La ubicuidad de la conectividad
"En el discurso de tantos respecto a una tan necesaria descentralización del país, curiosamente, poco escuchamos respecto del gran y mágico habilitador que es la conectividad".
Disfrutando breves vacaciones con un computador sobre mi falda, me cuestionaba si gozar el mar mientras trabajaba a principios de este 2022, representaba un regalo. Porque podía perpetuarse en tareas laborales junto con visitar destinos, o bien, un calvario, porque nunca más gozaremos con aquella desconexión vacacional de antaño. Ni la una ni la otra. Se trata de la nueva normalidad laboral, la que aterrizamos forzosamente catalizada por la pandemia, en donde no estar en nuestra ciudad dormitorio no es nunca más excusa para evitar asistir a una reunión.
Ese siempre conectado parece vital para responsables de emprendimientos y empresas a la hora de llevar el pulso de sus negocios, en tiempo real. Mejoras en velocidad y en latencia de redes, además de los muchos lugares que hoy cuentan con conexión a internet y/o fibra óptica por primera vez, implican que cada vez sean más, muchos más, los beneficios de trabajar a partir de cualquier locación, e incluso en movimiento. Las últimas cifras oficiales de la Subsecretaría de Telecomunicaciones de Chile muestran un gran trabajo público-privado, pues en cuatro años aumentaron en 40% los hogares de Chile con internet de red fija, alcanzando a 68% de hogares conectados. Aunque todavía se presentan grandes desigualdades por comuna y tipo de tecnología, y consecuentemente, calidad de dicha conexión.
Durante estos pasados dos años covidísticos marcados por asfixiantes lock-downs y obligados confinamientos, no pocos conocimos a quienes abandonaron las grandes urbes de forma permanente, para trabajar remotamente junto a mejores vientos. Todos quienes así obraron, descubrieron o validaron aquellas vicisitudes asociadas con la libertad de estar fuera, presencialmente, de nuestras megápolis. Muchos no regresarán. Y de estar forzados a hacerlo, lo harán a regañadientes y por tiempos estrictamente necesarios.
En el discurso de tantos respecto a una tan necesaria descentralización del país, curiosamente, poco escuchamos respecto del gran y mágico habilitador que es la conectividad. Con la misma, desbordante en calidad para los actuales tiempos y toda y cada región del país, detendríamos la migración de jóvenes de provincia a una sobrecargada capital; el poder aportar con competencias y talento desde cada rincón del territorio nacional, crearía aún mayor valor proveniente desde cada lugar de Chile. Se trata de una profunda oportunidad y a la vez de un profundo desafío para nuestras empresas y gobierno.
El informe “KPMG 2021 CEO Outlook”, apunta a que un sorprendente cuarenta y cinco por ciento de las empresas globales se perpetuarán con algún tipo de trabajo remoto. Parece entonces fundamental, el diseño y puesta en práctica de innovadoras y ad-hoc a los actuales tiempos, políticas de trabajo remotas, tanto permanentes como híbridas, e incluso luego de que se extingan, eso esperamos todos, confinamientos y medidas de seguridad. Será cada vez más difícil, y por ende oneroso, alcanzar que un grupo de talento acepte trabajar solamente en oficinas. Este cambio radical no sólo quedará aquí; se potenciará a insospechadas nuevas ventanas. Y es que podremos contratar talento desde infinitos países, y a la vez, ofrecer el propio, a empresas a larga distancia de nuestras fronteras. Nunca antes la aldea laboral fue tan global y tan sanamente competitiva.
A lo largo de estos pasados dos años, el llamado teletrabajo representó la casi única forma de mantener vivas muchas actividades. Ello significó, en un principio, entregar absoluta confianza a cada trabajador y a su compromiso y responsabilidad en lo productivo. Con el breve correr del tiempo, aquello derivó en que en las empresas sin dicha cultura organizacional, se cimentará con fuerza, eso de medir a los colaboradores por resultados, en lugar de hacerlo vía horarios fijos y/o presencia en una oficina. Parafraseando a algunos eruditos en lo laboral, “no se nos paga por trabajar, sino por generar resultados; y es que no importan horas ni lugar”.
Intentando mirar la muy pequeña parte llena del vaso asociada con esta pandemia, tal vez sea justo señalar que, en virtud de esta, se catalizaron positivamente, algunos buenos cambios en el manejo de capital humano. Para aquello, no solamente fueron gravitantes la conectividad y un enfoque en la salud física y mental de las personas, sino también, un profundo miedo al contagio y a una muerte temprana, junto a un mayor tiempo de reflexión para derivar en liderazgo debido: aquel con propósito.
Nuevas generaciones y aquellas no tan jóvenes, en las que me ubico, buscan contribuir en empresas con sentido, donde valores organizacionales y significado del trabajo se valoren tanto como la remuneración. Sería entonces un error profundo el centrar todas las esperanzas solamente en la conectividad y en lo tecnológico. Al invertir en transformación digital, es menester el considerar cómo dicha decisión fomentará espíritu de equipo, colaboración y en último término, bienestar organizacional e individual.
*La autora de la columna es consultora, MBA de la UCLA y exsubsecretaria de Telecomunicaciones
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