La columna de Ricardo Escobar: “Laputienses, la educación pública vs productividad en Chile”
"Sabemos que la educación pública en Chile se ha quedado atrás en forma brutal, lo cual condena a los niños y jóvenes de menos recursos a replicar la pobreza y falta de oportunidades que los vio nacer".
Probablemente usted sabe de Lilliput, el país de hombres diminutos al que llegó Gulliver luego de naufragar en el primero de sus viajes (Jonathan Swift, 1726). Menos conocido es el tercero de sus viajes, el que lo llevó a la tierra de los Laputienses, una isla llamada Laputa.
Este es un lugar extrañísimo, una isla que flota o navega en el aire. Sus habitantes se dividen en dos clases, los que gobiernan y los que los sirven o acompañan. Los primeros tienen la cabeza inclinada bien a la izquierda o bien a la derecha, y sus ojos miran uno hacia el interior y el otro hacia el cielo. Son gente peculiar, pasan pensando en ellos mismos o bien lucubrando sobre sus ideas del universo. Suelen olvidar a medio camino sus acciones, sus deberes o lo que están diciendo. Tanto así que se deben acompañar por gente común que de tiempo en tiempo les golpea la boca o una oreja con una vejiga inflada atada a un palo, flappers se llaman, y así consiguen de nuevo ver a su alrededor y recordar lo que estaban haciendo.
Los que dirigen la educación pública en Chile tienen algo de Laputienses en sus venas, me parece. De algún modo consiguen ignorar la realidad y lo importante para pasar a un mundo en las nubes donde los datos y los hechos son irrelevantes, lo que importa es lo que ven en su interior o en algún punto en el cielo.
Todos sabemos que Chile necesita con urgencia y dramatismo mejorar su productividad, y que para esto es esencial que las personas cuenten con mayores habilidades y capacidades, especialmente en el mundo digital que nos va dejando atrás. Sabemos también que esto depende fundamentalmente de capacidades cognitivas y entrenamiento que deben educarse, y que lo central es en la etapa preescolar y en la educación básica. Finalmente sabemos que la educación pública en Chile se ha quedado atrás en forma brutal, lo cual condena a los niños y jóvenes de menos recursos a replicar la pobreza y falta de oportunidades que los vio nacer.
Frente a esto llevamos más de una década desde los experimentos para quitar patines a los chiquillos más aventajados, que han demostrado fracasos contundentes. Las brechas de la educación pública en aprendizajes esenciales de lectura y operaciones matemáticas básicas son brutales, sólo se ha retrocedido.
Aprender a leer y escribir adecuadamente en castellano, manejarse con aritmética básica debiese ser el centro de atención de cualquier gobernante al que le importe el futuro del país, el cercano presente de millones de jóvenes pobres.
En lugar de eso, nuestros encargados de la educación pública se enfocan en cosas tales como: el lenguaje inclusivo, es decir, aprender a escribir todes, una palabra que no existe en español, y explicar diferentes preferencias de parejas sexuales a impúberes, que aún no aprenden cómo funcionan sus órganos sexuales.
La última creación de nuestros líderes Laputienses, sin duda producto de cientos de horas pensando en sus escritorios mirando la Alameda en Santiago, educación ancestral obligatoria en los currículos de las escuelas y liceos públicos. Se busca así que chiquillos que tienen dificultades para hablar y escribir correctamente en español, y qué decir de inglés, aprendan mapudungún. Jóvenes que no entienden bien cómo evolucionan las especies, cómo se forman los continentes o calcular el porcentaje de azúcar en un queque, aprendan sobre la Pachamama.
Por supuesto esto debe aplicarse con urgencia. Directores de escuelas que ya no dan abasto llenando formularios para el Ministerio de Educación, deben ahora reducir las clases de química o inglés para dejar espacio a maestros certificados por comunidades de pueblos originarios. Profesores que no existen en cantidad suficiente desde luego.
Así, niños cuyo futuro podría mejorar si salieran de cuarto medio pudiendo hablar inglés, con lo cual se les abre la comunicación con cientos de millones de personas, son condenados a aprender idiomas en los que hay que salir a buscar quién los hable cerca de Temuco o Visviri.
Sugiero que en el próximo presupuesto del Ministerio de Educación alguien incluya la compra de unas docenas de “flappers”, a ver si con su uso empezamos de verdad a trabajar para que los niños pobres tengan un futuro con mejores oportunidades.
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