¿Y si fracasamos?
"El anhelo de un mejor futuro se juega en la responsabilidad de la Convención Constitucional. Es fácil hacer del próximo plebiscito una disyuntiva entre extremos que puede profundizar nuestras grietas, alimentar la violencia y frustrar aspiraciones económicas. Ojalá los convencionales sean responsables y hagan del próximo plebiscito un gran acuerdo nacional que nos salve del fracaso".
Si bien las votaciones en la Convención Constituyente recién comienzan, y aún quedan muchos temas relevantes por ser sometidos a la deliberación en el pleno, hay motivos para guardar aprensiones sobre la disyuntiva del nuevo Apruebo - Rechazo que enfrentará Chile.
Si los convencionales no logran erradicar la lógica refundacional, y en algunos casos la cruda ignorancia que vimos en discusiones específicas durante las últimas semanas, podemos terminar en una encrucijada que, independiente de las alternativas consignadas en la papeleta del plebiscito, nos obligue a elegir entre dos alternativas de país radicalmente opuestas.
Propuestas delirantes como aspirar a ser Bolivia para competir con Tesla seguramente serán descartadas rápidamente, pero es posible que nos hagan elegir entre nuestra economía abierta al comercio internacional o un cierre parcial al mundo. Si bien nacionalizar, la mitad y media de las empresas, no cuenta con los dos tercios es probable que, debamos elegir entre la preponderancia del emprendimiento privado o una economía más controlada y dirigida por el Estado. Quizás tendremos que dirimir entre nuestro régimen presidencial o una presidencia vaciada de poder real, entregada a los pasillos de un Congreso unicameral con cupos reservados. O elegir entre reconocernos como una nación chilena o un país plurinacional amarrado bajo un nombre común.
Ante tal escenario y una propuesta sobregirada de texto, si bien una victoria del Rechazo parecería levemente más viable, también sería un fracaso para Chile. Fallaríamos en la ruta trazada para apaciguar la violencia en las calles y responder a las expectativas creadas en la ciudadanía. El fracaso es algo difícil de manejar para un país, pues puede profundizar heridas y divisiones.
Por lo demás, quedaríamos en el vacío de una Constitución vejada institucionalmente durante el último periodo, desdeñada por el acuerdo político de noviembre de 2019 y vaciada de legitimidad por la calle tras el aplastante triunfo del Apruebo en el primer plebiscito.
Sería una gran irresponsabilidad de parte de la Convención someter a Chile a tal disyuntiva, pues cualquiera sea el desenlace fracasaríamos. Ya sea al aprobar una Constitución inoperante y dañina capaz de escindir y exaltar más aún al país, especialmente si es aprobada por un margen mezquino; o por la una victoria del Rechazo y la consiguiente frustración social.
En ese sentido, hay propuestas que son particularmente preocupantes. Por ejemplo, el reconocimiento de un Estado plurinacional, definición que ya fue aprobada por el pleno de la Convención. Este es un eje peligroso a la hora de definir nuestra carta fundamental. La identidad es un asunto complicado, advierte el profesor Amartya Sen en su libro “Identidad y Violencia”, pues la fraternidad de identidades étnicas conlleva también la posibilidad de exclusión y divergencia, las que pueden ser mortales dentro de las fronteras de un país.
Si bien la identidad puede ser una fuente de orgullo y reconocimiento, también puede crear discordia. El profesor Sen advierte con preocupación sobre la velocidad con que los Hutus dejaron de sentirse ruandeses y se identificaron en su odio hacia los Tutsis. O cuando los serbios dejaron de ser yugoslavos y se encontraron en su odio por sus connacionales musulmanes.
Reconocer la diversidad de nuestras diferencias dentro del marco de la nación chilena es un valor importante, pero eso es diferente a declararnos un país plurinacional. En el reconocimiento de la diversidad de diferencias se enriquece la nación chilena, de ahí surge el respeto, promoción e inclusión de las tradiciones y cultura de los pueblos originarios, pero bajo el entendido de que somos una nación. La pertenencia la debemos lograr desde la construcción de un sentimiento de orgullo y no desde la división.
Por su parte, también hay señales preocupantes para sentar las bases de una economía dirigida o controlada por el Estado. Muchas de las economías que avanzaron en ideas socialistas realizan grandes esfuerzos para desenquistar el clientelismo e ineficiencias que conlleva concentrar en manos del Estado parte importante del poder económico. Y tienen otros efectos, como el que se observa hoy en Francia, donde la próxima elección presidencial se la juegan cuatro candidatos de derecha, cuyos discursos compiten por la efectividad de mesurar la ineficiente carga Estatal en la economía, ya sea en el arbitrio de pensiones desiguales financiadas con impuestos al trabajo o las rigideces laborales que han esquilmado la industria.
El anhelo de un mejor futuro se juega en la responsabilidad de la Convención Constitucional. Es fácil hacer del próximo plebiscito una disyuntiva entre extremos que puede profundizar nuestras grietas, alimentar la violencia y frustrar aspiraciones económicas. Ojalá los convencionales sean responsables y hagan del próximo plebiscito un gran acuerdo nacional que nos salve del fracaso.
*El autor de la columna es Ingeniero Civil UC y MBA/MPA de la Universidad de Harvard
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