¿La inflación te ha desanimado? Al menos no vives en Argentina

A street scene in Buenos Aires, where some workers are now paid in cryptocurrency rather than the volatile peso.
Una calle de Buenos Aires, donde algunos trabajadores cobran ahora en criptomoneda en lugar del volátil peso. FOTO: SARAH PABST/ WSJ

Los ciudadanos argentinos afrontan la segunda tasa más alta del mundo acumulando papel higiénico y gastando los cheques inmediatamente. "Aquí, el 40% es normal", señala el comerciante Jonathan Faez. “Y cuando pasamos del 50%, no nos asusta, simplemente nos molesta”, agrega.


BUENOS AIRES- El comerciante Jonathan Faez tiene un consejo para la gente de todo el mundo que se obsesiona con la inflación: tranquilícese.

“Tengo amigos en Estados Unidos y España diciéndome que se están volviendo locos con su inflación anual del 5% o 7%”, declara Faez, propietario de una tienda de lencería. “¡Aquí, llegamos al 4% casi todos los meses!”.

Bienvenido a Argentina, donde la alta y casi incontrolable inflación -que se estima en un 55,1% en el último año- es tan natural como los jugosos solomillos y los sensuales espectáculos de tango del país.

Mientras el resto del mundo experimenta una mayor inflación -producto de la contracción de la cadena de suministro, del fuerte gasto en estímulos y de la guerra en Ucrania-, Argentina ofrece una especie de ventana a aquellos que se preocupan por lo alto que llegará la inflación y lo que significará para sus vidas cotidianas.

Han tenido práctica: a finales de los 80 el gasto público desbocado disparó la inflación por encima del 3.000%, y tras un periodo de relativa estabilidad, la cifra ha vuelto a subir, alcanzando el 6,7% sólo en marzo, la más alta en 20 años.

“Aquí el 40% es normal”, dice Faez. “Y cuando pasamos del 50%, no nos asusta, simplemente nos molesta”, agrega.

Shop owner Jonathan Faez says inflation doesn’t scare him.
El propietario de la tienda, Jonathan Faez, dice que la inflación no le asusta. FOTO: SARAH PABST/ WSJ

La mayoría de los argentinos ha desarrollado estrategias para hacer frente al aumento de los precios y a otras características de la economía del país, como la caída del valor de la moneda, el peso. Es un poco como el viejo clásico de “Dr. Strangelove” sobre la guerra nuclear, con una vuelta de tuerca: “Cómo aprendí a dejar de preocuparme y a amar las políticas hiperinflacionarias”.

Como el dinero depositado en una cuenta bancaria pierde rápidamente su valor, los argentinos agotan sus cheques casi tan pronto como los reciben. En un viaje al supermercado se suelen comprar alimentos y provisiones para varias semanas, desde productos no perecibles, como champú y enlatados, hasta carne congelada que se mete en los congeladores. La gente busca cambiar sus pesos por billetes verdes estadounidenses, que proporcionan protección contra la inflación. Y no dudan en solicitar préstamos, que con el tiempo son más fáciles de devolver debido al debilitamiento de la moneda.

Yolanda Mastripólito, una abogada de 70 años, dice que una de las tácticas que utiliza es pagar sus impuestos con retraso, sabiendo que si se retrasa puede cubrir la factura con dinero que tiene menos valor. Y, al igual que otros argentinos, ha aprendido que el gobierno no le cobrará intereses por una factura vencida.

“Te ahorras mucho dinero”, explica.

El acaparamiento es imprescindible. “Vine a este mercado y compré todo el papel higiénico que pude para el mes, más de 20 paquetes”, dijo hace unos días Melanie Lichtensztejn, una estudiante universitaria de 24 años. Y no sólo papel higiénico: también había artículos de limpieza, bebidas embotelladas y leche. “Intento comprar todo lo que puedo porque sé que el mes que viene me costará más comprar”, agregó.

En el puesto de frutas de las afueras de Buenos Aires donde trabaja Sofía Finot, declara que sus competidores combaten la inflación agregando agua y hielo a sus batidos de frutas. “Es más agua y menos fruta”, cuenta, y añade que ella no recurre a esas tácticas, sino que compra fruta congelada para abastecerse antes de que suban los precios. “Se conservan durante un año”, explica.

