La columna de Juan Ignacio Eyzaguirre: “Ser chileno”
"Entre tantas revueltas y disputas, me he preguntado: ¿Qué significa ser chileno? En la respuesta podrían haber atisbos del esquivo camino que buscamos como nación".
La muerte descoloca. A pesar de ser nuestra única certeza absoluta, cada vez que la muerte roza nuestras vidas nos saca del tumulto y nos sitúa en otro lugar.
Al mirar una vida desde su final, los múltiples aspectos que llenan nuestros días se cubren de un manto de profundidad del que asoma lo realmente valioso. Los funerales son momentos de reflexión impares, el último regalo de quienes parten para los que aun seguimos aquí. El testimonio de sus vidas es inspiración para pensar cómo vivir mejor las nuestras.
La trágica muerte del expresidente Sebastián Piñera me estremeció. Mi profunda tristeza, infinita gratitud y total admiración encontraron sentimientos similares en todo Chile. Su partida remeció al país. Su vida y muerte tocaron una hebra nacional.
Desde que dejé de trabajar con él en 2012, he vivido casi todo el tiempo en el extranjero. He seguido con angustia y pesar los difíciles años que hemos vivido. Entre tantas revueltas y disputas, me he preguntado: ¿Qué significa ser chileno? En la respuesta podrían haber atisbos del esquivo camino que buscamos como nación.
Nuestra identidad la han forjado los grandes hombres y mujeres de nuestra historia. El carácter del pueblo chileno posee el temple de Pedro de Valdivia y la fortaleza de Inés de Suarez; la resiliencia de los conquistadores, el recelo de los mestizos y el arrojo de los mapuches; el sentido del deber de Arturo Prat y los héroes de la Concepción; la simpleza y picardía rural, forjadas en la austeridad de tierras yermas dadas solo a quienes les dedican sus vidas.
Sobre el carácter del pueblo chileno, Jaime Eyzaguirre citaba a Juan Egaña: “Chile es un pueblo singular en donde el juicio tiene más influjo que la imaginación, y por consiguiente está menos expuesto al capricho de las novedades”. Simón Bolívar señalaba que Chile, por sus virtudes, estaba llamado a gozar de las bendiciones que derraman las justas y dulces leyes de una república. Chile puede ser libre, reafirmaba.
Chile ha cambiado profundamente. La acelerada transformación de las últimas décadas ha cambiado nuestras formas de vida. Pasamos rápidamente de país rural, católico, local, arraigado en extensos grupos familiares a una nación urbana, agnóstica, abierta y con familias cada vez más fragmentadas. Hemos avanzado, pero estamos cojos, sugería el historiador Gonzalo Vial. Dos décadas atrás, le preocupaba la incompletitud del consenso que nos regía. Si bien vivíamos bajo un consenso político y económico, carecemos de una ética común. Desde entonces, nuestros regímenes políticos y económicos se han resquebrajado, por decir lo menos. El otrora consenso político -la aceptación de la democracia formal, el sistema de bloques (binominal) y la aceptación de la Carta de 1980- ya no es tal. El otrora consenso económico también se ha ido erosionando. “Un país sin ‘consenso’ se paraliza”, advertía Vial en su Historia de Chile.
Y no contamos con una ética común, aquella que define qué significa ser chileno. La exaltación del pueblo ante la partida de Sebastián Piñera guarda pistas de ese carácter chileno que tanto añoramos. “El pueblo, instintivamente, descarta las exterioridades -el dinero, el triunfo humano, la fama- y va al fondo mismo de las cosas, para discernir inapelablemente quienes merecen ser propuestos como ejemplos”, escribía Vial en su libro sobre Arturo Prat.
La muerte de Sebastián Piñera tocó una hebra sobre aquellas virtudes del carácter chileno. Sobre ellas podemos construir un proyecto alrededor del cual se unifiquen y canalicen las energías nacionales. Nuestro “consenso” puede partir por valorar la entrega, el sentido del deber, el afán por el trabajo bien hecho, el respeto al prójimo, el amor a la familia, la austeridad y -¿por qué no?- la picardía de Sebastián Piñera, y reconocerlos en nuestro carácter chileno para permitirnos hacer de Chile el país que soñamos.
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