Por qué nadie quiere pagar la transición ecológica

Orsted, promotor danés de parques eólicos, se retiró de dos proyectos frente a Nueva Jersey y asumió un cargo de 4.000 millones de dólares. FOTO: WAYNE PARRY/ASSOCIATED PRESS
Orsted, promotor danés de parques eólicos, se retiró de dos proyectos frente a Nueva Jersey y asumió un cargo de US$ 4.000 millones. FOTO: WAYNE PARRY/ASSOCIATED PRESS

Inversores y consumidores se muestran reticentes ante los costos de sustituir los combustibles fósiles por energías renovables, lo que pone de relieve el doloroso aspecto económico de la mitigación del cambio climático.


En los últimos años, Washington y Wall Street empezaron a fantasear con que la transición a emisiones netas de carbono cero podría ser una bonanza económica. “Cuando pienso en cambio climático, pienso en empleo”, dijo el Presidente Biden. Cuando Wall Street escuchó energía verde, vio beneficios. Cuando Ford Motor lanzó un Mustang y una camioneta eléctricos, su valor de mercado superó por primera vez los US$ 100.000 millones.

Este año se acabó la fantasía. La demanda de vehículos eléctricos (VE) no ha cumplido las expectativas, por lo que los fabricantes están reduciendo la producción y recomprando acciones. Los promotores de energía eólica marina han cancelado proyectos. El índice S&P Global Clean Energy ha caído un 30% este año. La capitalización bursátil de Ford se ha reducido a US$ 42.000 millones.

Esto no significa que la transición a la energía neta cero haya terminado. Los funcionarios reunidos esta semana en la conferencia de las Naciones Unidas sobre el clima están igual de preocupados por el cambio climático. Las energías renovables siguen creciendo. A muy largo plazo, sigue siendo cierto que el bienestar económico será mayor con menos calentamiento global.

Pero los aspectos económicos de llegar a cero emisiones netas siguen siendo, fundamentalmente, desalentadores: alguien tiene que pagar por ello, y los accionistas y consumidores decidieron este año que no serían ellos.

Los políticos y la opinión pública tienden a pensar que toda inversión es buena para el crecimiento, un error que conduce a todo tipo de ideas confusas sobre el clima.

Las transformaciones tecnológicas son choques de oferta positivos: aparece una tecnología nueva y más eficiente, y la inversión gravita naturalmente hacia esta nueva tecnología porque es rentable.

En cambio, la transición ecológica está impulsada por la política pública. Es “un choque negativo de la oferta, con una necesidad concomitante de financiar inversiones cuya rentabilidad no puede darse por sentada”, escribió el economista francés Jean Pisani-Ferry en un informe encargado por el Primer Ministro francés y publicado en inglés en noviembre. “Al poner un precio -financiero o implícito- a un recurso gratuito (el clima), la transición aumenta los costes de producción, sin garantía de que la reducción de los costes energéticos acabe por compensarlos, mientras que las inversiones que exige no aumentan la capacidad productiva pero deben, no obstante, financiarse”, explicó.

Pisani-Ferry, que está afiliado al grupo de reflexión Bruegel en Europa y al Peterson Institute for International Economics en Washington, es un pensador extraordinariamente claro en esta cuestión.

Pisani-Ferry señala que la transición implica un importante gasto de capital hoy para sustituir el consumo de combustibles fósiles en el futuro. Pisani-Ferry calcula que una familia francesa de clase media gastaría el 44% de su renta anual disponible en una bomba de calor y el 120% en un auto eléctrico. Estas inversiones aumentan la demanda, pero no mejoran la situación de las familias, ya que simplemente hacen lo mismo que lo que sustituyen. Y si suben los impuestos para pagar estas inversiones, las familias estarán en peor situación económica.

“Haría falta un increíble acto de ceguera para no reconocer que el cambio climático está ocurriendo, que es -y será cada vez más- gravemente perjudicial”, escribe. “También sería increíblemente frívolo afirmar que esta acción urgente e imperativa no tendrá ningún costo económico de aquí a 2030″, agrega.

