Una renovada tendencia apreciativa del dólar a nivel global ha llevado a la paridad local a ubicarse nuevamente cerca de los 680 pesos por dólar. Una situación similar se había observado en los últimos meses de 2018, y posteriormente en los últimos días de marzo. Exceptuando estos dos episodios anteriores, el tipo de cambio había venido transitando en un rango de 650-665 pesos por dólar. De acuerdo a los fundamentos de largo plazo del tipo de cambio real, estos niveles en la paridad nominal parecían consistentes con un tipo de cambio real cercano a su nivel de equilibrio, algo que se desprendía también de las estimaciones de mercado contenidas en las últimas encuestas. Sin embargo, durante la última semana de abril, nuestra moneda comenzó nuevamente a perder valor frente a la divisa norteamericana, situación que ha sido transversal al resto de las monedas de economías emergentes.
Los episodios antes señalados -particularmente el de diciembre - fueron acompañados de mayor volatilidad, menor apetito por activos riesgosos, reducción en las tasas de interés de largo plazo, caída en el precio de las materias primas, incluyendo al cobre, y salidas de capitales desde economías emergentes. Ninguno de estos elementos se encuentra presente en la actual apreciación del dólar, a excepción de la caída del precio del cobre en las últimas jornadas y la mayor volatilidad que generó en los mercados el nuevo comentario de Donald Trump, que ha puesto una nota de cautela al reciente optimismo que había en relación a las negociaciones por la guerra comercial.
En este escenario, es preciso preguntarse si estamos en presencia de algún factor puntual, de carácter transitorio, que pudiese estar gatillando está nueva apreciación del dólar, o hay otros factores que den cuenta de una mayor persistencia para este fenómeno.
La respuesta parece apuntar a una mayor fortaleza relativa de la economía norteamericana, validada por los datos conocidos el 26 de abril, cuando se publica el PIB del primer trimestre -el cual aumentó, a tasa anualizada, 3,2% con relación al último trimestre de 2018, muy por sobre el 2,3% que se esperaba- , más una serie de datos que ratifican un mercado laboral sólido, altas tasas de creación de empleo y algo más de inflación de salarios y otras medidas subyacentes de inflación, como las medidas podadas que calculan la FED de Dallas y Cleveland.
Este mayor optimismo en cuanto al desempeño económico de Estados Unidos es compartido por el presidente de la FED, Jerome Powell, quién, luego de la última reunión del FOMC, no sólo fue bastante claro en señalar que la tasa no se va a mover – eliminando la posibilidad implícita de un eventual recorte de tasa en la segunda parte del año – sino que además atribuye transitoriedad al pobre desempeño del gasto del consumidor e inversión empresarial, al igual que a la contenida inflación subyacente. A diferencia de lo observado en las reuniones de enero y marzo, la FED está viendo menores riesgos a la baja al escenario económico y transmite un mayor convencimiento en que la economía de Estados Unidos está en una senda de recuperación sana.
En conclusión, tras un pobre cierre de 2018 y lo que parecía un comienzo de año en que Estados Unidos se encaminaba a una desaceleración mayor de su actividad y se validaba una trayectoria incluso bajista para la tasa de instancia, los datos conocidos se han encargado de revertir esa sensación. Esa debilidad que se anticipaba ya no parece tan evidente, lo cual da sustento, de momento, no sólo a descartar futuras reducciones de tasa por parte de la FED, sino que hace sentido observar una divisa norteamericana algo más fortalecida a la hora de calibrar su trayectoria a nivel global. Todo dependerá de la capacidad de la economía norteamericana de mantener este ritmo de crecimiento en los próximos trimestres. En la medida que los datos de Estados Unidos continúen sorprendiendo al alza y se mantenga una divergencia en relación al desempeño de otras economías, es esperable que veamos una persistencia mayor de un dólar más fuerte a nivel global.