La columna de Ornella Bono: “A 5 años, ¿en qué estamos?”
"Lo más relevante es el crecimiento económico, que genera holguras y oportunidades. Sabemos también que eso no basta"
Cinco años no es un período largo, pero este último lustro ha sido especialmente acontecido. Una pandemia, cuyos impactos aún desconocemos en su totalidad; la tecnología, abordándonos desde todos los ámbitos y modificando cómo se funciona en sociedad, y no uno, sino dos procesos constitucionales. Los eventos no dejan de sucederse, y nos hacen preguntarnos cuán cerca o lejos nos encontramos de lo que generó el 18-O.
Si miramos indicadores de salud económica al 2019, casi nada se ha recuperado. Ciertamente, tampoco el estado de ánimo. Así lo evidencia el estudio, “No lo vimos, ¿lo vemos?”, elaborado por Cadem, que muestra que el estallido social sigue siendo mayoritariamente la expresión de un descontento social generalizado, opinión que comparten un 58% de los encuestados. Sin embargo, el mismo reporte da cuenta de una enorme divergencia en la valoración de los hechos: hoy, un 63% de las personas cree que Chile es un peor país, versus el 74% que en 2019 opinaba que seríamos una mejor nación una vez que superáramos la crisis.
En estos cincos años se han escrito numerosos libros y estudios para intentar dar con las causas de este fenómeno, aun así, el diagnóstico no está 100% claro. Pero sí tenemos certezas, pues sabemos de algunas cosas que necesitamos hacer para construir un mejor país. Lo más relevante es el crecimiento económico, que genera holguras y oportunidades. Sabemos también que eso no basta: necesitamos educación de calidad desde la infancia, vivir en entornos seguros que nos permitan desenvolvernos con tranquilidad, una salud digna y oportuna, y una mirada de sostenibilidad en las organizaciones, entre otros factores. Y todos ellos son aspectos que podemos -y debemos- tratar de retomar. También sabemos lo que no hay que hacer y, en ese sentido, es muy preocupante que continuamente emerjan casos que involucran a entidades públicas y privadas, los que claramente no contribuyen a sanar el malestar que sigue existiendo en el país.
Si sabemos lo que debemos -y no- hacer, es hora de ocuparnos, pero con una mirada de largo plazo, porque los logros de corto plazo no siempre son sostenibles y tampoco ayudan a recuperar las confianzas ni pueden sustentar una real transformación, esto incluye que se habiliten mecanismos reales para crecer. Importantes compañías chilenas han expresado que los desafíos que tenemos -desde el cambio climático a la desigualdad económica- requieren de perspectivas más amplias, aun cuando sacrifiquemos el aplauso inmediato. Podemos agregar cuán trascendente es contar con robustos gobiernos corporativos, capaces de leer el entorno, de conectar con lo que el país -y no solo la empresa- necesita, hacer ver los nudos críticos que frenan el crecimiento y, a fin de cuentas, ser parte integral y protagónica del camino de Chile hacia el desarrollo.
Pese a todo lo que hemos vivido en estos cinco años, tenemos que admitir que los chilenos tenemos la resiliencia y la capacidad de conectarnos con aquello que nos hace feliz y nos da bienestar. Un dato de la última encuesta CEP lo demuestra: un 73% de las personas declaró sentirse muy satisfechas con su vida. En cada chileno hay una semilla de optimismo y motivación desde la cual pueden nacer y consolidarse los cambios que nos permitirán conquistar la prosperidad. Pero, como le ocurre a toda semilla, su germinación dependerá del entorno en el cual se siembre. Ahí yace la responsabilidad de quienes, desde lo público y lo privado, lideran el país.
*La autora de la columna es socia fundadora y directora de Humanitas Cornerstone Chile
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