La columna de Juan Ignacio Eyzaguirre: “Tarifas”
"Sorprendentemente Trump ha logrado una de las proezas más difíciles en política: romper un paradigma para instalar otro".
La palabra más linda del diccionario. Así definió Donald Trump a las tariffs o aranceles. Me reconozco como uno de los tantos que criticó las políticas arancelarias de su primer gobierno. Las ventajas comparativas de David Ricardo calan profundo. Entre nuestras pocas certezas está el valor del intercambio como fuente de progreso. Sin embargo, con el tiempo he sido uno de los muchos convertidos sobre la conveniencia de cambios para Estados Unidos.
El paradigma de la apertura comercial alcanzó dimensiones globales con la caída del muro. No solo era un bastión para gobiernos como el de Margaret Thatcher o Ronald Reagan, también cruzaba el espectro pasando por Bill Clinton y Tony Blair, llegando a Deng Xiaoping, Boris Yeltsin, Xi Jinping y Vladimir Putin. La tesis final es que el intercambio no solo trae progreso, sino que interconecta las naciones haciéndolas menos propensas a la guerra.
Durante el último siglo, Estados Unidos articuló gran parte de su política exterior basado en la teoría de la modernización. El libre comercio incentivaría libertades económicas y el progreso, sembrando la semilla de indefectibles demandas de mayor libertad política. Den acceso a nuestros mercados y el tiempo hará que los ciudadanos de China y Rusia, cada vez más ricos, demanden repúblicas democráticas.
El exitoso plan Marshall fue la batalla contra el comunismo en la Europa de postguerra. La apertura del mercado estadounidense y la transferencia de tecnologías hizo los milagros japonés y coreano. El auge de Toyota frente a General Motors era una nimiedad cuando se trataba de la victoria de la libertad en el mundo.
Sin embargo, los triunfos del XX no parecieran replicarse en el XXI. A pesar de la integración económica, Putin invadió Ucrania y China se acerca cada vez más a Taiwán. Occidente ha comenzado a sufrir las consecuencias. Alemania, el gran motor de Europa, apostó la competitividad de su vibrante industria en el gas ruso y las exportaciones a China. Hoy es el país enfermo del viejo continente. Como ícono, Volkswagen ha anunciado el cierre de tres plantas y el despido de miles de empleados en tierras germanas, un hecho inédito.
China ha sido el gran ganador de las décadas de globalización. El pacto entre las principales empresas capitalistas con el mayor partido comunista del planeta cimentó su auge. La teoría de la modernización amparó condiciones asimétricas. Estados Unidos, Europa y los principales países del mundo abrieron sus puertas a la inversión y el comercio chino casi sin condiciones, mientras que invertir o exportar a China está restringido al acceso dado por los camaradas del partido.
Sorprendentemente Trump ha logrado una de las proezas más difíciles en política: romper un paradigma para instalar otro. Estados Unidos modulará su apertura comercial. El cambio de reglas en el comercio internacional es una de las principales fuerzas que remodela el sistema económico global, en el cual Chile tiene una posición particularmente difícil. Nuestra pequeña economía depende completamente del comercio internacional. Para nosotros, la autarquía equivale a la miseria.
Bien sea que nuestros políticos reconozcan nuestro complejo posicionamiento en el delicado balance entre nuestros principales socios comerciales: China, por un lado, Estados Unidos y Europa, por el otro. Jugársela por China, como Perú, entregando el principal puerto del país, es una jugada peligrosa, a pesar de que gran parte de nuestra infraestructura eléctrica ya está en manos del gigante asiático. Por el bien de nuestros connacionales, que sepamos avanzar en la delgada línea que nos ha brindado el acceso global del que depende nuestra economía y en el intertanto sepamos defender nuestra soberanía. Ambas están íntimamente relacionadas.
*El autor de la columna es autor del libro el DesPropósito
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