Yes, Prime Minister
"Quizás, como en el programa de la BBC, un oscuro funcionario tímidamente dirá que lo que dijo el presidente puede no ser correcto. Que la Constitución actual y la de Pinochet son fundamentalmente diferentes".
El presidente de Chile partió esta semana instalando una idea que quizás de verdad cree. Hablando sobre su respaldo a la Convención Constituyente dijo, “cualquier resultado va a ser mejor que una Constitución escrita por cuatro generales”. Al escucharlo me acordé de un clásico del humor político británico, “Yes, Prime Minister” (escenas de antología). Por años los ingleses se rieron con las historias de un ministro y sus asesores, cuya única brújula era responder cada día a lo que sea que pidiera el primer ministro, para darle en el gusto y no caer en desgracia. La subsistencia de cada uno dependía de ello y no había inconsistencia o humillación que fuese suficiente para apartarlos de su objetivo, mantener su trabajo un día más.
Seguramente la tentación de sus subalternos ahora va a ser decir “sí, presidente”, como los personajes aquellos. Diligentes repetirán que lo que sea que produzca la Convención Constituyente será mejor que la Constitución de Pinochet. Los más obsecuentes irán más allá, dirán que es una vergüenza que el pueblo chileno siga bajo la sombra totalitaria de la dictadura.
Quizás, como en el programa de la BBC, un oscuro funcionario tímidamente dirá que lo que dijo el presidente puede no ser correcto. Que la Constitución actual y la de Pinochet son fundamentalmente diferentes. Podrá sugerir, por ejemplo, que desde luego el presidente mismo llegó a ese puesto elegido libre y democráticamente por los ciudadanos de Chile, con las reglas de la Constitución actual. Que la Constitución del dictador tenía amarras que fueron quitadas una a una. La primera proscribió al Partido Comunista, que hoy lo apoya, y fueron los líderes de la Concertación, los que, en 1989, con coraje y astucia negociaron, y forzaron a Pinochet a devolver a ese partido el mismo trato que a cualquier otro partido. Todos los ciudadanos son iguales.
El funcionario seguramente les dirá que sería bueno informar al presidente que, aunque costó mucho, porque la derecha se resistió, el 2005, junto con varios otros cambios, el Congreso eliminó a los senadores designados. Que hoy los representantes de los chilenos son todos elegidos libre y democráticamente, un ciudadano un voto.
Les recordará que, bajo la presidencia de una mujer, en Chile se promovieron cambios constitucionales que flexibilizaron las elecciones, la formación de partidos políticos y la participación ciudadana, con más libertad que en muchas democracias occidentales. Gracias a eso, el presidente pudo armar un partido y una coalición que le permitió juntar las firmas y organizar un pacto que, en menos de un año, lo llevó desde la inexistencia, a una primaria y de allí a la Moneda.
Él les podrá decir que hay cosas que están ya aprobadas por la Convención Constituyente que difícilmente garantizan que Chile pueda mantener su gobernabilidad y la eficiencia de sus políticas, a las que aún les falta mucho, por cierto. Por ejemplo, que no hay territorios con naciones claramente existentes ni organizadas, y que es difícil distinguir una nación que no sea la chilena. Que tales normas seguramente llevarán a un descalabro mayúsculo.
El funcionario dirá finalmente que, si el 80% de los chilenos votó por cambiar la Constitución, tampoco es razonable que la opción ante un mal texto sea quedarnos con ella.
El riesgo, como en la TV, es que ministros y asesores guarden al funcionario en un armario. La diferencia estará, y lo sabremos pronto, entre si habrá suficientes hombres y mujeres que digan, “No, presidente, no cualquier propuesta de la Constituyente necesariamente será mejor”, o si escucharemos, “Yes, Mr. President”.
*El autor de la columna es abogado y exdirector del Servicio de Impuestos Internos.
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