La columna de Michèle Labbé: “Política fiscal fallida”
"Los problemas de la regla fiscal no han estado en su definición, sino en la aplicación de la misma, y de las trampas que en forma sucesiva se le han hecho a la misma para cumplir con los objetivos políticos".
La reciente discusión y aprobación del presupuesto fiscal en el Congreso Nacional puso de manifiesto los crecientes problemas que enfrenta la política fiscal o, mejor dicho, una sana política fiscal.
En efecto, el Producto Interno Bruto (PIB) se ha incrementado en 18% entre los años 2014 y 2023, mientras que el gasto fiscal corriente, que no incluye inversión, lo ha hecho en 52% en términos reales, esto es más de tres veces más rápido que la capacidad de crecimiento de la economía. Ello ha significado que – para financiar la sobre expansión del gasto fiscal corriente – la deuda pública neta ha debido crecer en 50% en términos reales, lo que nos ha llevado a disminuir los activos del fisco y aumentar la deuda pública a un 40% del PIB.
La pregunta que se deriva de lo anterior es si el diseño de la política fiscal es malo, o ha sido su ejecución.
Cuando uno analiza los albores de la política que nos rige, la política de balance estructural se observa que en principio esta era una política de superávit estructural de 1% del PIB, esto implica que la regla establecía que el gasto del gobierno central total debía ser 1% del PIB inferior a los ingresos estructurales o ingresos de largo plazo, de modo de mantener un colchón para cubrir los momentos en que los ingresos fueran menores de lo esperado, fruto de los ciclos económicos.
Los resultados de la aplicación de dicha regla no demoraron en mostrar frutos incrementando el ahorro, pero como en la política gastar más significa ganar más votos.
En la Cuenta Pública del 21 de mayo de 2007 de la expresidenta Bachelet anunció la reducción de la meta de superávit estructural a 0,5%. Posteriormente, en 2009, la meta disminuyó “transitoriamente” a 0% del PIB para 2010, con el fin de aplicar una política fiscal contracíclica ante la crisis económica mundial y nacional, la que se transformó en permanente después que se incrementaran las necesidades de gasto post terremoto y tsunami de febrero 2010.
Posteriormente, en 2014 se estableció una meta fiscal de convergencia gradual a una de equilibrio estructural de 0% del PIB en 2018, condicional a la aprobación e implementación de la reforma tributaria para obtener los ingresos necesarios para la convergencia. Dicha meta se mantendría mientras las condiciones económicas lo permitieran, lo que transformó la regla en una posibilidad, que terminó sin cumplirse, pues los ingresos fiscales de la reforma tributaria lograron aumentar sólo en 50% de lo proyectado, dando inicio a un período de déficit fiscales que nos han llevado a una deuda de 40% del PIB.
Por tanto, los problemas de la regla fiscal no han estado en su definición, sino en la aplicación de esta, y de las trampas que en forma sucesiva se le han hecho a la misma para cumplir con los objetivos políticos. Tanto es así, que, para este presupuesto, los ingresos estimados se inflaron tanto, que para que se cumpliera el supuesto base de ingresos de 2024, durante los últimos meses de este año, los ingresos fiscales debían aumentar más de 40%, a la vez que se modificó la forma de estimar el gasto en inversión, disminuyendo para aumentar el espacio de gasto corriente.
¿Qué hacer entonces, cuando la creatividad de nuestros políticos hace que una buena política fracase?, no queda otra que limitar su creatividad y generar una política de zanahoria y garrote.
Si nos hacemos trampa en el solitario, hay que eliminar las opciones de hacer trampa. Propongo que el gasto total no pueda incrementarse más que el PIB en el año corriente, y para que no exista la tentación de inflar el crecimiento del PIB, que el año siguiente (durante los tres primeros años de una nueva administración) el PIB sea corregido por el error de estimación del año anterior. Mientras que, en el último año, la estimación de crecimiento del PIB no podrá diferir del promedio de la estimación de mercado y del Banco Central.
Quizás con estas medidas, pasemos de una política fiscal fallida a una exitosa en el largo plazo, entregando incentivos además a generar eficiencias en el gasto, eficiencias que hoy están en el olvido.
*La autora de la columna es académica de la Facultad de Economía y Gobierno de la Universidad San Sebastián
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