¿Qué significa ser chileno?
La acelerada transformación de Chile en las últimas décadas ha cambiado radicalmente nuestra forma de vida. Pasamos rápidamente de ser un país rural, católico, local, arraigado en extensos grupos familiares a una nación urbana, agnóstica, abierta y con familias cada vez más fragmentadas.
Variopintas explicaciones se han ofrecido para intentar elucidar el gran giro que ha tomado Chile. Entre ellas se habla de la liberación de un pueblo oprimido y la esperada revolución contra los poderes fácticos; de la debilidad de la derecha y del apocamiento de la izquierda tradicional; de la insurgente violencia desde barrios marginales cuya efervescencia no encontró los limites correspondientes en fuerzas del orden castradas, imposibilitadas de hacer su trabajo; de la frustración de una nueva clase media surgida con expectativas incumplidas; del exacerbo de las pulsiones sociales por periodistas de matinales sin contrapesos en la sensacionalista prensa nacional; de la gran sacudida de los últimos resabios del gobierno de Pinochet.
Entre estas y tantas otras proposiciones hay un elemento de trasfondo. Algo más profundo. Se ha tensionado más allá de sus límites aquello que permite la convivencia, aquello que induce sentimientos de fraternidad entre desconocidos que comparten esta tierra común llamada Chile.
Desde la distancia, con tristeza y preocupación por la frustración y violencia he comenzado a preguntarme: ¿qué significa ser chileno?
Toda nación necesita mitos para mantenerse unida. Los antiguos griegos, con su colección de ciudades-estados, se identificaban en la épica de Aquiles y Ulises. Roma justificaba su belicoso y grandioso destino en su fundación por Rómulo, quien habría asesinado a su hermano Remo por invadirla al saltar la zanja de lo que serían sus murallas. Es la diferencia, me enseñó una mujer sabia, lo que conlleva la unidad. El sentimiento de que tenemos algo diferente, algo que nos separa del mundo, nos hace especiales y parte de algo mayor. Tales mitos construyen un subconsciente común, un sentido de pertenencia e identidad.
En los países que me ha tocado vivir, Francia y Estados Unidos, también han aparecido revueltas, sin embargo, ellas incluyen claras visiones de lo que significa ser norteamericano o francés.
En Francia, más de mil militares firmaron una exaltada carta alertando que la nación estaba pronta a una guerra civil, debido a la laxitud del gobierno que habría entregado áreas completas al islamismo, lo que obligaría a la intervención de sus camaradas para proteger los valores de su civilización. Marine Le Pen, líder del Frente Nacional y punteando en las encuestas para la elección presidencial, suscribió rápidamente a la proposición. En conjunto con la visión de una Francia Europeísta del Presidente Macron enmarcada en la tolerancia y apertura han rediseñado los dos polos de la política francesa.
En Estados Unidos, Trump también quebró los esquemas políticos tradicionales y reinventó al Partido Republicano al proponer una visión país basada en la “América profunda” identificándose con grupos de raza blanca, cristianos y con menores niveles de educación, contrastando las posturas globalistas y progresista profesada por los liderazgos políticos de Estados costeros como California, Nueva York o Massachussets.
En ambos, los polos políticos se han redefinido en identidades de lo que significa ser francés o norteamericano.
La acelerada transformación de Chile en las últimas décadas ha cambiado radicalmente nuestra forma de vida. Pasamos rápidamente de ser un país rural, católico, local, arraigado en extensos grupos familiares a una nación urbana, agnóstica, abierta y con familias cada vez más fragmentadas. El simbolismo del vandalismo ocurrido evidencia ataques al orden antiguo: la quema de iglesias e imágenes religiosas, el bandidaje a símbolos como la estatua de Baquedano o la tumba de Arturo Prat, la destrucción de la ciudad y su infraestructura o el levantamiento de una “abuela” en el entorno político. Incluso la generación anterior guardaba cierta identidad al forjarse bajo la dureza del quiebre democrático y la épica común de recuperar la democracia. Muchas de las bases de lo que representaba ser chileno para las generaciones anteriores se han resquebrajado dejando un peligroso vacío bajo el cual hay un grito desesperado por nuevos mitos y por nuevas ideas de pertenencia. La narrativa de una nación abusada y oprimida por políticos, empresas, carabineros y sacerdotes ha encontrado terreno fértil, tocado una fibra y conquistado la arena política.
Entre muchos la aventura constitucional genera alegría y optimismo por su naturaleza de cambio y renovación, por la sensación de levantar la opresión y supuestamente entregar el poder al pueblo. Sin embargo, ¿cómo pretendemos querer cambiar y renovarnos sin siquiera una clara respuesta a lo que significa ser chileno? Y para usted, ¿qué significa ser chileno?