La columna de Paula García de los Ríos: "¿Es ESG una mala palabra?"
La crítica a la etiqueta ESG no debería interpretarse como un rechazo a la importancia de la sostenibilidad en los negocios. Son muchas las empresas que han trabajado de forma seria y sistemática, participando a sus grupos de interés, minimizando sus impactos negativos y potenciando los positivos.
De acuerdo a The Wall Street Journal, la mala palabra más reciente en el campo corporativo de Estados Unidos es ESG.
Si hacemos un recorrido, los vaivenes de esta temática en los últimos 20 años han sido una constante. De la RSE se pasó a hablar de valor compartido, de sustentabilidad a sostenibilidad, para luego llegar al acrónimo ESG (o ASG en español, ambiental, social y gobernanza). Y en este camino, los estándares se han multiplicado.
Desde ese punto de vista, no puedo estar más de acuerdo con que ESG -o cualquiera de los otros conceptos utilizados- sea una mala palabra. El riesgo de la estandarización es que las estrategias de sostenibilidad se conviertan en meros formalismos, sin generar diferenciación ni cambios significativos en la forma de operar de las empresas.
El artículo al cual hago mención dice que muchas compañías “están cambiando de nombre a informes y comités, eliminando ESG de los títulos”. Esto no se trata de buscar un nuevo nombre para hablar de “estos temas”, si fueran aspectos integrados al negocio y que agregan valor, no necesitarían un título especial. Tal vez la crítica por poner demasiada atención en las exigencias de medición y presentación de información es una buena noticia porque más valioso que sentarse a responder cuestionarios es realmente cuestionarse. ¿Qué tengo que hacer hoy para que mi compañía siga generando valor en el largo plazo?
Esa pregunta necesariamente lleva a enfocarse en lo realmente relevante, lo que agrega valor al negocio, sus resultados financieros y sus principales grupos de interés. La sostenibilidad es el equilibrio entre las dimensiones sociales, ambientales y económicas, no una en desmedro de otra. Una empresa no puede crecer a costa de la degradación del medio ambiente, pero tampoco puede mantener el ecosistema si no logra generar utilidades. Del mismo modo, que no puede generar riqueza para sus inversionistas si no genera valor para sus grupos de interés.
En estos días, muchas empresas reguladas por la Comisión para el Mercado Financiero se encuentran desarrollando sus Memorias Anuales siguiendo los requisitos de la NCG 461 que integra las dimensiones ESG. Si bien es crucial respetar y cumplir con el marco normativo establecido, también es esencial reconocer que la excesiva estandarización puede resultar en una pérdida de valor al limitar la capacidad de las empresas para adaptarse a sus circunstancias particulares.
La crítica a la etiqueta ESG no debería interpretarse como un rechazo a la importancia de la sostenibilidad en los negocios. Son muchas las empresas que han trabajado de forma seria y sistemática, participando a sus grupos de interés, minimizando sus impactos negativos y potenciando los positivos. Ese ejercicio puede ser más complejo que cumplir requisitos o completar cuestionarios, se trata de fortalecer la resiliencia, innovar, diferenciarse y establecer relaciones virtuosas con el entorno.
* La autora es socia de Gestión Social