La forma más eficaz de reorientar el consumo y la inversión desde los combustibles fósiles hacia la energía de emisiones cero es un impuesto sobre el carbono, o un sistema de límites máximos y comercio de derechos de emisión. Europa ha adoptado un sistema de este tipo con objetivos cada vez más estrictos, sobre todo después de que Rusia cortara el suministro de gas natural tras su invasión de Ucrania en 2022. Pero a medida que ha aumentado el costo, también lo ha hecho el descontento público, desde las protestas de los “chalecos amarillos” en Francia en 2018, hasta el primer puesto obtenido la semana pasada en las elecciones holandesas por el Partido de la Libertad de extrema derecha, que quiere deshacerse de todas las regulaciones climáticas.

Los líderes estadounidenses rechazaron cualquier impuesto o tasa federal sobre el carbono. La solución de Biden es no pedir a los consumidores que paguen por la transición ecológica; su Ley de Reducción de la Inflación (IRA) invierte, según algunas estimaciones, aproximadamente un billón de dólares en vehículos eléctricos, energías renovables, hidrógeno y otras tecnologías de emisiones cero.

Las subvenciones pueden desempeñar un papel vital dando tiempo a la energía verde para crecer e innovar hasta que sea competitiva con los combustibles fósiles. Pero la IRA se ha visto socavada por condiciones extrañas, como los requisitos de fabricación en Estados Unidos, y por la inflación de la tecnología verde, un subproducto de la propia IRA, que ayudó a alimentar la demanda.

Por último, la agenda de inversión de Biden se diseñó para la era prepandémica, cuando las bajas tasas de interés favorecían el perfil financiero de la inversión en energías renovables y era menos probable que los déficits presupuestarios federales ahuyentaran la inversión privada. Estos supuestos ya no son válidos.

Durante años, el costo de la energía eólica y solar cayó en picada, pero desde 2021 ha subido, según el banco de inversiones Lazard. Las tasas de interés son un factor importante, y Lazard calcula que afectan más a la energía eólica y solar que al gas natural.

Muchos promotores ya no pueden suministrar energía a las tarifas económicas acordadas anteriormente. La danesa Orsted, el mayor promotor eólico del mundo, tuvo que pagar US$ 4.000 millones a principios de noviembre por retirarse de dos proyectos en Nueva Jersey. La empresa vale hoy un 75% menos que a principios de 2021.

ClearView Energy Partners calcula que alrededor del 30% de la capacidad eólica marina contratada por el Estado ha sido cancelada, y que otro 25% podría volver a licitarse. Timothy Fox, analista de ClearView, sostuvo que los legisladores suelen imponer el aumento de las energías renovables, pero los reguladores de los servicios públicos deben aprobar los contratos, y una de sus principales consideraciones es el costo para los contribuyentes.

Diane Burman, miembro de la Comisión de Servicios Públicos del estado de Nueva York, afirmó en octubre que “soy una reguladora económica sin disculpas”, cuando la comisión se negó a pagar más a los promotores eólicos. La descarbonización y la mejora de la red deben proceder “teniendo en cuenta los costos”.

El atractivo financiero de los vehículos eléctricos también se ha desvanecido. Tesla demostró que fabricarlos puede ser rentable, pero hasta ahora parece un caso atípico. Tesla captó la mayor parte de los primeros adeptos, conductores dispuestos a soportar el costo y las molestias de recarga de un VE a cambio de prestaciones y credenciales ecológicas. Pero para la mayoría de los conductores, la compensación sigue sin funcionar, incluso con subvenciones.

Es cierto que la IRA ha impulsado un boom de fábricas de vehículos eléctricos y baterías. Pero una transición ecológica exitosa requiere que esas fábricas sean rentables, y los fabricantes de automóviles de Detroit siguen perdiendo dinero con cada VE que venden.

Los vehículos eléctricos deberían requerir menos mano de obra y, por tanto, ser más baratos de fabricar que los de gasolina. Pero los trabajadores de la industria del automóvil no están más dispuestos a pagar por la transición ecológica que los consumidores o los inversores. En su reciente huelga, el sindicato United Auto Workers consiguió compromisos que dificultan aún más que Detroit gane dinero con los vehículos eléctricos.

En un aleccionador informe publicado esta semana, los analistas del sector automovilístico de Morgan Stanley calculaban que una empresa promedio no financiera del S&P 500 gasta su capital de mercado en gastos de capital e investigación y desarrollo en unos 50 años. GM y Ford gastan los suyos en 1,9 y 2,6 años, respectivamente. “En nuestra opinión, esto no puede seguir así”, añadieron.

La transición ecológica sigue siendo crítica, pero su camino será accidentado hasta que alguien acepte pagarla.

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