda de simplificación y foco de la función estatal. Declaró que “existe un límite al rol y función del gobierno”, agregando que el gobierno “no puede solucionar nuestros problemas, no puede definir nuestros objetivos, no puede definir nuestra visión”.
Quién mucho abarca poco aprieta, dice el refrán popular. Ha llegado la hora de simplificar el ámbito de gestión del Estado. Cuando pensamos que el Estado debe resolver todos los problemas, entorpece su trabajo en aquellas áreas fundamentales. Nuestros políticos deben trabajar sobre el propósito estatal, el foco fundamental del Estado y empujar una agenda para reducir la complejidad estatal, pues de otro modo será imposible priorizar lo realmente importante para la ciudadanía.
*El autor de la columna es autor libro DesPropósito.
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