A shopper buys basics in the Belgrano neighborhood.
Una compradora adquiere productos básicos en el barrio de Belgrano. FOTO: SARAH PABST/ WSJ

En el sur de Argentina, el carnicero Exequiel García recurre al humor para aligerar el ambiente, instalando carteles con letras a mano en el exterior de la tienda con ocurrencias como “Mira nuestros precios y llora” y “¡Come carne en Semana Santa! No es pecado”.

¿Qué tan mala ha sido la inflación?

Según el grupo político Instituto Argentino de Análisis Fiscal, Rusia fue el primer país del mundo en marzo y Argentina el segundo (Venezuela, que no publica regularmente datos fiscales, pero que, según los economistas, tiene una tasa de inflación anual del 251%, no está incluida en las estimaciones del instituto).

The Once neighborhood on Corrientes Avenue.
El barrio de Once en la Avenida Corrientes. FOTO: SARAH PABST/ WSJ
A street scene in Buenos Aires, where some workers are now paid in cryptocurrency rather than the volatile peso.
Una calle de Buenos Aires, donde algunos trabajadores cobran ahora en criptomoneda en lugar del volátil peso. FOTO: SARAH PABST/ WSJ

Con la caída del peso y el aumento de la inflación, los trabajadores cobran cada vez más y ahorran en criptodivisas. “Prefieren el activo volátil del bitcoin frente al peso, donde saben que siempre van a perder”, dice Damián Di Pace, de Focus Market Consultancy, en Buenos Aires.

Los argentinos que no se han aficionado al bitcoin buscan otras formas, a veces ingeniosas, de estirar su atribulado peso.

Raúl Ramos, un trabajador de la construcción de 36 años, dice que él y su mujer están pendientes de las rebajas en la gigante marca Carrefour que les gusta.

“Vengo a Carrefour a buscar rebajas de entre el 25% y el 50%”, señala, y afirma que al inicio del año escolar todo, desde los libros a las mochilas o los cuadernos, era tres veces más caro que en 2021. “No lo hago para ahorrar. Lo hago para tener dinero a fin de mes. Estoy acostumbrado a lo que debo lidiar”, agrega.

María Oyhanarte, de 67 años, y su esposo, Gustavo Pastrana, de 68, dicen que rastrean todo el diario La Nación en busca de ofertas para la tercera edad. “Apostamos por esos especiales”, asegura la señora Oyhanarte. “Vamos, buscamos y hacemos una gran compra una vez a la semana”, añade.

Ella admite que es una batalla perdida, explicando que con la inflación tan alta la pareja ha tenido que dejar de consumir algunas de las cosas que compraban en el pasado. “La carne, por ejemplo”, relata.

Pastrana, quien dirige una cafetería junto a la librería de su mujer, sostiene que ve a la gente entrar y leer todo el día, consumiendo sólo un café, a pesar de que es consciente de la subida de precios. “Llevo un negocio con pocos márgenes”, enfatiza.

Gustavo Pastrana and Maria Oyhanarte, shown in their book shop, have given up eating meat.
Gustavo Pastrana y María Oyhanarte, instalados en su librería, han dejado de comer carne debido a los precios. FOTO: SARAH PABST/ WSJ

Mientras que otros en Argentina compran en cuotas, desde alimentos hasta ropa y artículos para el hogar.

Cecilia Luna, de 50 años, dice que sus ingresos mensuales por trabajar como portera en un edificio no son suficientes, así que compra lo que necesita en pequeños pagos que se extienden durante largos periodos de tiempo. En este momento, su familia está construyendo una pequeña casa en una comunidad pobre de las afueras de Buenos Aires.

“Todo el material de construcción lo compramos con pagos diferidos”, cuenta Luna, señalando que el material para el tejado, por ejemplo, se paga en 12 meses, sin intereses. En otros casos, los argentinos saben que el interés de los pagos suele ser menor que la inflación, por lo que su dinero puede estirarse un poco más.

“Somos expertos en la economía para poder llegar a fin de mes”, reconoce Luna. “De esa manera, podemos mantener la calma y no tener que pedir dinero prestado”, concluye.

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