Sudán no era precisamente un país rico, ni siquiera antes de que le impusieran sanciones y perdiera a Sudán del Sur, rico en petróleo, en 2011. El país ha vivido tiempos de inestabilidad después del golpe militar hace tres semanas que inspiró protestas contra la dictadura del general que lleva décadas en el poder, Omar Bashir.
Así, uno pensaría que acogerían por unanimidad la promesa de US$3.000 millones en ayuda de emergencia de Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos, anunciada el 21 de abril.
Los países del golfo Pérsico tienen contemplado depositar US$500 millones en el banco central de Sudán para apuntalar la afligida moneda, y entregar el resto en alimentos, medicinas y combustible. ¿Qué podría no gustar en este escenario?
Es imposible medir el sentimiento público sudanés, pero algunos manifestantes no están contentos. Dicen que temen que los gobernantes conservadores del golfo estén tratando de detener un proceso revolucionario en curso.
Señalan que estos mismos países también se apresuraron a apoyar al gobierno egipcio del presidente Abdel-Fattah El-Sisi en 2013, luego del derrocamiento del gobierno electo dominado por la Hermandad Musulmana en respuesta a manifestaciones similares en El Cairo.
Desde entonces, Egipto ha vivido una represión política alarmante y una impresionante revitalización económica.
Los países del golfo obviamente están tratando de estabilizar la situación en Sudán, que es crucial para la seguridad egipcia e importante para su intervención conjunta contra los rebeldes hutíes en Yemen apoyados por Irán.
Sus críticos indican que estos países están actuando en Sudán por hostilidad hacia el cambio democrático y que su apoyo tiene como objetivo favorecer a una nueva junta autocrática. Los países del golfo Pérsico insisten en que solo quieren ayudar, pero los conflictos frente a Sudán son mucho más complicados.
Todo está sucediendo en medio de una creciente rivalidad entre las dos potencias del golfo y una coalición regional asertiva liderada por Turquía y Qatar que promueve lo que ellos llaman cambio "revolucionario" en el mundo árabe, no para construir democracias sino para empoderar a sus aliados de la Hermandad Islámica.
Durante mucho tiempo, Sudán ha sido un comodín en la competencia entre las alianzas regionales del Medio Oriente.
Antes de las sublevaciones de la Primavera Árabe de 2011, Sudán se identificaba estrechamente con los grupos de la Hermandad Musulmana y, como muchos de ellos, estaba poco vinculado a Irán bajo la etiqueta de "eje de resistencia" contra Israel, el Occidente y el statu quo árabe.
Durante la era de la Primavera Árabe, sin embargo, los saudíes cortejaron a Jartum, alejándola de Irán, y la convirtieron en una amplia coalición sunita antiiraní.
Debido a la guerra en Siria en los últimos 18 meses, y Turquía que emerge como líder de una nueva y firme coalición islamista sunita, Turquía y Qatar han estado tratando de ganarse al líder de Sudán con apoyo e inversiones.
Especialmente significativo fue el acuerdo de US$4.000 millones firmado en marzo de 2018 para que Qatar ayudara a desarrollar el puerto de Suakin en el Mar Rojo de Sudán y le diera a Turquía un puesto de avanzada naval allí.
Cuando iniciaron las protestas por primera vez en enero, Bashir, quien fue procesado por la corte penal internacional por asesinato y otros crímenes de lesa humanidad y limitó sus viajes, fue directamente a Qatar para buscar apoyo financiero y diplomático.
Como mínimo, estaba claramente dispuesto a jugar para poner a ambos lados el uno en contra del otro.
El tumulto en Jartum da a Arabia Saudita y a los Emiratos la oportunidad de evitar que Sudán se deslice hacia la órbita de Ankara.
Para los saudíes es particularmente útil que los generales sudaneses que han tomado el mando estén cerca de Riad. Pero a menos que los islamistas hubieran tomado el mando, la coalición del golfo probablemente se habría puesto en acción para intentar restablecer el orden y mantener a cualquier nuevo gobierno sudanés en su esquina.
El movimiento a favor de la democracia en Sudán ha sido inspirador, y es alentador ver a otro brutal dictador derrocado, especialmente a uno buscado por crímenes de guerra y genocidio.
Pero ni Arabia Saudita y los Emiratos, ni Turquía y Qatar, están interesados en la democracia sudanesa por su propio bien. Ambos bandos, después de todo, habían estado compitiendo por los afectos del mismo dictador asesino, y parecían perfectamente cómodos con él mientras cooperara con ellos.
Tampoco hay coaliciones a favor o en contra de la democracia en los estados del Medio Oriente, o "revolucionarias" versus "contrarrevolucionarias".
El desenlace en Sudán está totalmente en manos de los sudaneses. No obstante, en la competencia regional por la influencia, los saudíes y los emiratíes parecen estar ganando la carrera contra los turcos y los cataríes.